El error que nos unió

Prólogo

Natacha miró con hipocresía al hombre que sería su futuro esposo, a decir verdad, hasta asco le daba ese sujeto. No podía creer que se iba a casar con alguien cómo él, un hombre que sin lugar a dudas era alguien que solo las mujeres ciegas podían tener. Volkan era hermoso, un dios en cualquier sentido de la palabra, pero ella no estaba dispuesta a hacer una mujer que se deje doblegar de un hombre y menos de él. Eso sí que no, tenía que ponerse las pilas para que ese hombre que se encontraba ahí le diera un respiro.

— ¿En verdad te tienes que ir? —preguntó Volkan, abrazándola—. No quiero que te vayas, nuestra boda se realiza en una semana.

— Tengo que irme, amor —sonrió lo mejor que pudo—. No puedo quedarme más tiempo aquí y que nuestros planes se arruinen.

— Lo sé, es que tú eres mi futura esposa y ya quiero que estemos juntos siempre —Volkan le dio un beso en los labios, el cual ella tuvo que corresponder muy a su pesar—. Espero que no hagas nada extraño mientras estemos separados, ¿Estamos claros?

— Sí, amor, nada malo haré, puedes estar tranquilo —quitó las manos de su futuro esposo—. Me iré, espero que te portes bien en tu despedida de soltero y dile a tu amigo que quiero que todo se quede en tus pantalones —le apuntó con el dedo—. En verdad te quiero, no lo olvides, amor.

— Lo sé, cariño —Volkan la dejó libre—. Vete, porque si te quedas aquí, no sé de qué seré capaz.

Natacha asintió, se puso de puntas y le dio un último beso a su futuro esposo. En cuanto salió, quiso vomitar. Todo era por una buena causa, tenía el dinero suficiente para huir lejos sin que nadie se diera cuenta, solo tenía que buscar la oportunidad de hacerlo. Durante el tiempo que estuvo con él, supo cómo manejarlo, que firmara documentos en los que ella tuviera mucho dinero, a decir verdad, tenía sentimientos encontrados por ese hombre.

— ¿Ya está todo listo? —preguntó su amiga, quitándose los lentes de sol—. Un viaje al caribe nos espera.

— Sí, mientras más alejadas estemos de ese sujeto, será mucho mejor para nosotras —apretó el puente de su nariz—. Ni sé por qué sigo con esto, ya tengo dinero suficiente para irme lejos, cambiarme el nombre y tener la vida que siempre he querido.

— Es algo que tú tienes que asimilar por el momento, Nath —su mejor amiga negó divertida—. Puedes dejarlo ahora mismo.

— No puedo hacerlo, él tiene mucho dinero y…

— Tú no lo quieres —dijo Carmen—. Seamos sinceras, no puedes estar con un hombre que no quiere tener hijos, mucho menos con alguien que parece un dictador y no el dueño de una de las mejores fábricas de vinos del mundo.

— Lo sé, es que…

— Será mejor que dejemos esta conversación aquí y disfrutemos de nuestras mini vacaciones.

Natacha asintió, era mejor eso. El chofer que contrató su amiga era uno de sus amigos con derechos, por sí decirlo. Quería que apareciera alguien idéntica a ella para dejarla en su lugar y que sea la infeliz, porque en verdad odiaba bastante, tener que estar casada con un hombre cómo él. 

— Oh Dios mío —dijo Carmen, quitándose los lentes de tomar sol y mirando hacia una de las puertas—. ¿Eres tú, pero versión pobre? —preguntó hacia Natacha, y ella frunció el ceño mirando hacia el mismo sitio que ella.

— Dios mío.

Natacha se quedó mirando a la chica que recogía la basura del piso, tenía puesto uno de esos uniformes que le daban asco solo con verlos. Ella tenía una enorme cabellera larga y negra, el color de sus ojos era idéntico al suyo y hasta su forma de caminar era igual. Tuvo que quedarse mirando con mucha seriedad toda la situación sin entender qué estaba ocurriendo realmente.

— ¿Estás pensando en lo mismo que yo? —preguntó su mejor amiga, y ella la vio sin entender—. Ella es tu oportunidad para escapar, toma la voluntad de Dios.

No tuvo tiempo de responderle, porque ya se encontraban caminando hacia dónde estaba esa chica limpiando. No había ninguna diferencia entre ambas, solo el color de cabello, porque ella lo tenía rubio y esa chica era negro como el carbón, y por lo que pudo ver, hasta su trasero podía ser más grande que el de ella.

— Buenos días —dijo Carmen—. Queremos hablar con usted unos minutos—la conserje abrió los ojos como platos al verla—. Vamos, serán unos minutos.

— ¿Quiénes son ustedes y por qué somos idénticas? —la chica apretó el trapeador—. ¿Vienen a cobrarme?

— ¿Qué? —preguntó Natacha saliendo de su trance—. Dios mío, en verdad somos idénticas, eres como una copia de mí.

— Me están asustando —comenzó a retroceder—. Será mejor que se vayan, por favor. Porque en verdad me siento asustada con ustedes aquí y…

— Lamento decirte que tendrás que acompañarme —dijo Carmen—. No somos cobradoras, sin embargo, hay algo que puede que te guste.

— Es una mala idea —dijo Natacha, mordiendo su labio, sin dejar de ver a la chica—. Ella es…

— La solución a todos tus problemas —su amiga sacó su celular—. Cambiaré nuestro vuelo para más tarde —miró a la desconocida—. ¿Tienes pasaporte? —ella asintió sin darse cuenta—. Bien, porque irás con nosotras.

— Escuchen, no sé que quieren de mí o que traman, pero les sugiero que terminen con esto ahora.

— ¿Cuál es tu nombre?

— Soy Nicole, señora —dijo la chica, retrocediendo una vez más—. Será mejor que me vaya.

— Primero vamos a hablar, luego podrás irte si no te gusta lo que te vamos a proponer.

Nicole asintió, no muy convencida, pero las siguió hasta la cafetería. Ella les comentó que su hora de trabajo había terminado, por lo que iban a tener tiempo para hablar. En cuanto Carmen le dijo Nicole que había dinero de por medio, el rostro de la chica cambió por completo.

— ¿Sucede algo con Nicole? —preguntó el encargado del área.

— No, es que estamos buscando una área más calmada para conversar con ella y en la cafetería no podemos hacerlo por más que queramos —dijo Natacha—. Espero que no le importe, pero, ¿nos puede prestar un sitio más privado? —sacó de su cartera unos cuantos billetes—. Por favor, serán unos minutos.




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