El error perfecto

Capítulo 3

Estoy en mi habitación, con las luces bajas y la ventana abierta dejando que entre la brisa nocturna. La música suena desde el parlante en la esquina, una lista de reproducción que uso solo en momentos como este, cuando el mundo parece demasiado ruidoso y yo necesito lo contrario: silencio interno.

Apoyo la cabeza contra la pared, sentada en el suelo con las piernas cruzadas, mientras dejo que la melodía suave de una canción instrumental me llene los sentidos. Cierro los ojos y respiro hondo. No pienso en Branon. No pienso en sus malditos ojos azules ni en lo mucho que dolió descubrir que el beso fue parte de una apuesta.

Estoy bien. Estoy controlada. Centrada.

Hasta que mi teléfono vibra a un costado.

Abro los ojos con un suspiro y estiro el brazo para tomarlo. La pantalla ilumina mi rostro en la penumbra. Es una notificación de Instagram.

@branon.holtz comenzó a seguirte.

Parpadeo. ¿Qué?

Lo desbloqueo sin pensar dos veces y entro a la aplicación. Mi corazón da un pequeño salto, y me odio un poco por eso. ¿Por qué tendría que importarme? ¿Por qué esta notificación me hace sentir como si algo invisible me apretara el pecho?

Entro a su perfil.

Branon Holtz.

Foto de perfil en blanco y negro. Él con el casco de hockey en una mano y la mirada seria, intensa, como si la cámara lo hubiera pillado pensando en otra cosa. En la biografía no hay nada, solo un emoji de portero y el nombre de la universidad.

Lo más extraño está debajo.

Siguiendo: 1.

Seguidores: 4.7k

Mi dedo se congela justo al pasar por esa línea.

Uno. Solo sigue a una persona.

Entro en esa lista por impulso y ahí está mi nombre. Solo el mío.

Mi estómago da un giro lento.

¿Esto qué significa? ¿Un intento de disculpa? ¿Una forma extraña de decir "aún me importas" sin tener que decir nada? ¿Culpa? ¿Orgullo herido?

Vuelvo a mirar sus fotos. Entrenamientos, partidos, momentos en el hielo, algunas con el equipo. Comentarios por cientos. Chicas dejándole corazones. Algunos de sus compañeros bromeando en los comentarios. Y él... como siempre: distante, inalcanzable, encerrado en ese muro silencioso de popularidad y fama que nunca pareció interesarle demasiado. Pero esto es distinto.

¿Me está buscando ahora?

Mi mente se va al día de la fiesta, a su boca presionándose contra la mía, a ese momento robado que se sintió tan real... hasta que se rompió por completo.

Me muerdo el labio, insegura. Parte de mí quiere bloquearlo. Otra parte quiere responderle, preguntarle qué quiere ahora. Y luego está la parte más difícil de todas: la que quiere creer que esto significa algo. Que tal vez, solo tal vez, se arrepiente.

La canción cambia a otra más lenta, una con piano y cuerdas suaves, casi nostálgicas. Cierro los ojos de nuevo, esta vez con el teléfono aún en la mano, apretado contra mi muslo.

Estoy cansada.

Cansada de sentir tanto por alguien que juega con mi cabeza. Cansada de dudar de cada gesto. Cansada de que la idea de él me desarme incluso cuando intento mantenerme entera.

Y sin embargo, no puedo dejar de mirar esa pantalla. Esa línea que dice que entre más de cuarenta mil personas, solo me eligió a mí.

¿Por qué?

Suelto un suspiro y dejo el teléfono a un lado, boca abajo, como si eso pudiera silenciar el ruido que acaba de despertar en mi pecho.

Me recuesto en el suelo y miro el techo. El ventilador gira lentamente, proyectando sombras suaves en las paredes. La música sigue sonando. Y yo sigo aquí, inmóvil, preguntándome si volver a confiar es una posibilidad... o un error que no puedo permitirme repetir.

Mañana decidiré si le respondo.

Mañana tal vez lo elimine.

Mañana... tal vez le pregunte por qué.

Pero esta noche, solo quiero respirar.

Y tratar de no sentir.

***

El sol apenas calienta esta mañana. Estoy apoyada contra una de las columnas de la entrada principal de la universidad, cruzada de brazos, con la mochila a mis pies. Tengo los lentes de sol sobre la cabeza y juego con una hebra de mi cabello mientras río con Josh, que está justo frente a mí, con su típica sonrisa tímida y ese acento suave que me hace querer provocarlo solo para escucharlo más.

—Y entonces le dije: "Esto no es una fórmula, es una condena", —dice entre risas, refiriéndose a una clase de física que claramente odia.

—Tú solo necesitabas que alguien lo dijera en voz alta —le respondo, sonriendo. Me gusta cómo se siente todo tan liviano cuando estoy con él. Fácil. Seguro.

Lo que no es seguro, ni fácil, es lo que pasa el segundo siguiente.

Un brazo se desliza por mi cintura con una firmeza que conozco, y antes de que pueda girar, unos labios presionan los míos. Me tensa el cuerpo de golpe. Reconozco su sabor. Su forma. El modo en que me deja sin aire.




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