El error perfecto

Epílogo

Me río mientras intento no tropezarme por décima vez.

—Branon, si me haces chocar con otra puerta voy a arrancarte los brazos.

Él suelta una carcajada detrás de mí.

—Deberías confiar más en mí. Estoy guiándote como un profesional.

—Claro. Un profesional del caos.

Tengo una venda negra cubriéndome los ojos desde hace cinco minutos. Siento la luz del sol atenuada sobre la piel, el aire fresco de la tarde, el olor leve a césped húmedo y... algo más. Algo dulce. Como vainilla o canela. Branon me toma de las manos, caminamos unos pasos más. Oigo algo crujir bajo mis pies. ¿Grava? ¿Piedras? Estoy completamente desorientada.

—¿Listo para quitarme la venda o vas a seguir secuestrándome como un lunático adorable? —pregunto con una sonrisa.

Él se ríe suave, y puedo casi escuchar su sonrisa detrás de su voz.

—Faltan solo dos pasos. Y... ya. Párate ahí. No te muevas.

Sus dedos suben con delicadeza hasta la parte trasera de mi cabeza. Siento cómo deshace el nudo de la venda. La presión desaparece poco a poco, y la luz vuelve a filtrarse lentamente. Parpadeo varias veces mientras mis ojos se acostumbran al cambio.

Y entonces lo veo.

Mi boca se abre. Literalmente.

Estoy en su jardín. Pero no como siempre. Esta vez está transformado en algo salido de una película de romance empalagoso... y perfecto.

Luces cálidas están colgadas de árbol en árbol, como si cada una fuera una estrella bajada del cielo. Algunas cuelgan sobre nosotras, formando un techo de chispeo dorado que me deja sin aliento. La luz del atardecer todavía pinta el cielo con un tono rosa suave, y entre ese fondo y las luces tenues, todo parece un sueño.

Y en el centro del jardín, sobre el césped recién cortado, hay una mesa para dos. Cubierta con un mantel blanco, pequeños pétalos azules esparcidos por encima, velas encendidas en frascos de vidrio, y dos platos servidos con comida humeante que reconozco al instante.

—¿Hiciste... lasaña casera? —pregunto, completamente boquiabierta.

—Con ayuda de una receta online y una videollamada con tu mamá —responde con una sonrisa tímida mientras se rasca la nuca—. No me hagas muchas preguntas sobre la cocina. El horno y yo tuvimos una pelea.

—Branon... esto es...

—¿Demasiado? ¿Cursi? ¿Ridículamente perfecto?

—Maravilloso —susurro, mirándolo.

Él camina hacia mí, con sus zapatillas hundiéndose en el césped, y me toma las manos con esa calidez suya que nunca deja de hacerme vibrar el pecho.

—Teal, no tengo palabras grandes ni discursos épicos... pero quería que este cumpleaños fuera más que otro día en el calendario. Quería que supieras cuánto significas para mí. Y lo feliz que me haces.

Mis ojos se llenan de lágrimas antes de que pueda evitarlo.

—Lo lograste —susurro.

Él sonríe más amplio y me ofrece su brazo, como si fuéramos personajes en una novela histórica.

—¿Me concede esta cena, señorita cumpleañera?

—Con gusto, caballero.

Nos sentamos. La comida está caliente, el queso perfectamente derretido. Cada bocado sabe a amor y a torpeza culinaria, lo cual lo hace mejor. Branon se sirve vino sin alcohol (porque dice que el verdadero vino sabe a "uva adulta deprimida") y me llena la copa con cuidado.

—¿Y las luces? —pregunto mientras miro hacia arriba—. ¿Cómo las colgaste sin morir en el intento?

—Maddox, Nolan, Kayden y una escalera robada a la universidad —responde como si fuera lo más normal del mundo.

—¿Estás diciendo que los chicos te ayudaron?

—Más o menos.

Sonrío. Es tan Branon. Caótico, dulce y capaz de mover montañas solo para hacerme sonreír.

Comemos entre risas, historias tontas de su semana de prácticas, el resumen dramático de una influencer que se peleó con su maquillista (me lo cuenta como si fuera el chisme del año), y anécdotas vergonzosas que él cree que son graciosas pero que yo guardo en mi corazón como pequeñas joyas.

—¿Y si te dijera que tengo postre? —pregunta en voz baja, misterioso.

—Diría que eres oficialmente el mejor novio del planeta.

Él se pone de pie y va hacia una pequeña mesa auxiliar. Saca una tarta de chocolate decorada con glaseado azul y blanco que dice "Teal, mi caos favorito". Me río tanto que casi tiro la copa.

—¿Lo escribiste tú?

—Obvio. Se nota por la letra fea.

—Es adorable.

—Como tú cuando lloras por las películas de perros.

—¡Eso fue una vez! ¡Y el perro moría!

Comemos la tarta con cucharas, directamente del molde. Sin formalidades, como somos nosotros. Entre bocado y bocado, Branon se acerca, limpia una mancha de chocolate de mi labio con el pulgar y me besa justo ahí, suave, lento, sin prisa. Me derrito.

—Gracias por esto —le digo, recostando mi cabeza en su hombro mientras las luces titilan arriba de nosotros como luciérnagas mágicas.




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