El error más bonito

Capítulo 9 — Y justo cuando parecía simple…

El resto de la tarde fue un espejismo.

Ella volvió a mezclarse entre los primos, entre las risas casuales, como si nada hubiera pasado. Pero algo sí había pasado. Lo sentía en los labios. En la piel. En el pecho.
Ese beso…
Tan contenido, tan suave… tan peligroso.

Él no volvió a acercarse el resto del día. Pero cada vez que Aelina lo buscaba con la mirada, lo encontraba ya mirándola. Como si la conversación que habían tenido con sus bocas fuera más fuerte que cualquier palabra.

Justo cuando pensó que el día no podía complicarse más, su prima —una de las habladoras, de esas que todo lo saben sin que nadie se lo diga— se le acercó mientras recogían lo último de la mesa de postres.

—¿Sabes que él está solo, verdad? —dijo, como quien lanza dinamita con una sonrisa dulce.

Aelina la miró de reojo, disimulando el impacto.

—¿Ah sí?

—Ajá. La nena vive con él desde hace como un año. Dicen que la mamá se fue a vivir fuera. La cosa es que… antes de eso, estaban juntos. Mucho tiempo. Como ocho años.

—Wow —fue todo lo que pudo responder.

—Y tú sabes que tú le gustabas desde chiquita, ¿verdad? —añadió la prima, bajando la voz como si compartiera un secreto valioso—. Si supieras todo lo que decían los varones… tú siempre fuiste la “prohibida linda”.

Aelina se quedó en blanco.

—¿Quién decía eso?

—Ay, mija. Todos. Pero él en especial. Siempre te miraba diferente. Aunque tú te borraste… como que desapareciste después de aquella fiesta. Y él nunca habló del tema.

La otra se alejó para seguir hablando con alguien más, como si no acabara de abrir una herida que Aelina no sabía que tenía.

Se quedó quieta.
Respiró profundo.

Entonces entendió:
No era un secreto solo entre ellos.
Tal vez nunca lo fue.
Tal vez siempre hubo miradas, sospechas, comentarios detrás de las puertas.

Y aunque lo que estaba empezando ahora era real… también traía consecuencias.

Aelina no supo si sentirse expuesta o liberada.
Solo sabía que después de hoy… ya no había vuelta atrás.

Porque ahora sí lo miraban distinto.

Y quizás, solo quizás, ya era demasiado tarde para fingir que ese beso no había cambiado todo.




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