Léufkild creció con Ashehund, y se convirtió en un hábil guerrero, pues doquiera que iba se enfrentaba a más de cinco enemigos al mismo tiempo y a todos los despachaba sin sudar. Se entrenó como el hombre que Ashehund anhelaba como rey de los teutones, y cuando cumplió la edad de 20 años, ya era tiempo de que regresaran con Hródmund y Gunndhild. Pero sucedió, que vinieron los daneses desde una isla, donde en tiempos ancestrales habían habitados los famosos vándalos, y muchos de estos invasores tenían en mente tomar las costas de los anglos y hacerse con sus tierras.
Ashehund salió con sus hombres y con Léufkild para defender las playas a donde habían arribado los barcos daneses y antes de pelear, el rey anglo trajo a sus espías para saber toda la información que ellos habían extraído. El rey preguntó: — ¿Quién es el rey que lidera a estos daneses contra nosotros? ¿Quién se atreve a desafiarme?
¿Uno de los espías respondió: —El rey danés es conocido como Shild Shafing.
Ashehund escuchó aquel nombre y quedó asombrado, para después decir: —Así que la dinastía Shafing aún existe. Me aseguraré de que estos guerreros famosos y toda su casta sean borrados por completo.
Léufkild escuchaba, y en su ignorancia preguntó: — ¿Quién es este Shild Shafing?
Su tío respondió: —No saber quién es me sorprende, pero responderé: Shild Shafing, proviene de un linaje real que conocemos desde hace tiempos. Haramód, su padre, ahuyentó a los jutos que vivían en las islas vandálicas, y ahora, su hijo pretende clamar mi territorio. Son una familia que muchos temen y claman que un dios, llamado Shaf, es su progenitor. Pero demostraré que mi familia es mayor, porque nosotros somos hijos de Woden.
Después de esto, ambos ejércitos se enfrentaron en las costas de Anglia, donde Ashehund y Léufkild sobresalieron sobre los demás, matando y cortando las cabezas de los enemigos que abalanzaban. La fuerza de Léufkild era de admirar, pues con su espada era capaz de atravesar la cota de malla de los daneses y causó terror en las líneas enemigas. Los anglos barrieron el suelo con los daneses y lograron quemar muchos de sus barcos, forzando a que el famoso Shild Shefing huyera antes de caer muerto. Y los daneses no volvieron a pisar suelo anglo, hasta el día en que este pueblo migró hacia Bretaña.
Después de esto, Ashehund tuvo un gran banquete con sus hombres y Léufkild, porque habían despojado a muchos daneses de toda clase de riquezas, armas y barcos que lograron robarles. En ese festín, a Léufkild le fue entregada una espada, cuya empuñadora era de dorada y tenía piedras preciosas incrustadas; aquella espada recibió el nombre de Hildiléum.
Entonces, Ashehund, llamó a su hijo, quien era Óswunn y a él le comunicó: —Tú llevarás a Léufkild a sus padres, y después de una semana, yo te alcanzaré con mis hombres.
Su hijo atendió a la petición de su padre, y cuando terminó la fiesta todos durmieron en el gran salón. Al día siguiente, Léufkild y Óswunn partieron desde Anglia, acompañados de 100 hombres, todos armados y preparados para defender a los príncipes; cruzaron el río que separaba ambos reinos y tras muchos días de viaje, finalmente llegaron a Héuhstán, la capital de Tiodanland. Ahí fueron recibidos por Hródmund y Gunndhild quienes sirvieron un banquete pomposo. Muchos nobles fueron invitados a Guldandéur y esa vez, el salón fue adornado con lujos nunca antes vistos: hermosos tapices que exhibían las leyendas de los pueblos colgaban de aquellas paredes de madera, los escudos ahora estaban forrados en bronce, las mesas estaban cubiertas por manteles celestes y dos calderos se pusieron para empezar a hervir la carne que servirían. Adentro y afuera del edificio, había personas festejando y bebiendo sin control, porque el hijo de Hródmund había regresado, ahora hecho un hombre.
No todos estaban complacidos, habían teutones que miraban con desprecio a Óswunn, aunque si compartían la felicidad de ver a Léufkild entre ellos. Pero pensaron que como el príncipe anglo venía con una pequeña compañía de soldados, sería fácil para ellos tomarle por sorpresa cuando estuviese ebrio y así matarle. Aunque Hródmund sabía perfectamente quienes eran esos que despreciaban la presencia de sus aliados, así que los apartó en un salón, lejos de Guldandéur para que la fiesta no fuera interrumpida por discordias.
La diversión continuó, desde el atardecer hasta la medianoche, y todos los que estaban presentes cayeron dormidos, exhaustos por el griterío, risas y éxtasis por haber bebido demasiado. Ninguno sabía lo que aquellos teutones traidores estaban tramando en su salón, porque habían ido por sus armas, escudos y armadura, con el fin de prepararse para asaltar Guldandéur y acabar con la vida de Óswunn y los anglos esa misma noche. De hecho, el mismo Hródmund estaba profundamente dormido, y su esposa descansaba a su lado; ninguno se percataba que en el exterior venían aquellos hombres, con las antorchas prendidas y uno de los guardias, que estaba cuidando la entrada de Guldandéur, dijo a su compañero: —¿Puedes ver lo que viene a la distancia? ¿Acaso es el fuego que un dragón escupe de su gran boca? ¿O es la luz del alba?
Su compañero respondió: —No es la luz que emite una gran bestia y tampoco es el resplandor del sol que se levanta a la distancia, aquellas son antorchas.
Y entendieron que aquellos eran sus compatriotas armados para luchar, y sin demora entraron en el salón y cerraron las puertas poniendo dos tablones para asegurarlas. Ellos esparcieron la noticia entre los presentes y Hródmund se despertó, tomando sus armas para defender a sus invitados. Aquella noche, los anglos que estaban en salón pelearon con valentía contra los teutones que intentaban entrar tras haber roto las puertas. La pelea fue violenta, pues cada grupo chocaba sus escudos contra los del contrario, y ninguno, hasta ese momento, nadie había logrado matar a alguien, pero si se habían infligido graves daños. Y la pelea duró cinco noches y al amanecer del sexto día, los teutones traidores lograron entrar con éxito en el salón.
Editado: 26.07.2020