Estoy en mi habitación, con una pierna doblada sobre la silla y la otra colgando, mientras intento concentrarme en el trabajo que Josh me pasó por correo. Historia Contemporánea. Él lo hace ver fácil, como si solo bastara con leer el título de un artículo y las respuestas vinieran solas. Pero no. Yo estoy aquí, hace veinte minutos, leyendo la misma frase por tercera vez porque mi cerebro decide distraerse con cualquier ruido, sombra o pensamiento.
El cursor parpadea frente a mí, esperando que escriba algo coherente sobre conflictos bélicos del siglo XX. Y justo cuando creo que por fin voy a encontrar el hilo, vibra mi celular.
Frunzo el ceño, lo tomo con desgano, pensando que será Ryan enviando memes o Josh con alguna corrección innecesaria. Pero no es ninguno de ellos.
Es Branon. En Instagram.
[Branon]: Hola, peleadora.
Mi corazón da un pequeño brinco. Literal. ¿Desde cuándo me habla por Instagram? Bueno, en realidad no es tan difícil, pero igual... me toma por sorpresa.
Sonrío sola.
[Yol]: Hola, chaqueta de cuero.
Tardo tres segundos en arrepentirme del apodo, pero ya está enviado. Branon responde enseguida con un emoji de risa y uno de fuego, y eso me hace reír.
[Branon]: ¿Sigues suspendida?
[Yo]: Sí. Día dos. Y estoy tratando de que Josh no me odie por escribir mal su trabajo.
[Branon]: No te preocupes, él se enamoraría hasta de tus errores gramaticales.
Pongo los ojos en blanco, pero una risa se me escapa. Lo imagino escribiendo eso con una sonrisita arrogante, y sí, me dan ganas de empujarlo... o de abrazarlo. Tal vez ambas.
[Yo]: ¿Y tú? ¿No deberías estar en entrenamiento o algo así?
[Branon]: Estoy. Solo que estamos en descanso.
[Yo]: ¿Y lo hiciste bien?
[Branon]: Detuve tres discos con la cara. Creo que eso cuenta como "efectivo".
Me atraganto de la risa.
[Yo]: ¿Con la cara?
[Branon]: Ajá. Ryan dice que voy a quedar más bonito ahora que tengo simetría en los hematomas.
Rio tan fuerte que tengo que taparme la boca para no alertar a mi madre abajo. El humor de Branon es raro. No es el tipo de gracioso que intenta hacer reír a todos. Es el que lanza una frase absurda con la cara más seria del mundo, y te parte en dos.
[Yo]: Debería grabarte. Te harías viral.
[Branon]: Prometo dejarme grabar si vienes a verme jugar. Te guardo asiento.
Me detengo. Leo el mensaje dos veces. El corazón me da ese saltito otra vez.
[Yo]: ¿Estás invitándome a un partido?
[Branon]: Sí. No todos los días alguien rompe narices por un amigo. Te lo ganaste.
Vuelvo a sonreír. No puedo evitarlo. Él tiene esa forma de decir las cosas que no suenan cursis ni obligadas. Solo... reales.
[Yo]: Solo si tú vienes a verme en una pelea.
[Branon]: Hecho. Pero solo si no tengo que sacarte del suelo como la última vez.
Suelto una carcajada breve y tecleo:
[Yo]: Prometo no destrozarle la cara a nadie. Bueno, no tanto.
[Branon]: Me gusta cuando mientes con descaro.
Muerdo mi labio sin darme cuenta, mientras la pantalla brilla con su nombre en la parte superior. Nunca imaginé escribir con él así. Pensé que era todo distancia y paredes, como si el mundo entero estuviera programado para que él se mantuviera lejos. Pero aquí está, diciéndome que me quiere ver, haciéndome reír como idiota en plena suspensión.
[Yo]: Entonces... promesa. Tú vienes a mi pelea. Yo voy a tu partido.
[Branon]: Promesa. Aunque me preocupa que tú ganes más público que yo.
[Yo]: Obvio. A nadie le gusta ver hielo. Les gusta ver sangre.
[Branon]: Ahora me das miedo. Más que antes.
[Yo]: Y tú sigues escribiéndome. Qué masoquista.
[Branon]: Solo con algunas personas. Muy selectivo.
Dejo el celular sobre la cama por un segundo, boca abajo, como si necesitara respirar. Me apoyo contra el respaldo, aún con una sonrisa floja que no se me va del rostro. En la pantalla del computador, el trabajo de historia sigue ahí. Incompleto. Olvidado.
Y aunque debería sentirme culpable, solo pienso en que mañana va a ser más fácil. Porque Branon está del otro lado del teléfono. Porque, de alguna forma, se está acercando.
Y porque —aunque no lo diga en voz alta— estoy empezando a querer que lo haga.
***
Salir a comer no parece gran cosa para la mayoría. Para mí, hoy lo es todo.
Me ajusto la gorra que me cubre parcialmente el rostro mientras caminamos hacia el local de hamburguesas. Mamá lleva su bolso colgado al hombro y papá va a su lado, hablando sobre una serie antigua que según él "cambió la televisión para siempre", como si no la repitiera cada seis meses.
Entramos al lugar y un olor glorioso a grasa y papas fritas me recibe como un abrazo de esos que no se dan con palabras. Me relajo de inmediato. Nada de juicios, nada de miradas acusadoras por un ojo morado o por mis antecedentes en el campus. Solo comida chatarra, luces cálidas y música tonta de fondo.
Editado: 02.10.2025