El Entierro

El Entierro

Siempre habíamos querido ser piratas. La idea de hablar a chuchá limpia, sin tareas, sin ayudar a lavar los platos ni poner la mesa, sin hora de dormir y más encima conociendo el mundo, era nuestro mayor sueño. ¿Te imaginai? – partíamos diciendo – ¿Te imaginai encontrar un tesoro y poder comprar todo lo que queramos? – abríamos los ojos como platos. – ¿Te imaginai encontrar sirenas y pedirles que nos muestren su reino? – yo tenía las ideas más raras.

Era un soleado día de primavera cuando se nos ocurrió el plan millonario: "enterremos todos nuestros ahorros y cuando los encontremos cuando grandes, van a valer más", la propuesta sacó ovaciones. Sí, bueno, eso pasa cuando a unos niños de seis, siete y ocho años los asesora uno de once. Recuerdo que fuimos corriendo adentro, rompimos los chanchitos y juntamos todas las monedas grandes. Desestimamos las medianas y chicas. Según yo, eran como novecientos pesos, o sea que alcanzaba pa' novecientos dulces. Una mini fortuna.

Para darle mística al asunto nos colocamos algunas poleras como bandanas y partimos al patio, no sin antes ir contando con exactitud cada paso que dábamos desde la mismísima puerta hasta el lugar elegido. Yo era la dibujante del grupo así que me puse manos a la obra con el mapa tan pronto llegamos, nadie me preguntó, yo sabía que era mi responsabilidad y la asumí con solemnidad. Llegó el primo mayor, luciendo sus once años con orgullo, se irguió gallardo junto al gallinero y se empezó a reír. ¿Pa' qué necesitan un mapa? – sonrió burlonamente – ¿Pa' qué si van a enterrar su tesoro en el patio, cómo se les va a olvidar dónde está? – todos nos miramos y agachamos la cabeza, entonces mi hermana le espetó – Tú ándate, sólo los piratas pueden saber dónde lo vamos a enterrar. Primo mayor se encogió de hombros y se fue, riéndose. – ¡Cuidado, no vayan a perder su tesoro!

Nos quedamos mirando con temor. ¿Y si venía después y lo desenterraba cuando nadie se diera cuenta? Había que cambiar el lugar, pero había que contar los pasos de nuevo, no era llegar y hacer un mapa: cada línea del punteado que trazaba el camino era un paso y debía ser exacto si queríamos ser piratas profesionales.

Cuestión que tuvimos que organizarnos mejor. Mi hermana era la vigía y se subió a un árbol a mirar que no hubiera primos de once años en la costa. Yo seguía mi trabajo de dibujar el mapa tan preciso como me daba mi talento mientras nuestro primo de siete cavaba el hoyo con una cuchara de sopa.

La tierra estaba dura, solíamos decir que se parecía a los caminos que recorría Pie Pequeño, agrietados y secos, y sonaban como galope de verdad si les pegábamos rítmicamente con algún juguete de goma, o un palo. Primo de siete dobló la cuchara intentando abrir la tierra y yo me asusté - ¡Pero con cuidado! ¡Nos van a castigar si ven que rompimos una cuchara! – primo se molestó – ¡Hácelo tú entonces, po! - frunció el ceño y me extendió la cuchara – Ya po, yo lo hago. ¡Termina tú el mapa entonces, po! - le espeté desafiante mientras enderezaba la cuchara.

Este cambio de funciones no estaba en nuestros cálculos, pero no íbamos a dejar que este imprevisto nos desviara de nuestra misión. - ¡Apúrense! - gritó mi hermana desde el árbol - ¡Parece que nos van a llamar a almorzar!

El tiempo se acababa y la tierra dura era imposible de atravesar con la cuchara. Había que escoger otro sitio, pero desde ahí mismo para que el mapa siguiera siendo útil. Lo bueno es que no mucho más lejos había tierra húmeda, alrededor del manzano apolillado, y pensamos que ese sería el mejor lugar porque a nadie le gustaba acercarse al árbol de las frutas feas.

Cavar la tierra acá fue otra cosa, absolutamente sencillo: la cuchara entraba fácilmente y hasta recuerdo haberle devuelto la cuchara a primo de siete mientras yo ayudaba con las uñas para que termináramos rápido. El tesoro estaba metido en una caja de zapatos Calpany sin tapa, envuelta en una bolsa. La tapa no la pudimos encontrar.

Recuerdo la satisfacción gigante que sentimos cuando terminamos de enterrar el tesoro y después espolvoreamos ramas y hojas encima para que no se notara dónde estaba. ¡Qué buen trabajo! Realmente hecho por profesionales.

Fuimos a almorzar y el resto del día seguimos teniendo aventuras piratas, navegando mares lejanos y luchando contra criaturas submarinas, hasta que ya casi era hora de que todos los primos se fueran de vuelta a su casa, como acostumbraba avisarnos el atardecer. Nos miramos con mi hermana y sonreímos, solíamos leernos la mente fácilmente. Nos paramos frente a primo de siete y le propusimos un desentierro de ensayo, sólo para ver si funcionaba todo bien.

Alguno tomó el mapa y lo puso en su cinto improvisado, otro andaba con el telescopio hecho de rollo de confort. Yo me creía la capitana y andaba con una rama como espada. Estábamos listos para ir en su búsqueda, pero imagino que ya saben qué ocurrió. Al llegar al sitio que marcaba el mapa, este se veía tal cual como lo habíamos dejado, ninguna hoja ni rama fuera de su lugar. Cavamos emocionados sólo para descubrir que ya no estaba el tesoro. No estaba. No estaba la caja, ni la bolsa. No había nada.

Nos miramos tristes. ¿Acaso primo de once lo había encontrado cuando no nos dimos cuenta? Tenía que ser eso, no había otra opción. Alguno se puso a llorar, pero yo sentía que era mi deber de líder decir algunas palabras – Hoy nos han robado, pero somos piratas y los piratas no lloran – comencé – Y todos sabemos quién se pudo robar el tesoro, ¡así que la próxima vez lo haremos con más cuidado todavía! –alcé mi espada y miré al horizonte–¡Arriba, que aún no hemos sido vencidos!

Según yo hubo aplausos, pero igual puede que me los imaginara. Partimos corriendo de vuelta a la casa, sacamos las monedas que quedaban y seleccionamos sólo las medianas. Ya no había cajas a las qué meterle mano así que hicimos una súper bola de bolsas. No contamos el nuevo tesoro, pero puede que fueran unos quinientos pesos. Aún era bastante dinero y valía la pena intentarlo.




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