Tengo la hoja frente a mí, el cursor titilando en la pantalla, y un Branon completamente fuera de sí a mi lado.
Bueno, no completamente. No está corriendo en círculos ni diciendo incoherencias. Pero lo conozco lo suficiente para darme cuenta de que algo le pasa.
Porque Branon nunca aprieta la mandíbula cuando escribe.
Y ahora lo está haciendo. Una, dos, tres veces en menos de cinco minutos.
—¿Estás bien? —pregunto con un tono casual, sin despegar los ojos del documento.
Un murmullo a mi derecha.
—Sí, sí. Todo bien.
No le creo.
Me doy vuelta y lo observo.
Está sentado con la espalda recta, demasiado recta para ser él. El bolígrafo entre los dedos gira sin parar y sus ojos se mueven del cuaderno a la pantalla sin que realmente parezca leer.
—¿Seguro? Porque pareces a punto de tener un infarto —insisto, frunciendo el ceño.
Él se ríe, pero es una risa breve. Tensa.
—No exageres, Teal. Solo estoy concentrado.
Ajá. Concentrado. Claro.
El mismo Branon que suele hacer bromas entre párrafos y se burla de los encabezados académicos ahora parece un robot atrapado en modo silencioso.
Me estiro para alcanzar la caja de galletas sobre la mesa del comedor y la abro con cuidado.
Le acerco una.
—Galleta de la verdad —le digo con una media sonrisa.
—¿Qué?
—Si no estás bien, esta galleta te obligará a confesarlo.
Branon me mira por fin, y sus ojos azules se clavan en los míos con una mezcla de cariño y duda. Toma la galleta, pero no muerde.
—No pasa nada, Teal —repite, y su voz suena firme esta vez, como si intentara convencerme de verdad.
Pero yo lo conozco.
Apoyo el codo en la mesa, lo observo unos segundos en silencio y luego suelto:
—¿Tiene que ver conmigo?
Él se queda quieto. Tan quieto que el bolígrafo por fin deja de girar.
—¿Qué? No. No, claro que no.
—Branon...
—Teal, en serio —dice rápidamente, y su mano busca la mía por debajo de la mesa. La aprieta con fuerza—. No es nada malo. Solo... estoy en mi cabeza, ya sabes.
—Tú en tu cabeza es un campo de hockey lleno de portazos emocionales —respondo con una ceja alzada.
Él suelta una risa real esta vez, más suelta.
—Puede ser.
Silencio.
El documento sigue en blanco. O casi. La introducción está escrita, pero la parte del análisis... sigue tan vacía como su mirada distraída.
—¿Quieres un descanso? —pregunto al fin.
Branon se encoge de hombros.
—No, podemos seguir. No quiero atrasarte.
—No me atrasas, tonto. Solo quiero saber qué pasa.
Se inclina hacia atrás en la silla, mira al techo como si esperara encontrar respuestas ahí, y finalmente suspira.
—Es una tontería.
—Dímela igual. Me gustan tus tonterías —respondo, y me inclino hacia él, tocando su rodilla con la mía.
Branon baja la vista.
Sus dedos juegan con el anillo que lleva colgado en una cadena. Uno que nunca me ha dicho de quién es, aunque a veces lo acaricia como si le hablara en secreto.
—¿Y si solo estoy... nervioso por algo que aún no sé cómo decirte?
Mis ojos se abren un poco.
—¿Por qué no lo dices tal cual es entonces? —le pregunto, bajando la voz, más suave.
Él se queda callado. Me mira. Me estudia.
Y sé que no lo va a decir todavía. No hoy. Pero el hecho de que quiera hacerlo me basta por ahora.
—Entonces... —me acerco con cuidado, dejando la galleta a un lado—. ¿Tú decides cuándo me cuentas lo que sea que te tiene así?
Branon asiente.
—Prometo que no es malo. Solo es... un tema que me tiene dando vueltas. Pero quiero que lo sepas en el momento correcto.
—Ok. ¿Me das una pista al menos?
—Es algo que me importa. Mucho. —Traga saliva—. Y tú también estás involucrada.
Me río bajito.
—¿Esto es una propuesta de matrimonio y olvidaste el anillo?
Branon suelta una carcajada esta vez, esa que adoro porque le arruga los ojos y le desordena el alma.
—Definitivamente no. No todavía.
—¿"No todavía"? —repito, alzando una ceja.
—Ups.
El silencio que se forma es raro, pero bonito.
Me acerco y le dejo un beso en la mejilla.
—Cuando quieras hablar, te escucho. Pero mientras tanto, vamos a terminar este trabajo o morir en el intento.
Editado: 02.10.2025