El nuevo día amaneció más silencioso de lo normal… demasiado silencioso para una casa donde dos mellizos solían despertar cantando, gritando o peleando por el mismo muñeco.
Pero esa mañana, el silencio tenía un peso extraño, como si una sombra invisible se hubiera quedado suspendida sobre la mesa del comedor desde la noche anterior.
Liss estaba ahí, sentada frente a una taza de café que no se atrevía a beber, con los ojos hinchados por haber llorado hasta quedarse sin lágrimas. Isy, por otro lado, intentaba mostrarse entera mientras acomodaba platos, jugos, pan tostado y trozos de fruta como si ese pequeño acto doméstico pudiera ordenar algo en su interior.
Lucas y Lucía, ajenos al torbellino emocional de las adultas, jugaban con sus cucharitas golpeando la mesa.
—Mami, ¿por qué la tía Liss tiene ojos tristes? —preguntó Lucía mientras intentaba tomar, de su juguito.
Isy tragó saliva antes de responder.
—Porque… no durmió bien, amor —respondió ella, sin mirar a Liss.
Lucas intervino, dándole un golpecito a la mano de Liss.
—Yo te doy un abrazo, tia Liss, para que se te quite —dijo, abriendo sus brazos pequeños.
Ese gesto fue suficiente para que Liss sintiera un nudo en la garganta, uno difícil de controlar. Lo tomó en brazos y lo apretó fuerte contra su pecho, como si Lucas tuviera el poder de sostenerla cuando ella misma temblaba por dentro.
—Gracias, Lucas… —susurró con una sonrisa rota.
Isy observó la escena. Su corazón se rompía un poco más, pero al mismo tiempo la calmaba al ver que Liss seguía siendo ella… dulce, buena, con ese amor inmenso hacia los mellizos.
Respiró hondo y se obligó a hablar con naturalidad.
—Liss, después del desayuno me voy a la oficina. Tengo que terminar de organizar el caso. No puedo atrasarme más —dijo, sentándose al fin frente a ellos.
—¿Hoy vas al juzgado? —preguntó Liss, mirando el café sin tocarlo.
—Sí. Ya es hora de cerrar este caso — Isy tomó un sorbo de su bebida—. Hoy Gaby me organizará todo el folder con pruebas, declaraciones, documentos… quiero tener todo listo.
Liss asintió apenas. Estaba intentando mantener su respiración estable, pero por dentro seguía repitiéndose el mismo pensamiento: Tengo que mantenerme lejos de Darius. No puedo destruir a Isy.
Los mellizos comenzaron a reír entre ellos, sin notar la tensión entre Isy y Liss.
Liss les sonrió, pero la sonrisa se desvaneció apenas miró a Isy. Había una paz frágil entre ambas, una tregua silenciosa, un intento desesperado por no quebrarse ninguna de las dos.
—Voy a cambiarme para irme a la empresa —dijo Liss levantándose—. No quiero llegar tarde.
Isy asintió, aunque su mirada la siguió con un dejo de angustia que ella misma no supo esconder.
Cuando Liss desapareció por el pasillo, Lucía tiró un pedacito de pan hacia el plato de su madre.
—Mami, ¿estás triste tú también?
Isy tomó el pan y respiró hondo.
—No, amor… estoy bien.
Pero los mellizos siempre sabían la verdad.
Dos horas después, Isy caminaba con paso firme por el pasillo del bufet donde trabajaba. A pesar del maquillaje, los ojos hinchados delataban su falta de sueño. La secretaria, de ella, Gaby la saludó con una sonrisa nerviosa.
—Doctora Isy, ¿todo bien?
—Sí, Gaby. Necesito que me organices urgentemente el folder del caso Ramírez. —Se quitó el saco y lo dejó sobre el respaldo de la silla—. Quiero todas las pruebas ordenadas: fotografías, declaraciones, copias certificadas… y organizar también, todos los documentos que llevaremos al juzgado esta tarde.
—Claro, doctora. Lo dejo listo en quince minutos.
Isy asintió y se sentó frente a su escritorio , abrió la laptop, pero la mirada le temblaba. No podía calmar sus nervios. La imagen de la foto de Liss con él seguía allí, tatuada en su mente como si fuera un tatuaje difícil de borrar.
Leo… Darius… quien sea que fuera.
—¿Quién demonios eres realmente…? —susurró entre dientes, apretando los puños.
Sabía que no podía seguir escondiéndose de la verdad. El destino había puesto a ese hombre frente a ella otra vez… y esta vez, ella no iba a correr como una cobarde.
Mientras tanto Liss llegó al edificio empresarial con el corazón apretado. No había dormido en toda la noche y no había respirar bien. Cada paso que la acercaba a la oficina de Darius se sentía como caminar hacia un precipicio sin salida.
Al pasar su tarjeta por la entrada, sintió una punzada en el pecho.
—Él estaría ahí—susurro mientras subía al ascensor.
El elevador se abrió con un ding. Liss inhaló profundamente y salió y allí estaba él
Darius Valverde, impecablemente vestido, apoyado con elegancia en el marco de la puerta de su oficina, con esa mirada que siempre la hacía sentir desnuda… pero esta vez, sus ojos también traían un brillo de emoción, como si llevara horas esperándola.
—Buenos días, Liss —dijo él caminando hacia ella.
Se acercó, inclinó su rostro y la tomó suavemente del brazo para darle un beso en los labios…
Pero Liss se giró y el beso cayó en su mejilla.
Darius se quedó quieto y su mirada se endureció apenas… pero sus ojos reflejaron un dolor silencioso que él mismo intentó esconder rápidamente.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó en voz baja.
Liss soltó su brazo con delicadeza.
—Tenemos que hablar en tu oficina —dijo, caminando sin esperar su respuesta.
Darius la siguió con el ceño fruncido.
Apenas entraron, Liss cerró la puerta , necesitaba valor y aire para decirle a Darius.
Él cruzó los brazos, apoyándose contra el escritorio.
—Explícame—exclamo serio Darius.
La respiración de ella tembló. Sabía que no podía decirle la verdad aún. No podía mencionar a Isy. No podía destruirla más de lo que estaba por culpa de ese hombre que estaba parado frente a ella.
Así que eligió la mentira más cruel.
—Lo de ayer y anoche—trató de sonreír, pero su voz se quebró—. No debió pasar entre los dos, Darius.
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Editado: 17.12.2025