El error que nos unió

10. Puertas

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Nicole se quedó mirando a Volkan moverse por la cocina para preparar la comida de los tres. Él se estaba tomando muchos privilegios al no ir al trabajo y el faltar no era tampoco algo que se veía todos los días en alguien como él, mucho menos, que estuviera fuera del trabajo. La única persona que podía creer que estaba tomándose todo el trabajo era su amigo Frederick, el cual no lo había llamado desde que salió del hospital.

— ¿No tienes que ir a trabajar hoy? —preguntó directa—. Me molesta que estés todo el tiempo encima de mí.

— Fred se está haciendo cargo de todo y porque falte un día no se caerá el mundo…

— Yo también quiero que se vaya, mami —dijo Jed, tomando un jugo que Nicole le había preparado—. Me da miedo.

— No me iré, porque para tu mala suerte vamos a vivir juntos —puso unas frutas picadas delante de ambos—. El doctor dijo que podías comer frutas durante unos días y cosas suaves.

— Avena, quiero avena —sentenció Jedward, y Volkan sintió un tic en el ojo—. La que hace mi mamá.

— Tu madre pasó muchas malas noches contigo, pequeño demonio —Volkan acercó más el plato a él—. Come.

— Mami, dile que no quiero, por favor…

Jedward se quedó a medio hablar, ya que Nicole se encontraba sentada al otro lado de la encimera, viéndolos discutir de una manera muy entretenida.

— Pueden seguir —comenzó a picar la fruta en trozos más pequeños—. Puedo pasarme todo el día viéndolos discutir por cosas que no tienen sentido —siguió comiendo como si nada—. Come la fruta, más tarde podrás comer la avena —dirigió su mirada hacia Volkan—. Tú come, porque quiero que te vayas a trabajar, no soporto verte.

— Sí, que se vaya, porque quiero comer avena.

— Llamaré a Fred para que se haga cargo de la empresa, porque más tarde iremos a recorrer la casa —se quitó la corbata y remangó la camisa hasta los codos—. Este es el día que tomaré para nosotros y recuerda que más tarde vendrá el personal médico para la atención de Jedward.

— Me quieres alejar de mi mamá, satanás —el niño ya se encontraba comiendo de esas dichosas frutas—. Quiero que mi mamá se quede conmigo, tú te puedes quedar en tu casa.

— Les diré a los doctores que te pongan un sedante para que te duermas durante días, eres un niño demasiado respondón y eso me estresa —Volkan se sentó delante de él, con un plato de fruta—. Puede ser que seas mi hijo, pero eres un ser que me saca muchas canas.

— ¿Ahora dices que soy tu hijo?

— Tampoco es para que te creas la gran cosa, mocoso e infernal —le apuntó con el tendedor—. No me agradas, eres un niño mañoso que no sabe cómo comportarse con las personas, eso me molesta, espero que lo tengas en claro.

— Lamento decirte que eres mi papá y si soy molesto tú también lo eres —Jedward imitó su acción, y ella tuvo la intención de reírse—. No me gustas, te odio.

— El odio es mutuo, mocoso —se encogió de hombros—. ¿Algo más que me tengas que decir?

— Dormirás en el suelo…

Nicole se levantó lentamente de la silla en la que se encontraba, caminó hasta la puerta que daba al jardín y el mismo que dejaba ver la playa. Se quitó el calzado, y las voces de Volkan y Jedward discutiendo se quedaron en eso, en nada más que una discusión. 

Arrugó la nariz al ver que le quedaban pocas frutas en el plato y que a lo mejor en unas horas le iba a dar hambre. Volkan se estaba tomando muy en serio el papel de padre responsable con la alimentación, ya que todos tenían que comer lo mismo.

— ¿Por qué nos abandonaste, mamá? ¿Me quieres ver morir? —preguntó Jed, desde los brazos de Volkan—. Suéltame.

— No seas dramático —dijo Volkan, dejando los platos sobre una mesita, y sentándose con él en las piernas—. Ven, siéntate con nosotros.

— No los quiero ver discutir —sentenció, apuntándoles—. Una pregunta, Volkan —el mencionado se quedó en silencio—. ¿Seguimos en tu lista negra?

— No, no siguen en mi lista negra —masculló, moviendo el cuello de un lado a otro—. Fue un error de mi parte ponerte en esa situación.

— Un error que casi te hace quedar sin hijo, porque ya sabes que Jedward lo es —él no le respondió, sino que se mantuvo dándole de comer a Jed—. Cuando te lo iba a decir, te escuché hablar con Fred acerca de que ya conocías la verdad y después dijiste que no podías tener hijos por un accidente que tuviste antes de conocerla —eso llamó la atención del padre de su hijo—. Hui, estuve escondida durante un tiempo porque vendí el anillo que me diste y que lo eligió Nicole, solo que…

— Es mi error, lo sé —la interrumpió—. La mayor parte de mi vida me he cuidado al momento tener relaciones sexuales con una mujer, nunca paso los límites y mucho menos hacia algo que las molestara. Contigo fue diferente, no me protegí, porque no lo vi necesario, cuando llegaste a mi casa luego del viaje, vi un enorme cambio en ti.

— ¿Cambio?

— Natacha no tiene curvas pronunciadas, tu cabello negro es natural, el azul de tus ojos es más intenso —Nicole comenzó a sentir sus mejillas rojas—. Tu actitud cuando fuimos de luna de miel en Grecia me dejó pensativo…

— Y cuando estuve contigo por primera vez —desvió la mirada hacia la playa—. Era virgen y lo primero que se me ocurrió fue decirte que me hice himenoplastia.

— Algo que creí por mucho tiempo.

— Cosas de la vida. Porque ni siquiera sabes lo que es eso.

— ¿De qué están hablando? Quiero saber —dijo Jedward, removiéndose en su lugar—. Ya no quiero, quiero avena.

— Te dije que no…

— Acaba de llegar alguien —Nicole se puso de pie—. ¿Esperas algo?

— Sí, te dije cuando llegamos que alguien iba a venir a cuidar de Jedward para que no tengas tanto trabajo —Volkan se levantó de su asiento, sin soltar a su hijo—. Es mejor que entremos, recuerda que el clima comenzará a cambiar.

— De acuerdo, será de ese modo.

Recogió los platos, y los siguió hacia la casa. No daría su brazo a torcer, fueron tres años pagando tratamientos caros, tratamientos que muy a su pesar cada día dejaban a su hijo más débil. Por su culpa, tuvo que pasar una mala noche, hasta Frederick usaba su dinero para ayudarla con los gastos, porque lo que le pagaba antes por cuidar o limpiar su casa no le daba para mucho.




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