En los días del gran Hródmund, rey de teutones, renombrado jefe de guerreros, sucedió esta historia. En el mismo día de su coronación, abrió su majestuoso salón, conocido como Guldandéur. No había otro lugar como ese en la tierra de Tiodanland; pilares que se alzaban y sujetaban aquel techo de paja que parecía oro resplandeciente, cubriendo las cabezas de los invitados, los escudos estaban colgados y revestidos de bronce puro. Aquellas mesas eran largas, muchos soldados y nobles comían del mejor banquete que se podía servir y bebían del hidromiel más dulce que se producía. Aquel salón, era la perla de la ciudad de Héuhstán. Los cuentistas estaban con sus magníficas arpas, recordando las memorias de héroes de antaño, hombres de renombre y gran coraje.
Uno de los cuentacuentos, llamado Eirmanrík, dijo a todos: — ¿Acaso la gloria de Hródmund, no es la misma que la del gran Sigimund Wálsing? El guerrero, que con su gran espada atravesó la piel de aquella serpiente y con ella se ganó la mano de la hermosa doncella Brunnhild. Yo sé que es tan famoso, que los anglos, jutos y sajones añoran con poseer sus riquezas, pero no son valientes como para enfrentarlo en una batalla a campo abierto.
Dichas palabras aumentaban el ego de Hródmund, ¿y por qué no? Teniendo esas riquezas, tornaría el corazón de cualquier hombre humilde, en uno de orgullo. Pero él no estaba consciente de lo que realmente sucedía al otro lado, entre sus vecinos los anglos. Pues aquellos, también estaban festejando en el salón de su rey, llamado Ashehund, quien ya estaba embriagado, así como sus guerreros, presumiendo de las peleas que habían tenido con busca pleitos a través de su país. Este Ashehund, era un hombre famoso, pues en sus primeros años como rey, había logrado repeler las incursiones de los sajones al sur; tres veces había salido victorioso, y tres veces arrasó con los poblados de su enemigo, tomando toda clase de despojos, esclavos y tierras, y por eso era llamado, Sahsalagar, Mata-Sajones.
Debido a que su fama era conocida, mientras estaba festejando su tercera victoria con sus guerreros y sirvientes, a todos les dijo, a gran voz: —Somos fuertes, más que los jutos al norte, más que los pobres sajones al sur; vamos al oeste, expandamos nuestros territorios, demos mejores tierras a nuestros granjeros y aldeanos. Que Woden esté con nosotros a doquiera que vayamos; Hródmund y sus teutones, no serán rivales para nuestras espadas y lanzas.
Todos sus hombres al unísono, gritaron de emoción al saber que su rey, deseaba invadir la tierra más codiciada entre esos pueblos. Se les dijo que en tres días saldrían desde la fortaleza de Ashehund para marchar hacia Tiodanland y empezar una conquista, no importase que tan complicado fuese aquello, ni cuántas vidas fuesen a perder. Y así como habían indicado, pasaron los tres días y 4000 guerreros estaban preparados con sus armas, sus yelmos, escudos redondos y lanzas tan largas como para atravesar a dos hombres de un solo golpe; los nobles iban en hermosos caballos, acompañando al rey. Cabalgaron por muchos días, hasta que llegaron a un río que se venía desde el norte y ese era el límite entre los teutones y los anglos. Pero Ashehund, no tenía intenciones se seguir esperando a que sus hombres descansaran, así que forzó a que todos cruzaran aquel río, que venía con fuerza; el rey fue suertudo, pues ninguno de sus hombres se ahogó, y aunque él cayó de su caballo, pudo llegar al otro lado sin haber recibido daño. Muchos tomaron eso como una mala señal, de que los dioses no estaban de su lado, pero Ashehund, al ver que no estaba herido, pensó lo contrario. Y en tierra de teutones, cerca de una pequeña villa, ahí instalaron sus campamentos, y esperaron.
No pasó demasiado tiempo para que las noticias llegaran a los oídos de Hródmund, quien estaba a la entrada de su gran salón, mirando a la aldea, gozándose en su ciudad y lo que sus habitantes estaban haciendo. Desde la puerta del sur, entró un mensajero, galopando velozmente, espantó los pájaros que recogían sobras y su rostro mostraba signos de preocupación. Hródmund estaba con su primo, llamado Óswald y al ver aquel jinete, el rey dijo: —Parece que trae noticias, mira como cabalga.
Cuando el mensajero se puso delante del rey, le dijo: —Señor mío, los anglos han cruzado el río que divide nuestras tierras, vienen con una gran tropa, armados hasta los dientes y han instalado ya un campamento.
Óswald, respondió con gran furia: —Esos anglos, siempre devorando lo que no les pertenece, ¿acaso desean perturbar la paz que tenemos con sus deseos de asaltos? Deberíamos desplegar nuestro ejército y barrer con ellos.
Hródmund escuchaba lo que su primo había comentado, y le respondió: —Ningún animal de presa se abalanza contra su enemigo, sin antes haber analizado la situación. Iremos y primero, habrá que resolver esto con palabras, y si no funcionan, haremos uso de la espada.
Y Hródmund salió con 4500 hombres, todos preparados para la guerra, pero el rey era un hombre pacífico, no estaba dispuesto a derramar sangre solamente por prejuicios o deseos de vanagloria, pero aun así, él iba a encontrarse con Ashehund, quien esperaba en su campamento en aquel vado. Ambos ejércitos se encontraron y descansaron otro día antes de que los soberanos se encontrasen.
Vino la mañana y Hródmund salió a encontrarse con Ashehund, y ninguno iba con armas, sino que iban a tener una conversación breve, y el rey teutón esperaba que su reunión no terminase con violencia. Ambos se saludaron, y Hródmund dijo: —No te he provocado como para que vengas a mi tierra y desees provocarnos para combatir. Ninguno de mis hombres o mis habitantes ha tomado algo de tu país como para que vengas a vengarte.
Editado: 26.07.2020