El error más bonito

Capítulo 3 — El silencio también duele

Después de aquella noche en la villa, algo cambió en Aelina. No lo dijo en voz alta. No lo escribió en su diario ni lo comentó entre amigas. Pero lo sintió. En la piel, en el pecho, en la forma incómoda en que evitaba ciertas miradas o reuniones familiares que antes le parecían inocentes.

No fue por vergüenza.

Ni siquiera por culpa.

Fue miedo.
Miedo a no poder separar lo que había sentido esa noche de lo que se suponía que debía sentir por alguien considerado “familia”. Aunque en su mente supiera que no lo era. Aunque en el fondo de su alma supiera que esa conexión… no era normal.

Comenzó con lo más simple: dejar de asistir a reuniones donde sabía que él podía estar. Se escudaba en el trabajo, en la universidad, en cualquier excusa que sonara lo suficientemente creíble. Su madre, al principio, no notó nada. Después, sí. Pero no preguntó. Quizás por respeto, o quizás porque sabía que a veces, Aelina se escondía en su mundo para protegerse de sí misma.

Los años pasaron, y con ellos, la distancia se volvió costumbre. Los apellidos se mezclaban, las ramas familiares se expandían y las conexiones se desdibujaban. Nadie preguntaba por él. Nadie mencionaba aquella noche.

Pero Aelina sí la recordaba.
Sobre todo cuando pasaba por alguna villa con piscina. O cuando veía en redes sociales una foto grupal de una fiesta familiar y su rostro —el de él— aparecía borroso al fondo.

Nunca lo bloqueó.
Nunca lo buscó.

Pero cada cierto tiempo, se preguntaba si él recordaba. Si aquella noche fue un momento tan insignificante para él como todos juraban que fue… o si también despertaba a veces con la imagen de ella tan cerca.

Una sola vez, en un impulso tonto y nostálgico, entró a su perfil. No lo tenía privado. Lo había encontrado por pura casualidad. No subía mucho. Una foto de un carro, otra de una vista desde el trabajo… y una más.
Una niña.

De cabello oscuro, piel morena y unos ojos grandes como faros de luna.

La descripción solo decía:
"Mi vida entera."

Aelina cerró la app al instante.
No supo si fue por celos, tristeza, o simplemente porque ver su vida desde lejos le dolía más que imaginarla. Desde entonces, se prometió no buscar más. Y lo cumplió.

Hasta aquella fiesta…
Hasta el sábado que cambió el curso del silencio.




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