El error perfecto

Capítulo 13

Pov. Branon

Estoy de pie frente a ellos. Frente a los dos idiotas que creyeron que podían tocarla. Que pudieron levantarle la mano a Teal y salir caminando como si nada.

Me tiemblan las manos, no de miedo, sino de contención. Porque si fuera por mí, ya los habría estrellado contra las taquillas.

A mi alrededor, mis hermanos de hielo.

Rider, nuestro capitán, es el primero en plantarse a mi derecha. Sus brazos cruzados, su mirada clavada como cuchillos en sus pechos, porque ni siquiera los mira a los ojos. Como si no fueran dignos.

Kayden, a mi izquierda, no ha dicho una sola palabra, pero su mandíbula está tensa, las manos en los bolsillos de su chaqueta, los nudillos blancos. Sabemos que si alguien estalla primero, será él. Es callado, pero cuando golpea, lo hace para marcar hueso.

Detrás de nosotros están Nolan, Maddox, Levi y el resto del equipo. Como una muralla.

Y cada uno vino con el mismo propósito:

Asegurarse de que estos dos entiendan. De que nunca olviden.

Los encuentro en el pasillo trasero de los vestidores del gimnasio, donde no hay profesores, ni cámaras. Sólo nosotros y ellos.

—¿Qué pasa? —pregunta uno, el más alto. El que empujó a Teal. Su voz intenta sonar firme, pero ya está empezando a dudar.

Perfecto.

—Esto no es una conversación —le contesto con voz baja, firme. Dura como el hielo recién formado. —Es una advertencia.

El otro, el que la golpeó en las costillas, da un paso hacia atrás.

Bien. Que empiecen a temblar.

—Ustedes dos se metieron con la persona equivocada. Con la chica equivocada —dice Rider, su tono tan controlado que asusta más que si gritara—. La próxima vez que alguno de ustedes se acerque siquiera a ella, o a cualquiera de nuestras chicas, nosotros mismos vamos a asegurarnos de que sus piernas no vuelvan a servirles para correr tras un balón.

—Y no será en el campo, donde todos puedan verlo —añade Levi, con una media sonrisa que en lugar de aligerar el ambiente lo vuelve más denso—. Será en algún lugar como este. Sin testigos. Sin árbitros. Solo con consecuencias.

Nolan escupe a un costado y da un paso al frente.

—¿Ustedes creen que por levantar pesas y correr yardas tienen fuerza? Inténtenlo con un defensa de hockey con el cuerpo lleno de cicatrices y un historial de peleas en el hielo. A ver cuánto duran.

El pasillo huele a testosterona, sudor contenido y tensión. La respiración de los dos idiotas ya cambió. Lo noto. Están en modo "huida", pero sus pies están clavados.

—Teal es mía —digo finalmente. Y no por propiedad, sino por promesa. Por amor. —Y yo la defiendo como se defiende lo que se ama. Con todo. Con todo lo que tengo. Si la vuelven a tocar, si la vuelven a mirar con esa intención de mierda... los rompo.

Kayden se ríe, por lo bajo, por primera vez.

—Y cuando él termine, quedamos nosotros. Uno por uno. Jugada por jugada.

—¿Conocen esa sensación de perder una beca deportiva? ¿De que el sueño de la NFL se te escape de las manos porque alguien te fracturó las dos piernas con un golpe mal dado? —pregunta Maddox con una sonrisa que no llega a los ojos—. Yo sí.

—Esto no es una amenaza vacía —interviene Nolan—. Tenemos acceso. Tenemos respaldo. Sabemos hacer que algo parezca un accidente.

El silencio se vuelve espeso.

Uno de ellos intenta abrir la boca, quizás para disculparse, quizás para justificarse.

Pero alza la vista y se topa con la mirada de Rider.

Y se la traga.

—No olviden esto —les digo dando un paso al frente, lo suficiente para que sientan mi sombra encima—. El hockey protege a los suyos. Y Teal es de los nuestros.

Me giro. El resto lo hace conmigo. Como una sola unidad. Una sola fuerza.

Salimos del pasillo como llegamos: tranquilos, firmes, invencibles.

Y por dentro, sé que esto no borra lo que le hicieron.

Pero les asegura que no habrá una próxima vez.

No mientras yo respire.

No mientras tenga fuerza para levantar los puños.

No mientras exista hielo bajo mis pies.

***

Estoy parado frente a la puerta de su casa.

Y aunque me he lanzado al hielo en partidos donde nos jugábamos la temporada, esto es peor.

Más intimidante. Más real.

Nunca he entrado.

He pasado a buscarla mil veces. He esperado en el auto mientras ella sale sonriendo, con el cabello suelto y esa manera de caminar como si llevara el sol pegado a la espalda.

Pero hoy es diferente.

Hoy me invitó a entrar.

Y su padre abrirá esa puerta.

Me paso una mano por el cabello mientras respiro hondo. Mis nudillos rozan la madera justo antes de golpear suavemente.




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