El error perfecto

Capítulo 9

El vapor aún envuelve mi piel cuando salgo del gimnasio, con el cabello húmedo y la toalla colgando de mi bolso. Mis músculos están relajados, pero aún siento la descarga de adrenalina en cada rincón de mi cuerpo. La pelea estuvo bien. Más que bien. Controlé mi ira... hasta que me provocaron. Aún así, me detuve. Markus me dio una sonrisa de orgullo, y eso es todo lo que necesitaba.

El aire de la noche me recibe con una brisa suave, fresca. Respiro hondo. Me siento viva.

Camino hacia la acera, buscando mis llaves, cuando lo veo.

Branon está recargado contra su auto, como si llevara ahí un buen rato. Tiene los brazos cruzados, la chaqueta de cuero medio abierta, el cabello revuelto por la brisa. La mirada fija en mí. Algo dentro de mí se aprieta, se enciende.

—¿Qué haces aquí? —pregunto, sin dejar de caminar hacia él.

—Esperarte —responde con esa voz baja y segura que me hace estremecer.

Me detengo frente a él, notando cómo sus ojos recorren mi rostro, se detienen en mi boca y luego suben a mi mirada. El viento mueve un mechón de mi cabello oscuro hacia mi mejilla, y antes de que pueda apartarlo, su mano lo hace por mí con una suavidad que me sorprende.

Sus dedos rozan mi piel, apenas una caricia, pero es suficiente para que mi corazón empiece a golpear contra mis costillas como si quisiera escapar.

—Te ves bien cuando peleas —susurra, acercándose un poco más—. Pero también cuando estás tranquila... como ahora.

Sus brazos rodean mi cintura sin pedir permiso, como si supiera que no voy a detenerlo. No quiero detenerlo. Me dejo llevar.

Su boca roza la mía primero con una ternura inesperada, como si probara mi reacción. Pero cuando mis labios se abren apenas, él responde con más intensidad. El beso se vuelve más profundo, más lento, más real. Nuestros cuerpos se pegan, encajando con una facilidad que me asusta.

Su lengua se desliza entre mis labios y lo recibo sin pensarlo. El sabor de él es cálido, adictivo. Un calor denso se forma en mi abdomen y jadeo contra su boca, perdiendo el control por un instante.

No pienso. No racionalizo. Solo lo siento.

Su cuerpo contra el mío.

Sus dedos apretando mi cintura como si temiera que desapareciera.

Mi respiración entrecortada mientras el beso sube de temperatura.

Nos separamos despacio, con los labios aún rozándose. Mi frente se apoya en la suya mientras intento recuperar el aliento.

—Esto... —susurra él, apenas audible—. Esto está creciendo.

No respondo.

Porque lo sé.

Porque lo siento.

Y porque, por primera vez, no quiero hacer nada para evitarlo.

***

El auto se detiene frente a mi casa y por un instante, ninguno de los dos dice nada.

El motor aún está encendido, pero dentro del vehículo solo se escucha el sonido bajo de nuestras respiraciones. Afuera, la noche es tranquila, bañada por la luz cálida de los faroles del vecindario. Miro por la ventana, fingiendo que estoy pensando en cualquier cosa menos en el beso que compartimos hace solo unos minutos. Pero lo siento aún en la boca. En el pecho. En los latidos desesperados de mi corazón.

Branon no dice nada, pero puedo sentir su mirada sobre mí. Esa mirada intensa, fija, cargada de algo que no sé si debería darme miedo... o ganas de rendirme por completo.

—Gracias por traerme —murmuro, sin girarme del todo hacia él.

Mi mano va al cinturón de seguridad. Lo desabrocho, el clic suena más fuerte de lo que debería en medio del silencio espeso. Agarro mi bolso. Estoy a punto de abrir la puerta cuando lo siento.

Su mano.

Rápida, firme, rodeando mi muñeca con delicadeza, pero con una clara intención de detenerme. Me gira hacia él y no hay un solo segundo de duda. Solo acción.

Su otra mano me rodea la cintura y me jala hacia su lado con una fuerza medida, pero segura. Caigo contra su pecho con un jadeo leve, y entonces me besa.

Nada de sutilezas esta vez.

Su boca se funde con la mía con una intensidad que me corta la respiración. Su lengua invade mi boca con decisión, y la mía la recibe como si lo hubiera estado esperando todo este tiempo. El beso es húmedo, profundo, desesperado. Mis dedos se enredan en su camiseta, aferrándome a él porque el mundo parece inclinarse hacia nosotros.

No me alejo.

No quiero hacerlo.

Estoy completamente entregada, rodeada por el olor a cuero de su chaqueta, el sabor a menta y deseo en su boca, la presión de sus dedos marcando cada parte de mí que toca. Me siento viva, encendida. Como si este beso me hiciera recordar que soy más que el caos que arrastro. Más que los golpes. Más que la rabia.

Y cuando al fin se separa, sus labios rozan los míos una última vez. Nuestras frentes se tocan. El aire entre nosotros está cargado, eléctrico.

—No podía dejarte ir sin esto —susurra con voz ronca, como si le costara contenerse.




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