El error que nos unió

8. Dale con la chancla

Nicole estaba tomando una taza de chocolate caliente cuando vio a las enfermeras entrar con el doctor para revisar a su hijo. Volkan se había marchado a su casa por órdenes de ella, y cuando los camilleros quisieron llevarse la cama, él dijo que la limpiaran bien, para que ella pudiera dormir tanto como quisiera.

— Es posible que su hijo despierte hoy —infirmó el doctor a cargo—. Todo está saliendo bien y su cuerpo responde como se debe al trasplante.

— Muchas gracias —sonrió con calidez—. ¿Sentirá algún tipo de dolor?

— Sí, pero será leve; aun así, tengo que dejarlo aquí por más tiempo.

— Entiendo, será de ese modo —dijo ella, antes de que el doctor y el personal saliera.

Suspiró pesadamente, mirando por la ventana todo el paisaje que le daba la ciudad. Algo que en su pecho se apretó a tal punto de que presentía que no estaba algo bien y que todo era mentira. En unas horas volvería Volkan a la hora del almuerzo para que firmara los documentos del contrato, Frederick se quedaría un par de horas con Jedward en lo que iban a comprar un anillo nuevo, pero sería más tarde. 

Una sonrisa divertida se instaló en sus labios al recordar que antes ella se encontraba en una situación tan deplorable, que en esos momentos le parecía muy divertido todo lo relacionado con Volkan y Natacha. Esa mujer que no quedaba ni la sombra o al menos era lo que imaginaba.

— Nicole —la llamó Volkan—. Ya estoy aquí.

— Eso estoy viendo —se dio la vuelta para mirarlo—. Aún no es la hora del almuerzo.

— Quise venir antes —respondió, levantando las bolsas de comida y mostrarle un folder—. Ya están los cambios que pediste, puedes leerlos y firmarlos.

— Está bien —dejó la taza en la mesita, y tomó el folder—. Tengo una pregunta para ti, Volkan.

— Sí, dime.

— Todo este tiempo has sabido dónde se encuentra Natacha, ¿verdad? —se sentó en la cama que estaba desocupada—. Respóndeme con la verdad.

— No, no sé dónde pueda estar.

— ¿Por qué me estás mintiendo de ese modo tan cruel? —comenzó a leer lo que tenía en frente—. En estos momentos, lo único que puedo ver es a un hombre que se enamoró de su esposa sustituta. ¿No es así?

— No pongas palabras en dónde yo no las he puesto, Nicole —dijo serio—. Esto es algo que nos conviene a los dos, y ahora que comprobé que Jedward es mi hijo, me haré cargo de él.

— Te harás cargo de él, dices —el tono jovial de su voz no pasó de desapercibido—. ¿Tengo que tener intimidad contigo?

— Eso es lo que hacen los esposos —respondió él, monótono—. El anillo puede esperar, porque sé que no vas a querer separarte de Jedward bajo ningún motivo.

— Eso es correcto —siguió leyendo—. Vivir en tu casa, hacer demostraciones públicas… —levantó la mirada hacia él—. ¿Por qué vamos a hacer eso ahora? Antes me dijiste que no te gustaban ese tipo de cosas y es por eso que nos fuimos a Grecia a pasar nuestra luna de miel…

— Y en dónde te creí cuando me dijiste que te hiciste una cirugía.

— Estaba más al pendiente de pagar las deudas que me dejó la enfermedad de mi madre que andar teniendo sexo con hombres por gusto —firmó—. Listo, ya está todo.

— Puedes poner la fecha de la boda por la iglesia cuando gustes — tomó los documentos y vio que todos tenían su firma. 

— El engendro del mal, tendrá una habitación aparte —dijo Volkan. 

— Tú… —ambos miraron hacia la cama—… eres el mal, porque… si yo soy el engendro del mal, tú eres mi padre… 

— Amor —Nicole corrió hacia su hijo—. ¿Cómo estás? ¿Te duele algo? —Jedward asintió—. Es un dolor pasajero, ya todo estará bien y en unos días estarás conmigo. 

— ¿Ahora no puedo? —preguntó, queriendo llorar—. No me gusta estar aquí, mamá. 

— Ya te dije que ahora no —observó a Volkan—. Tu padre está conmigo ahora, iremos a vivir a su casa. 

— No lo quiero, él tampoco me quiere… —tosió—. Así no es como se debe tratar un hijo, mamá. 

— No le hagas caso, es que está celoso —se sentó a su lado—. Ven, acércate —extendió su mano hacia Volkan, no pasará nada, te lo aseguro. 

— Ese niño me odia, se supone que debe estar dormido y anda de respondón —tomó su mano, y luego se acercó—. Esas pruebas deben estar en un error. 

— No, no seas estúpido —bufó, haciendo que se sentara—. Es tu hijo, tienes que quererlo y aprender a llevarse bien. 

— ¿Si me llevo bien con él dejarás de dormir conmigo? —preguntó Jedward, y ella asintió—. No lo quiero, que se vaya…

— Mejor llamaré al doctor para que atienda al hijo de satanás —Volkan salió de la habitación antes de que ella pudiera decir algo. 

Nicole apretó el puente de su nariz, porque ahora ninguno de los dos quería estar cerca del otro. Sería un problema enorme, si no se llevaban bien, podrían hasta matarse entre ambos, y es su joder parte e hijo dándose hasta con la silla. 

Se hizo a un lado para que revisaran a su hijo, no despegó la mirada de ninguno de ellos, porque con el paso de los años, aprendió a no confiar en nadie.

— La recuperación va más que bien, tal vez hasta en menos de una semana esté fuera de aquí, pero debe venir a los chequeos que les diré más adelante —informó el doctor—. Su hijo es fuerte. 

— Como mi papá. 

— Sí, como él, —sonrió el doctor, dándose la vuelta—. Le vamos a poner unos analgésicos para que el dolor sea leve, debe desaparecer en las próximas semanas y podrá moverse con regularidad durante las próximas seis semanas. No deben darle nada que vaya fuera de su dieta.

— Haré que vaya todo en orden —declaró Nicole, sintiendo que un enorme peso se le quitaba de encima—. ¿Tendrá que estar todo el tiempo con un equipo médico?

— No, más adelante les daré más información, por el momento, descanse, porque ha pasado todo este tiempo en vela por su hijo. 

— De acuerdo, muchas gracias. 

— Come —le ordenó Volkan, cuando el doctor salió—. Ahora, es una orden. 




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