El Error Que Nos Marco

CAPITULO 8

Un mes después

Un mes después, la oficina de Darius Valverde se había convertido en el lugar donde la tensión entre Liss y él se respiraba tanto como el perfume amaderado que él usaba. Era un espacio amplio, moderno, dominado por un escritorio de caoba oscura que imponía presencia apenas se entraba. La pared de vidrio daba vista a la ciudad, y la luz del mediodía se filtraba con suavidad entre las ventanas, iluminando el ambiente justo en el momento en que Liss apareció en la puerta.

Ella llevaba un vestido azul que abrazaba sus curvas con devoción y algo más. Cada paso que daba hacía que la tela se deslizara ligeramente, marcando el ritmo elegante y sereno con el que se movía. Darius levantó la mirada desde los documentos que revisaba, y por un instante, el mundo se redujo a la imagen de ella: cabello suelto, labios suaves, ojos que parecían mirarlo con un deseo oculto que lo destruía por dentro.

El corazón de Darius reaccionó antes que su mente. Ese vestido azul, ceñido a la cintura de Liss, era un arma contra todo control que él pudiera pretender tener. Tragó saliva, sintiendo ese calor conocido que le trepaba por el pecho y le endurecía la respiración. Era como una locura recurrente, una que se activaba siempre que ella entraba a su oficina, siempre que lo miraba, siempre que lo saludaba con esa sonrisa discreta pero encantadora.

Ella avanzó hasta su escritorio con una carpeta de documentos entre sus manos.

—Señor Valverde, disculpe que lo interrumpa, pero necesito que firme estas autorizaciones rápido —dijo Liss, con su voz suave, esa que siempre le rozaba la piel como un susurro a él.

Darius parpadeó apenas una vez, pero fue suficiente para darse cuenta de que no iba a poder fingir calma. No cuando la tenía tan cerca. No cuando su perfume, ese aroma dulce y fresco, se mezclaba con el aire de la oficina y lo atrapaba como una red invisible.

—Claro… —respondió él, aunque su voz sonó más profunda de lo habitual.

Liss sonrió, esa sonrisa que él siempre trataba de no mirar mucho porque sentía que podía perder el autocontrol. Apoyó los documentos sobre la superficie del escritorio, y al inclinarse un poco, el vestido azul dejó ver la fina línea de su clavícula. La piel de ella captó la luz, haciéndola brillar como si estuviera hecha de un material delicado y peligroso al mismo tiempo.

Darius sintió un impulso eléctrico al recorrer toda su espalda, como un aire que no podía desechar.

Ella no parecía consciente de lo que provocaba, o tal vez sí, pero lo disimulaba tan bien que eso lo volvía aún más loco.

Liss colocó un bolígrafo junto a los papeles.

—Aquí… y aquí también firme—dijo mientras señalaba con un dedo delgado los espacios que necesitaban su firma.

Darius se levantó de la silla. Tal vez no era necesario hacerlo, pero su cuerpo se movió automáticamente solo, como si hubiera esperado durante semanas ese mínimo acercamiento con ella . Cuando se puso de pie, su figura se impuso aún más: alto, elegante, con la camisa remangada hasta los antebrazos y la mirada fija en ella como si fuera lo único que necesitaba ver para sobrevivir.

Ella levantó la cabeza. Y sus miradas se encontraron.

Y en ese instante, no hubo papeles, ni urgencia, ni razón alguna para ocultar lo que ambos sentían.

Darius dio la vuelta al escritorio con pasos lentos. Cada uno sonó como un golpe suave pero profundo contra el suelo. El aire pareció hacerse más pesado, cargado de una tensión eléctrica que vibraba entre ellos.

Liss retrocedió apenas un paso cuando él se acercó demasiado cerca de ella.

—Se, señor Valverde… —susurró con su voz temblorosa. No de miedo, sino de lo que él le hacía sentir a ella. De algo que Liss misma intentaba contener y que la debilitaba cuando él estaba muy cerca, como en esos momentos.

Darius no le dejó más espacio.

La acorraló entre el borde del escritorio y su cuerpo, sin tocarla aún, pero tan cerca que ella sintió su respiración rozarle los labios.

—¿Cuándo me vas a regalar un beso, Liss? —preguntó Darius, con un tono bajo, rasposo, cargado de deseo.

Ella tragó saliva. Él lo vio. Lo sintió. Ese simple gesto la delató por completo.

—Se… señor Valverde… —balbuceó ella, mirando hacia un lado, aunque su cuerpo entero temblaba con un nerviosismo que no lograba controlar ni ocultar.

Darius levantó su mano lentamente y tomó su mentón con suavidad, obligándola a mirarlo a los ojos.

—Darius… —susurró él, con una intensidad casi peligrosa—. Llámame Darius.

Ese detalle, el nombre en su voz temblorosa, lo hizo perder el aliento por un instante. Ella no lo dijo, pero la sensación lo envolvió igual: Liss estaba igual de atrapada que él.

—Ya no soporto más, Liss —continuó él, acercando su rostro al de ella apenas unos milímetros—. Eres como una droga para mí… una que necesito probar con urgencia.

Ella abrió los labios para responder, pero Darius no le dio tiempo.

La besó, y el mundo dejó de existir para ellos dos.

El primer contacto fue suave. Tan suave que ella soltó un suspiro corto , casi en un pequeño susurro. Sus labios encajaron con los de ella con una lentitud calculada, como si quisiera memorizar la textura, el calor, cada detalle del sabor que tantas veces había imaginado. Pero ese beso suave no duró mucho.

Porque el beso hizo que el control se rompiers entre ellos dos.

Liss levantó las manos para apoyarlas en el pecho de Darius, tal vez para detenerlo, tal vez para sostenerse, pero apenas lo tocó, él profundizó el beso.

Sus labios se movieron contra los de ella con hambre, con necesidad contenida durante demasiado tiempo. El beso pasó de ser delicado a volverse intenso, cálido, profundo. Darius inclinó un poco la cabeza para acceder mejor a su boca, y ella respondió sin pensar, como si su cuerpo hubiera estado esperando exactamente ese acercamiento.

Los dedos de Darius se deslizaron por su cintura, marcando la curva con suavidad primero y luego con más firmeza. Liss sintió que el aire se le escapaba cuando él la atrajo más hacia él, eliminando el espacio entre sus cuerpos. Su piel ardía bajo las caricias de él, incluso a través de la tela del vestido.




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