El Error Que Nos Marco

CAPITULO 1

La mañana llegó con un sol dorado, suave y tranquilo. Los rayos entraban por los edificios del centro, tocando las paredes de cristal y cemento. La calle estaba llena de gente, los carros pitaban y el ruido de la ciudad se mezclaba con los pájaros.

Isy iba por la calle. Su pelo se movía con el aire fresco. Usaba un vestido celeste que resaltaba con el gris de la ciudad, y tenía una sonrisa de las que salen cuando estás ilusionado. No había dormido bien, pensando en Leonardo Valverde, su novio, que había llenado su vida de promesas en poco tiempo.

Esa mañana, luego de dejar un reporte en su trabajo, decidió caminar un rato antes de ir a casa. Quería comprarle un café a Leo en su lugar favorito, como sorpresa, porque sabía que él estaría en una junta importante. Eso le había dicho la noche anterior: “Mañana tengo una junta temprano, no podré verte”.

Ella pensaba en eso con cariño. No esperaba nada malo. No pensaba que ese día, su confianza se rompería de la peor forma.

Cuando llegó al Hotel Mirabella, uno de los mejores por ahí, el semáforo se puso en rojo. Isy se detuvo a esperar. Miró al frente y su sonrisa se borró.

De las puertas del hotel salió un hombre alto, traje oscuro, con la misma forma de caminar y de ajustar su reloj que Leonardo.

Su corazón se paró por un segundo.

—Leo… —susurró.

A su lado, una rubia con buen cuerpo se reía mientras hablaba. Tenía un vestido rojo que brillaba con el sol. Él, el hombre que Isy pensaba que era Leonardo, abrió la puerta del carro negro que esperaba. La mujer lo tocó la cara antes de entrar. Él miró a otro lado y se despidió rápido.

El carro sigue parado . Isy se quedó allí, como en una pesadilla.

No podía moverse. No podía respirar. Su corazón latía muy rápido, como queriendo escapar del dolor que sentía en ese momento.

—No puede ser —dijo, dando un paso atrás—. No es él…

Sus ojos se llenaron de lágrimas. La imagen del hombre, muy parecido a Leonardo, se quedó en su mente.
Sus piernas temblaban. No podía hablar.

El semáforo cambió, y la gente empezó a cruzar. Ella también, sin saber cómo, con los ojos llenos de lágrimas.

Mientras tanto, en la entrada del hotel, Darius veía el carro negro que no arrancaba. Su mirada no mostraba ni reflejaba nada. La mujer, Paola, una modelo famosa, le tiraba besos desde la ventana. Él solo subió una ceja.

—Darius, podemos vernos otro día, ¿sí? —dijo ella, coqueta sacando la cabeza por la ventana del auto.

—No entendiste —respondió él, arreglándose el saco—. Lo de anoche fue solo sexo, Paola. No repito con nadie.

—Eres malo —dijo ella, molesta.

—Y tú eres guapa, pero no me interesas. Vete en tu carro y adiós.

Darius se fue sin mirar atrás. Su voz fue tan fría que el que abrió la puerta del hotel se quedó sin respirar.

No sabía que cerca de ahí, una chica con el corazón roto lo había confundido con otra persona.

Isy caminaba sin rumbo. La ciudad parecía no tener sentido. Las caras de la gente eran borrosas, los sonidos eran un ruido lejano. Sentía el pecho apretado, como si quisiera desaparecer.

El olor a café de un lugar cerca la mareó. ¿Cómo iba a pensar en comprarle café a él?

—¿Por qué, Leonardo? —dijo llorando—. ¿Por qué me haces esto?

Sacó su teléfono temblando. No sabía si escribirle. Tenía miedo de lo que podría leer. Al final, marcó su número, pero no entró la llamada.

Apagado o fuera de servicio.

Esa frase la lastimó.

Una lágrima cayó por su mejilla. Se detuvo frente a una tienda y se miró. Estaba pálida y con los ojos rojos. No era ella.

—Pensé que eras diferente, Leo… —dijo bajito—. Creí que tú no harías esto…

Apretó sus labios para no llorar, pero no pudo. La gente la miraba con curiosidad, algunos con pena. Ella bajó la cabeza y siguió.

Darius, por otro lado, entró en su carro y prendió la radio. Un noticiero hablaba de negocios y política. No escuchaba nada. Su mente estaba en blanco, hasta que su asistente lo llamó.

—Señor Darius, tiene reunión a las diez con el consejo.

—Ya voy —respondió.

El semáforo en rojo lo paró en una esquina. Miró a la gente cruzando y vio a una chica que caminaba llorando.
Algo en su cara lo impactó. No sabía por qué, pero esa mirada triste le rompió el corazón .

Frunció el ceño, pero el semáforo cambió y tuvo que avanzar.

Isy llegó a su edificio. Subió las escaleras con dificultad. Cada paso era pesado. No podía meter la llave. Abrió la puerta y la luz del apartamento la recibió, tranquila, como si nada pasara.

Pero todo había cambiado.

Tiró el bolso en el sofá, dejó los papeles y se sentó en la alfombra, abrazando sus rodillas.

—Te odiaré por esto, Leo… —lloró—. Te juro que te odiaré…

Sus lágrimas mojaron su vestido. No podía dejar de pensar en él con la otra mujer, abriéndole la puerta del carro, y su reloj brillando con el sol.

El teléfono vibró. Isy levantó la cabeza. Era un mensaje de Leonardo.

Buenos días, mi amor. Ya llegué a la junta. No olvides desayunar, te amo.

Su mano temblaba. El corazón le dolía.

—¿Junta? —susurró—. Pero… si lo vi…

No sabía qué pensar. La imagen del hombre en el hotel era clara. ¿Podía haber alguien tan parecido a él?.

Leyó el mensaje otra vez. Tenía miedo.

—No… no puede ser —repitió—. No creo que sea otro…

Pero no era suficiente. Sus lágrimas volvieron.

Eran las diez cuando Liss, su amiga, regresó de yoga. Vio el silencio, el bolso tirado y los papeles en el suelo.

—¿Isy? —dejó la llave en la mesa—. ¿Estás aquí?

No hubo respuesta, solo un llanto en la sala. Liss la encontró en el piso, abrazada a una almohada, con los ojos hinchados.

—Dios mío, Isy… ¿qué pasa? —preguntó.

Isy la miró.

—Lo vi, Liss… con otra mujer… saliendo del hotel.

Liss frunció el ceño.

—¿Leonardo?

—Sí… —dijo—. Salió del hotel Mirabella con una rubia… y le abrió la puerta del carro.




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