El error más bonito

Capítulo 17 — Nadie tiene por qué entenderlo

Las cosas no se escondían tan fácil como antes.

Un comentario aquí, una mirada allá, una foto casual en una historia familiar donde ella y él salían de fondo, demasiado cerca. Las piezas comenzaron a juntarse… aunque nadie decía nada directamente.

Pero el cuchicheo se sentía.

Aelina lo notaba en las tías que bajaban el tono al verla llegar.
En el primo que hizo una broma “sin querer” con doble sentido.
En las miradas incómodas cuando ella se acercaba a la niña, como si no tuviera derecho a encariñarse con alguien que no era suya.

Y una noche, después de semanas de encuentros secretos, llamadas de madrugada y mensajes que ardían más que el sol de Ravendale, él la miró serio, con el ceño fruncido.

—¿Estás segura de esto? —le dijo, tocando su muñeca con suavidad—. No quiero que te sientas culpable.

—¿Por qué? ¿Por sentir? —le respondió ella, mirándolo directo—. Estoy cansada de callar lo que me nace.

—No lo digo por mí. Lo digo por los demás. Por tu mamá, por los que nos miran como si estuviéramos rompiendo algo sagrado.

Aelina apretó la mandíbula.

—¿Y qué rompemos? ¿Un lazo que solo existía por costumbre? Yo no soy tu prima. Tú no eres mi hermano. Nadie tiene por qué entenderlo… porque solo tú y yo sabemos lo que se siente.

Él no respondió.

Solo la abrazó.

Y después de eso, la llevó contra la pared más cercana.

La besó como si la conversación no importara, como si la única verdad estuviera escrita en la piel de ella. Le subió la blusa, le bajó los pantalones con una urgencia brutal, y cuando la tomó, fue como si lo hiciera para marcarla.
Fuerte.
Profundo.
Sin pedir permiso.

Sus manos la sostenían de la cintura. Sus labios no se despegaban del cuello.
Y ella se entregó. Con las uñas en su espalda, con los ojos cerrados, con las piernas temblando.

Gemía su nombre entre dientes.

Y él le respondía con movimientos firmes, hasta que sus cuerpos se estremecieron al mismo tiempo.

Fue sexo.
Pero también fue amor.

Uno que no pedía validación externa.
Uno que solo necesitaba ser vivido sin miedo.




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