Varios años después.
La tarde cayó suave en la ciudad, pintando las calles de dorado y rosa. El viento jugaba con las cortinas en casa, mientras las risas de los niños llenaban el aire. Esos sonidos que te quitan el cansancio y te dan paz.
Isy apenas cerró la puerta, oyó los pasos rápidos y el grito emocionado.
—¡Mami, mami, llegaste temprano! —gritó Lucas, corriendo con los brazos abiertos.
Isy no pudo ni dejar el bolso. Su hijo se le tiró encima con ganas, casi la tumba, pero el abrazo fue lo mejor.
—Mi amor —le dijo ella, alzándolo y llenándole la cara de besos—. Te extrañé mucho.
Lucas se rio, moviendo las piernas.
—¡Mami, ya! Me haces cosquillas —dijo riendo, intentando escapar.
Isy se rio también. Esa risa era su medicina después del trabajo.
—Vale, campeón, ya paro —le dijo, bajándolo—. ¿Dónde está tu hermana?
Lucas se encogió de hombros, pero antes que dijera algo, se oyó una risa desde el pasillo.
—¡Lucía! ¿Qué hiciste? —gritó Liss desde el cuarto, riéndose.
Isy frunció el ceño, pero ya sonreía.
—Eso no pinta bien —dijo, caminando al cuarto.
En la puerta vio la cosa más graciosa: Lucía, de cuatro años, estaba frente al espejo con la cara llena de maquillaje. Tenía los labios rojos hasta la nariz, las mejillas llenas de rubor y los ojos brillantes. Además, llevaba unos tacones enormes de su madre y un vestido grande.
—¡Tía Liss, mira! Me veo hermosa, como mamá —dijo Lucía girando, con el vestido arrastrando por el suelo.
Liss se reía.
—Lucía, pareces una estrella de cine… ¡de comedia! —dijo entre risas.
Isy se tapó la cara y respiró hondo antes de acercarse.
—Cariño, ya te dije que no toques mis cosas —dijo suave, pero se estaba aguantando la risa—. Quítate esos zapatos antes que te caigas.
—¡Mami! —dijo Lucía, moviendo el vestido y dejando olor a perfume—. Es que quería ser como tú.
Isy la miró con cariño, sin poder enojarse. Se agachó, le limpió el rubor con un pañuelo y la abrazó.
—Eres hermosa así como eres, mi amor. No necesitas maquillaje —le dijo, besándola en la frente.
Lucía sonrió, con sus ojos azules brillantes.
—¿O sea que no estás enojada?
—Solo un poco —dijo Isy, intentando no reírse—. Pero te perdono si me ayudas a guardar todo esto.
—¡Vale! —dijo Lucía sonriendo.
Liss agarró un pañuelo y empezó a limpiar, sacudiendo los frascos y los polvos.
—Ni en una tienda de moda hay tanto brillo —bromeó, mientras Lucía se reía.
Lucas asomó la cabeza, con las manos en los bolsillos y con carita seria, siempre conseguía hacer reír a su madre.
—¿Podemos ver la tele, mami? —preguntó.
Isy lo miró, con el zapato de Lucía en la mano.
—Sí, pueden. Pero sin pelear, Lucas. Los dos. Si oigo una pelea, nada de tele.
—Sí, señora —dijeron los dos, y salieron corriendo.
Se oían sus pasos, risas y la tele. Isy suspiró y se tiró en la cama, sonriendo cansada.
Liss la miró riendo.
—Tienes energía para el trabajo, pero los niños te agotan —bromeó.
Isy se rio.
—Ni me hables del trabajo. Hoy fue eterno. Pero bien —suspiró—. Creo que mañana me dicen que soy socia en el trabajo.
Liss se puso contenta.
—¡Qué bien! —dijo, dejando el maquillaje—. Sabía que te lo merecías.
Isy sonrió.
—Eso espero. Quiero más tiempo para ellos. Ayer Lucas me dijo que lo llevara al parque, y no pude.
—Ya verás que ahora es mejor —dijo Liss, dándole un toque en el hombro—. Ser socia te dará más tiempo para todo.
—Ojalá —dijo Isy—. ¿Y tú? ¿Cómo te fue hoy?
Liss suspiró, estirando las piernas y sentándose en la cama.
—Bien, pero mañana será interesante. Llega el jefe nuevo —dijo, sonriendo—. Dicen que es uno de los hijos de los dueños. El segundo, creo.
Isy levantó una ceja.
—¿Y cómo es?
—No sé. Dicen que es exigente y serio. Si es así, nos hará trabajar más —dijo Liss, riendo.
—Me alegro que sigas ahí —dijo Isy—. Pensé que te despedían cuando se fue Malena.
—Yo también —dijo Liss—. Pero antes de irse, Malena le dijo al jefe que le diera el puesto a Darius, con la que trabaje conmigo.
Isy sonrió.
—Ah, eres importante.
—Al fin lo ven —dijo Liss sonriendo—. Aceptó rápido, así que mañana trabajo con él. Estoy contenta.
—Yo también —dijo su amiga, levantándose—. Pero hoy necesitamos descansar. Y descansar significa… comida.
Liss la miró.
—¿Cocinarás tú?
—¿Yo? No —dijo Isy riendo—. Mejor vamos a comer fuera antes que los niños peleen por la tele.
—Vale. Pero recuerda que la última vez, Lucía me llenó el bolso de batido de fresa —dijo Liss.
—Lo prometo —Isy agarró su chaqueta y fue al pasillo—. ¡Niños, apaguen la tele, vamos a salir!
Los niños gritaron de alegría. Lucas salió corriendo con los zapatos mal puestos y el pelo revuelto, y Lucía se tropezó con el vestido.
—¡Vamos al restaurante! —gritaron los dos.
Liss negó con la cabeza.
—Ya saben a dónde ir.
—Sí —dijo Isy, ayudando a Lucía—. Al de siempre, con juegos y helados.
—El Castillo de las Pizzas —dijo Lucas—. ¡Quiero ir ahí!
—Vale, pero átate los cordones o te caes —dijo Isy, arrodillándose para ayudarlo.
Vio a sus hijos mirándola felices. Esos momentos le daban paz.
Liss agarró su bolso y miró a su amiga.
—A veces envidio tu caos.
Isy la miró.
—¿Mi caos?
—Sí, el ruido, la pintura, los juguetes. Mi casa es muy silenciosa —dijo Liss.
Isy la abrazó.
—El ruido de Lucia y Lucas es vida, pero cansa. Ven cuando quieras a sufrirlo conmigo —dijo riendo.
Liss sonrió y señaló a los niños, que ya estaban en la puerta.
—Si no salimos ya, se van solos.
Lucas y Lucía los miraban apurados.
—¡Mami, rápido! —dijo Lucía—. ¡Se hará de noche!
Isy agarró su bolso y revisó que llevara las llaves, el teléfono y una toallita, porque sabía lo que Lucía podía hacer con un helado.
—Ya voy, pequeña tormenta. Liss, ¿lista?
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Editado: 25.11.2025