¿Él era el indicado?

Migajas

Desperté antes que él. La luz se colaba entre las cortinas con suavidad, como si tampoco quisiera interrumpirnos. Me quedé ahí un momento, inmóvil, sintiendo su respiración en mi nuca. Deslicé con cuidado su brazo de mi cintura y me senté en el borde de la cama. Me llevé las manos al rostro. Me miré en el espejo frente a la cómoda.

Me vestí despacio, sin hacer ruido. Fui a la cocina y serví café para ambos. Lo dejé sobre la mesada, también hice keke de zanahoria que me llevó unos cuántos minutos. No sabía si seguiríamos hablando de lo de anoche, si se acordaría siquiera de lo que dijo. Encendí mi celular. Cero mensajes. Cero llamadas. Todo tranquilo. Demasiado.
Andrés apareció minutos después, con el cabello despeinado, aún con la voz ronca del sueño.
—Buenos días guapa—dijo, apoyando un beso en mi mejilla.

Respondí con una sonrisa que no me salió del todo natural. —¿Tienes que salir hoy? —pregunté. —Sí, tengo que reunirme con unos socios por el contrato que salió. Pero no será mucho. A mediodía estoy libre —dijo mientras revisaba su celular. No me miró mientras hablaba.

—¿Y si salimos a almorzar?

—Lo vemos luego, ¿sí? Depende cómo vaya todo. te amo

Asentí. Me quedé ahí, con mi taza entre las manos, escuchando cómo se alistaba. El sonido del cepillo de dientes, la puerta del ropero, el ruido de las llaves al caer sobre la mesa.

Antes de salir, se acercó a mí. Me dio otro beso en la frente.
—Nos vemos luego, guapa.
Y se fue.

Me quedé mirando la puerta cerrarse. Pensé en lo que había sentido anoche. En su abrazo. En su disculpa. Me senté en el sofá. Abrí la galería de fotos. Busqué una en específico: nosotros en la feria, hace más de un año. Él me abrazaba desde atrás, sonreímos los dos como si el mundo entero estuviera hecho solo para ese momento. Toqué la pantalla con los dedos.Me llamaron por videollamada. Era Alba.

—¿Hola? —atendí sin mucho ánimo.

—¿Otra vez con esa cara de muerta? —bromeó. Su tono era ligero, pero su mirada decía otra cosa.
—Dormí mal —mentí.
—¿Y Andrés?

—Salió.

Alba frunció los labios. Sabía que había más, pero no insistió. Solo dijo:

—Ven a mi casa el viernes. Las chicas también van. Te extraño.
—Veré si puedo.
—¿verás?, o le vas a pedir permiso a tu novio —No me gustaba cuando Alba hacia ese tipo de comentarios hacía Ándres, Alba y él nunca se han llevado del todo bien, pero ella sabe lo mucho que me molesta el hecho de que hable de él de esa forma.

—Sabes que no. Nunca le he pedido permiso a Ándres para algo.

—Entonces te esperamos, relájate. Parece como si todo el día estuvieras metida ahí.

Salí de casa, ella en cuestión de segundos me mando su dirección. No tardé casi nada en llegar, me hacía bien pasar el rato con ella.

—Líaaa — Gritaron apenas me vieron parada afuera y corrieron a abrazarme, y yo igual a ellas. Sentir su calidez era increíble —Yo también las extrañe chicas.

—Ya chicas, la están asfixiando. Te extrañe —Por poco y me salen las lágrimas de tan solo ver a Alba, mis brazos actuaron por sí solos para abrazarla. —Yo también te extrañe. Y…

Se separó del brazo para tocar su vientre —¿Qué?. Asintió

—Tengo tres meses.

—No juegues con cosas así.

—No estoy jugando Lía, vas a ser tía.

La abracé con emoción, la nostalgia vino a mi de inmediato Alba era una increible persona al igual que su marido ambos eran el uno para el otro y sé perfectamente que esta noticia era más que una bendición para ellos había vivido con Alba hace años atrás y fuimos al mismo colegio eramos como hermanas, casi inseparables, hasta que yo tuve que mudarme para seguir mis metas fuera del país y ella se quedó aquí así que solo en algunas ocasiones, pero no tenía ni idea de que esperaba un bebé.

—Felicitame también a Aaron, debe estar llorando al igual que yo. —Al poco tiempo que conocí al esposo de Alba me di cuenta que era muy efectivo y sentimental. —Ya te imaginas, le conté y lloró todo el día mientras le contaba a su mamá y familia la noticia.

Reí con ternura. Podía imaginarlo perfectamente, a Aaron con los ojos rojos de tanto llorar, abrazando a Alba como si tuviera en los brazos el mayor tesoro del mundo.
—Me alegra tanto por ustedes —dije, y esta vez las lágrimas sí me brotaron sin remedio. Alba me abrazó de nuevo, con fuerza, como si quisiera dejar grabado ese instante en mí. Era como una hermana para mí y pensar que ya va a formar una familia me alegra más que a nada en el mundo

Pasamos el resto de la tarde entre risas, recuerdos y confidencias. Sus amigas me preguntaban de todo: cómo me iba, si pensaba casarme pronto, si Andrés era “tan atento como parecía en las fotos”. Yo sonreía, respondía con evasivas, y cada tanto desviaba la mirada a Alba. Ella me conocía demasiado bien. Bastaba un cruce de ojos para que entendiera que estaba incómoda.

En un momento, mientras las demás iban a preparar algo de comer, nos quedamos solas en el sofá. Alba acariciaba distraída su vientre, con esa mirada serena que yo siempre había admirado en ella.
—No me vas a engañar, Lía —dijo de pronto, mirándome con seriedad—. ¿Qué está pasando con Andrés?

Sentí un nudo en la garganta. Abrí la boca para negarlo, pero no me salió la voz. Solo jugueteé con la taza de té entre mis manos.
—No es nada… —susurré al fin, aunque sonara poco convincente.
—Claro que es algo. Nunca estás tranquila. Esa sonrisa forzada que traes… yo te conozco, ¿recuerdas? —apretó mi mano—. No tienes que decirme todo, pero al menos sé honesta contigo misma.

Tragué saliva. Su sinceridad me dolía, porque sabía que tenía razón. Recordé la mañana con Andrés, su beso distraído, su “te amo” automático. Recordé también las noches en que yo lo esperaba horas enteras, con la cena fría sobre la mesa.

—A veces siento que lo pierdo, y tengo miedo de ello. No quiero que esto se vaya haciendo más grande y todo acabe… —admití al fin, con un hilo de voz. Al pronunciar la voz “acabe” sentí que el nudo en la fragante se apretó mucho más en la idea de solo acabarlo todo




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