Aelina despertó desnuda entre las sábanas de su cama.
Su cuerpo aún sentía el peso de la noche anterior.
El eco de su nombre dicho entre gemidos.
La forma en que la sostuvo después. Como si ya no tuviera miedo de que alguien los viera juntos.
Pero al mirar su celular, encontró un mensaje de su madre.
> “Tenemos que hablar. Urgente.”
El corazón le dio un brinco. Se vistió rápido. Se peinó de cualquier forma y fue directo a casa de su mamá. La encontró en la terraza, con una taza de té y el ceño fruncido.
—Te vi.
Aelina se quedó quieta.
—Mamá…
—No —la interrumpió—. No voy a juzgarte. Solo quiero entender.
Y Aelina, por primera vez, no se defendió.
Le contó todo.
Desde el recuerdo en la villa hasta la noche que huyó. Desde cómo se reencontraron hasta cómo la niña, sin saberlo, le abrió una puerta que ella había cerrado con miedo.
Su madre no habló por un rato.
—¿Lo amas?
—Sí —dijo Aelina, sin dudar.
—Entonces lucha por eso. Pero hazlo bien. Con respeto. Con valentía. Porque el amor así… no se puede vivir a medias.