Al volver a casa todo parece ir mejor. Habíamos quedado en salir, es una forma de pedir disculpas por el otro día. Y no me pareció nada mal la idea.
Mencionó que llegaría algo tarde, pero si deseaba podía ir pidiendo la comida. Lo esperé.
Pasó alrededor de una hora, envié mensajes. Nada. Dos. tres. Cuatro. Y nada.
El lugar estaba por cerrar así que salí frustrada y enojada. Dejarte plantada, ¿a mí?. qué le pasa. Al llegar a casa lo ví bien sentado viendo tele como si nada.
—Andrés…
—Dime. —No volteó.
—Te esperé cuatro horas, no llegaste.
—Estaba muy cansado.
—Esa es tu nueva excusa.
—Dios mío, qué haces todo el día. Se supone que estamos de vacaciones, ¿trabajar?, lo dudo. A donde se están yendo.
Su respiración se volteó más pesada como si estuviera cansado de esto al igual que yo.
—Mira, en primer lugar vinimos acá tanto por vacaciones como por algunos contratos que tengo que hacer. Además hace mucho que no veo a mi familia, y si eso te molesta entonces eres una egoísta. —Dejé caer mi cartera con molestía en la silla, que diablos. —Al menos podrías haber avisado.
Fui a la habitación, con tan solo verme en el espejo me sentí tan estúpida. Maquillaje. Vestido. Pelo arreglado. Tacones. Todo para que. En pocos segundos tiré todo. No dudé en ponerme la ropa más cómoda que tenía, no pude ni desmaquillarme antes de caer rendida en la cama. Luego de unas horas me levanté solo para ir al baño. En el espejo, el maquillaje empezaba a correrse. Me limpié los labios con la manga de la camiseta. La cara también. Era un desastre de persona. Volví a la cama en cuanto acabé. Entonces, la puerta se entreabrió.
—¿Estás bien? —preguntó desde ahí, sin acercarse. Algo serio
—Sí —mentí. Quizás eso era estar bien ahora. No dijo nada más. Cerró la puerta con suavidad, como si no quisiera molestar. O como si todo ya estuviera resuelto. O… como si no importara. Prefería dejar las cosas así, a la ligera. Me quedé a oscuras. En silencio. Quise hablarle. Decirle que me dolió y poder solucionar todo más que todo, que sus actitudes me hacían sentir invisible. Que no era la salida lo que me molestaba, sino que ya no me miraba como antes. Pero callé. Porque ¿de qué servía? ¿cambiaría algo?
Ese era Andrés ahora. El hombre que ya no llegaba, que ya no preguntaba, que ya no avisaba. El que te dice que eres egoísta por esperar algo tan básico como ser tenida en cuenta.
Y yo… yo era la misma tonta que seguía esperando algo que ya no existí. Puede que esté malinterpretando las cosas y realmente me dijo la Verdad.
A la mañana siguiente desperté con muchos ánimos. Todo estaba en silencio. Andrés no se encontraba en la habitación. Tal vez había dormido en el sofá. Me quedé mirando el techo un rato. Tenía esa sensación molesta en el pecho acompañada de náuseas. Como si hubiera hecho algo mal. Me levanté y fui directo a la cocina. Había una taza de café servida. Tibia. Un gesto ¿de él?. Lo tomé como una señal de que tal vez me había pasado anoche, esta vez Andrés no se había levantado o el hecho de que me dañara, al menos físicamente Quizás de verdad había estado cansado. Al fin y al cabo, dijo que tenía contratos, trabajo...
Me senté en el comedor con la taza entre las manos, mis manos se tornaron tibias sintiendo esa calidez, me quedé mirando la pantalla del celular. El pensamiento no paraba de perseguirme. Quizás fui injusta. Quizás fue mi tono. Tal vez debí haber entendido que estaba agotado. Yo también he tenido días pesados. Y si de verdad había ido a ver a su familia, ¿quién era yo para reprocharle?. Era su familia, y cuando se trata de familia todo lo demás pasa a segundo plano, puede que sea su prometida, pero la familia siempre es primero.
—No todo tiene que ver contigo, Lía —me dije en voz baja, como si al repetirlo empezará a darme ánimos a mi misma, o solo buscaba una excusa para no sentir esa sensación rara en el estómago Pero el nudo seguía ahí. En el estómago. En la garganta.
Tomé mi celular y de pronto envié un mensaje para escribirle: “Perdón por cómo reaccioné anoche. No quise ser injusta."
Pasaron cinco minutos. Luego diez. Tomé la taza y la llevé al lavadero, más por no saber qué hacer con las manos que por otra cosa. A los veinte minutos volví a revisar. Nada. Me llegó un pequeño recuerdo. "Quien se disculpa primero, pierde", decía mi mejor amiga Alba. Pero yo no quería ganar. No perderlo. No a él. Un rato después escuché que la puerta principal se abría. Andrés entró hablando por teléfono, con una sonrisa suave, una de esas que hacía tiempo no me daba a mí. —Sí, sí, ya estoy aquí. Hablamos luego. —Cortó al verme, como si me hubiera sorprendido en algo que no debía ver.
—Hola —le dije, forzando una sonrisa.
abrazó, enterré mi cara en su cuello. Odiaba exagerar mucho, —¿Leíste lo que te mandé? —pregunté finalmente, bajando la voz. No quería perder el contacto que teníamos, no ahora.
—Sí —dijo apretando más el aagrre.—¿Y…? —¿Y qué? Ya está, Lía. No pasa nada. —Se acomodó en el asiento como si acabáramos de hablar del clima. —Vamos al ver el mar. Guapa
Guapa…
Fuimos al balcón, él me volteó para quedar cara a cara. —Un contrato ha salido mejor que nunca así que, qué te parece si vamos al cine — Beso mi cabeza, y miles de sensaciones vinieron a mí. —Me parece bien con tal de que sea contigo.
Otra vez esa sonrisa. Como no podía enamorarme de él si es precioso, más de cómo se lo imaginan. Es una estatua hecha de cristales que reflejan cosas tan bonitas que con solo tocarlo te da miedo de romperlo.
Nos arreglamos rápido. No necesitaba mucho. Con él, a veces, bastaba con que me dijera cosas lindas para que me olvidara de todo lo anterior. Durante el camino al cine no hablamos mucho. Él iba manejando, una mano en el volante, la otra sobre mi pierna. Como antes. Cantábamos “Deseandote” de Frankie Ruiz. Algo en mi decía que me debía decirle que me dolía su silencio aquella noche. Pero no quise arruinar el momento. No esta vez.