El error más bonito

Capítulo 20 — El error que se convirtió en deseo

La habitación estaba en penumbra. Solo la luz cálida de una lámpara encendida en la esquina dibujaba sombras suaves sobre las paredes, como si el universo supiera que esa noche no necesitaban más que eso.

Aelina se quitó la camisa despacio. No por pudor, sino porque quería sentir cómo cada segundo contaba. Cómo cada prenda que caía marcaba un paso más hacia ese lugar donde ya no existía el miedo.

Él la observaba desde la cama, con la espalda apoyada en la cabecera y los ojos ardiendo, como si cada parte de ella fuese sagrada. Como si todavía no pudiera creer que por fin la tenía así… solo para él.

—No te detengas —le susurró, con voz rasposa.

Ella sonrió apenas, bajando los pantalones con calma, sabiendo que lo tenía atrapado entre el deseo y la admiración.

Él estiró la mano, tomándola por la cadera y atrayéndola sobre él. Cuando sus bocas se encontraron, ya no hubo timidez. Solo hambre.

El beso fue profundo, húmedo, con esa entrega que solo se da cuando hay amor detrás del fuego. Las manos de él recorrían su espalda, sus costillas, su pecho, como si quisiera memorizar cada centímetro. Y Aelina… se entregó.

Moviéndose sobre él con ritmo suave, sintiendo cómo sus cuerpos se ajustaban perfectamente, como si toda esa espera hubiese tenido un propósito: hacer de ese momento uno que les quemara la piel.

Gemidos bajos llenaban la habitación. Ella lo montaba con los ojos cerrados y la boca entreabierta, mientras él la sujetaba por la cintura, guiando el vaivén con la firmeza de quien sabe exactamente dónde tocar para hacerla estremecer.

—Me encantas cuando tomas el control —le murmuró, con los labios sobre su cuello.

—No es control —jadeó ella—. Es que ya no quiero esperar más.

Cuando él la tumbó en la cama y la penetró otra vez, más profundo, más lento, el mundo se redujo a dos cuerpos que se conocían como si se hubieran amado en otra vida.

Y cuando llegaron juntos, temblando, sudando, sin palabras… solo se abrazaron.
Fuerte.
Con alma.
Con verdad.

—Este error fue lo mejor que me pudo pasar —susurró él, con la frente contra la suya.

—No fue un error —dijo ella—. Fue deseo contenido. Y ahora… es amor.




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