El error que nos unió

5. Venderle el alma al diablo

«Nicole bajó del auto, después de pasar una semana completa trabajando en la forma en la que tenía que comportarse con ese tal Volkan, estaba nerviosa y ni hablar de qué la ropa que usaba era demasiado ajustada. 

Esas mujeres se marcharon en cuanto ella llegó a ese sitio. Su cabello negro como el carbón hacía contraste con su piel pálida, y ligeramente bronceada, por si hacían preguntas acerca de su pequeño cambio en el cuerpo.

— Buenos días, señorita Natacha —la saludó uno de los empleados, antes de tomar su maleta—. El señor la está esperando en su despacho.

— Claro, muchas gracias.

Ella asintió, y caminó hasta el interior de la casa. Se detuvo en medio de la sala, antes de recordar las instrucciones que le dio Natacha, e ir a la oficina de Volkan. Vio varias fotos de él, sin lugar a dudas era un hombre hermoso, un jodido dios griego y que todas las chicas se morían por tenerlo, era una suerte tremenda que nadie conociera a la futura esposa, puesto que la vida de ese sujeto estaba en todos lados. 

Se detuvo en la puerta más llamativa de todo el pasillo y tocó dos veces, antes de escuchar la voz ronca y potente del hombre que sería su futuro esposo.

— Adelante, está abierto —dijo Volkan, y ella abrió la puerta temblando del miedo, y casi se le cae la baba al verlo de frente—. Amor, estás aquí —dijo Volkan, en un tono meloso, y levantándose de su asiento—. Ven a darme un beso.

— Hola, mi vida —susurró Nicole, con el corazón latiendo a mil por hora—. Te extrañé mucho —susurró, abrazándolo y dándole un beso en los labios, el cual correspondió gustoso—. El viaje se me hizo eterno.

— No diría lo mismo, y más porque nos casaremos mañana —Volkan la rodeó con sus brazos—. Creo que debemos dejar de vernos, porque dicen que trae mala suerte.

— La suerte siempre les llega a las personas correctas —se pasó la lengua por los labios—. ¿Quieres que me vaya a otro lado?

— No es necesario, puedes quedarte aquí en la casa conmigo, mañana vendrá alguien desde temprano para arreglarte, tal y como lo pediste —Volkan no la soltaba, y al momento de que tomó un mechón de su cabello oscuro, supo que estaría en serios problemas—. ¿Por qué te cambiaste el color de cabello? ¿Te hiciste cirugías?

— No —ella se alejó rápidamente—. Este es mi cuerpo, y solo me cambié el color de cabello porque mis ojos resaltan más —dijo como si fuera un robot—. ¿Te molesta?

— Para nada, me gusta que sea de color negro, muchas veces te pedí que te pusieras ese color y terminabas con otro —él la miró de arriba hacia abajo—. ¿Estás nerviosa por el día de mañana?

— Muy nerviosa —sonrió a medias.

— Será mejor que te deje descansar, tienes que estar lista para mañana.

— Claro, te amo —se puso de puntas, y le dio un beso en los labios antes de salir de la oficina».

Nicole seguía sintiendo que su corazón palpitaba con tanta fuerza que no se encontraba bien en ningún sitio, habían pasado unos días desde que Volkan fue a verla a la casa de Fred. Días en los que se quedó pensando en si era buena idea quedarse con ese sujeto a cambio de la salud de su hijo, el cual día a día se parecía más a él.

— Mamá —la llamó Jedward, jalándola por la falda—. ¿Puedo preguntarte algo?

— ¿Qué cosa? —ella siguió haciendo el almuerzo.

— ¿Por qué mi papá dice que soy el engendro del diablo? ¿Él es el diablo?

— No le hagas caso, está loco y cree que todas las personas son igual que él —sonrió divertida—. Olvídate de tu padre, no nos conviene tenerlo cerca por el momento y lo sabes.

— Entonces, me tengo que olvidar de él porque no me quiere —dijo triste—. Es un hombre que me da miedo, y más porque dijo que no era su hijo.

— Es porque está confundido ahora —dijo Frederick, entrando con unas bolsas—. Veo que ya has comenzado con la comida. Huele delicioso.

— Sí, quise hacer algo para Jedward, ya sabes, eso de su dieta —echó las verduras en la olla—. ¿Qué has traído para nosotros?

— Algo que te gustará —le mostró unas galletas de vainilla—. Vi la dieta de Jed, y decía que podía comer cosas dulces con poca azúcar.

— Por eso eres el mejor tío del mundo —dijo Jedward, aplaudiendo—. Quiero que sepas qué le dije a mi papá que te ibas a casar con mi mamá —ambos mayores se quedaron en silencio al escucharlo—. Lo dije porque quería hacerlo enojar, él no puede ir diciéndole cosas tan feas a mi mamá como si nada.

— Descuida, tu mamá ya me explicó todo —abrió la bolsa con galletas—. Hiciste bien, todavía no me ha dicho nada acerca de eso.

— Seguro porque nos investigó y porque sabe que no le negué nada cuando vino hace días a la casa… —mordió su labio al darse cuenta de que abrió la boca de más—. Te lo iba a decir, en verdad.

— Con que ese hijo de su madre vino a mi casa solo para molestarte y no me dijiste nada —rio carente de humor—. ¿Qué fue lo que te dijo?

— Dijo que tengo que tomar mi papel de esposa con él si quiero que la vida de mi hijo esté bien y no quiero hacerlo —apretó el cuchillo—. Sería vivir en un infierno y no quiero eso.

— Lo sé, no te preocupes —Frederick la abrazó—. Ten por seguro de que él no hará nada mientras yo esté aquí contigo.

Nicole le dio una última mirada a su hijo y a Fred, antes de continuar con la comida. No había un solo día en el que no pensara que él la estaba vigilando, porque el silencio era espantoso. 

Comieron en calma, Jedward con mucho disgusto por las verduras, porque odiaba eso, prefería más comer esas galletas con poca azúcar y listo.

— ¿Ahora si puedo comer esas galletas?

— Claro, mi amor —le pasó el tarro con las galletas, recuerda que tienes que comértelas como se deben, nada de estar desperdiciándolas.en 

Jedward asintió feliz, antes de tener toda su concentración esas galletas.




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