Había muchas cosas que él no recordaba de su adolescencia. Fechas. Nombres. Momentos que la vida fue borrando entre mudanzas, trabajos y responsabilidades que llegaron antes de tiempo.
Pero a ella…
A ella nunca logró sacarla del archivo mental donde uno guarda lo que no se atreve a nombrar.
No hablaba de eso con nadie. Ni siquiera con su mejor amigo, ni con la madre de su hija cuando aún estaban juntos. Lo que había pasado esa noche en la villa —o mejor dicho, lo que no pasó— quedó entre su memoria y el silencio.
Pero eso no significaba que se había ido.
A veces, en medio de la rutina, aparecía su rostro sin permiso.
Aelina.
La chica de mirada distraída, risa nerviosa y piel suave como papel nuevo.
La que dormía a centímetros de él con una inocencia que no podía tocarse.
Y aunque no hubo caricias… el deseo fue real. El conflicto también. Porque en ese momento, incluso con la sangre diciendo que no eran nada, el entorno familiar gritaba que sí.
Él la había reconocido desde el primer segundo en la fiesta reciente. No por el rostro, que ya era de mujer, sino por la energía. Esa misma calma tensa que siempre la envolvía.
Y cuando su hija corrió hacia ella como si se conocieran de antes, supo que el universo tenía un sentido del humor cruel.
Verlas juntas fue como mirar algo que no debía. Como sentir que algo estaba mal y demasiado bien al mismo tiempo.
Y cuando la niña se quedó dormida en su regazo, él no supo si fue ternura, atracción o algo más profundo lo que sintió. Solo supo que tenía ganas de quedarse allí, observándola, preguntándose por qué demonios seguía siendo tan fácil sentir paz con ella cerca.
—¿Te acuerdas? —le preguntó, casi sin pensarlo.
Y cuando ella dijo que sí, cuando admitió que huyó porque sentía lo que no debía, supo que no estaba solo en ese recuerdo.
Pero se calló.
Porque tenía una hija.
Porque habían pasado años.
Porque no tenía derecho a querer mirar más allá de esa noche, aunque parte de él… lo deseara con una fuerza que no quería admitir.
Cuando ella se fue, ni siquiera intentó alcanzarla.
Solo se quedó ahí, con el corazón apretado y la niña dormida a su lado.
Acarició el cabello de su hija, pero su mente no estaba en el presente.
Estaba en un sofá.
En un recuerdo.
En una muchacha que ya no era la misma… y en lo que podía pasar si el pasado se atrevía a volver, esta vez, con hambre.