Él es humano

«Capitulo 1»

 

 

Abrió los ojos, adaptándose a la luz del lugar. Se sentía tan cómoda como para levantarse y desperdiciar un poco de tranquilidad. Lo pensó dos veces, gruñendo mientras se incorporaba en la cama estrujando sus ojos. Se quedó con la vista fija en un rincón de la ventana por donde se veía un poco de luz, quejándose una y mil veces de tener que despertarse e interrumpir su sueño.

Miró a un lado con un gesto de molestia, escuchando un ruido que resonaba en la estancia. Suponía que era el camión de la basura, así que sólo frunció el ceño, soltando un bostezo antes de estirar sus brazos. En ese momento, justo en ese instante, abrió los ojos de golpe, dándose fuerte en la frente con la palma de su mano. Tenía que vestirse, antes de que...

La puerta se abrió.

—Grace... —Se detuvo. La susodicha se giró automáticamente.

Su madre cruzó los brazos, dándole el permiso a que ella hablara.

—Si, me vestiré. —Soltó un resoplido mientras caminaba hacia el baño.

—¿Grace?

—¿Sí?

—Se te cayó esto. —Dijo su madre dejando ver aquello que tenía en mano.

Ella se giró nuevamente, miró a su madre confundida hasta que se percató de lo que estaba en su mano derecha; su brazalete. Se quedó desconcertada mirando su muñeca en donde descansaba aquel accesorio, y volvió a mirar al frente con una sonrisa dibujada en su rostro.

—Mamá, pensé que lo tenía conmigo todo el tiempo. Gracias.

—Siempre cariño, espero y no vuelvas a ser tan descuidada. —Dijo, saliendo.

Asintió.

Se dirigió a una silla al lado de su escritorio mientras acariciaba su brazalete, evocando aquel recuerdo más hermoso para ella, en el momento en que su padre le dio aquel obsequio de pequeña, adornado de un metal dorado con su nombre tallado en el centro.

Levantó la cabeza sonriendo nuevamente, se colocó la prenda y a todo dar, se dirigió al baño.

                             


El auto seguía su curso mientras que ella se perdía en el entorno que se reflejaba en la ventana. Ya entonces llegó a su destino, recibiendo los parloteos y gritos de las personas alrededor.

—Bien, ya llegamos, y... —Eleonor, su madre, habló luego de buscar algo en su bulto—. Aquí están tus nuevas llaves.

Escuchó de su madre, y volteó a verla, ida de lo que decía.

—Perdón mamá, no te escuché.

Eleonor soltó un suspiro de impaciencia. Le mostró las llaves y con un empujón en el brazo le dio a entender para que bajara del auto. Ella  obedeció, despidiéndose en el instante.

Caminaba por el pasillo aislada de aquellas miradas que se posaban en ella, algunas de agrado, otras de indiferencia. No le intimidaba en lo absoluto, ya que poco a poco los demás ya no la veían como un objeto de burla y guardaban distancia. Después de pasar por el lado de un grupo de chicas, las risas empezaron entre éstas y decidida a no darle interés, siguió caminando hasta llegar a su casillero. Abrió este y buscó su libro de álgebra, en el momento en que lo tuvo en sus manos un fuerte chirrido resonó, y la puerta del casillero se cerró con brusquedad. Grace dio un brinco hacia atrás por el impacto, dándole una mirada de pura molestia al causante.

—Hola Grace. —Saludó con poca simpatía, y socarronería.

—¿Sabías que eres un idiota, Dylan? —dijo con obviedad. Él se rió con poca gracia.

—Siempre lo has dicho, pero vamos Grace, no puedes negar que soy mucho para ti.

Lo miró con una cara de pocos amigos, disgustada por aquel comentario. Dylan era un compañero del aula, muy conocido en todo el instituto por sus tonterías y bromas que hacía cada año con los chicos más bajos del grado. No tenían tanta confianza uno del otro como hasta ahora, y nació un poquito de amistad entre ambos cuando él impidió una vez que le tiraran un huevo en la cabeza. Ese día estaba confundida y dudaba por lo que había hecho, sabiendo la persona que era, pues a él no le importaría que ella fuera una víctima de sus bromas para quedar en ridículo.

Un día después, había mencionado que no le hacía eso a las chicas, sino a los varones. Eso la ablandó un poco y pudieron lograr tener simpatía, aunque solo vivía para molestarla, después de todo. Se podría decir que era el único con quien había tenido un poco de relación amistosa —si se podía describir de esa manera— de entre todas las personas que la rodeaban.

En el momento en que le iba a cuestionar, una rubia, de piel clara y ojos grandes y grises, apareció detrás de ella, interrumpiendo.

—Ya vasta Dylan, será mejor que te largues. —Emitió su mejor amiga, regalándole un gesto de hastío.

Soltó un bufido.

—La que faltaba.

—Sí, y si no te largas ya sabrás. —Replicó.

Dylan volteó su rostro a otro lado para luego volver a mirarla con suficiencia, yéndose, no sin antes darle una mirada pícara a Grace. Ella lo miró y le respondió con repulsión.

La joven miró a la rubia.

—Que bueno que apareces.

—Sí, ya era hora de que llegaras, porque si no era así, yo misma te iba a sacar de esa cama. —Dijo Lea, abrazándola.

El sonido del timbre se escuchó por todo el pasillo y las personas comenzaron a caminar en dirección a sus respectivas secciones.

Ya dentro, Grace se sentó en el centro con Lea atrás, la sección estaba hundida en un profundo silencio mientras que el profesor escribía en la pizarra. Ella miraba perdida en un lugar del espacio donde se encontraba, con la mente en blanco. Parpadeó varias veces para reaccionar cuando el profesor comentó algo que no llegó a entender. Una hora después el timbre volvió a sonar nuevamente, saliendo del lugar y soltando un suspiro de alivio.

—Oye Grace, quería decirte algo. —Soltó la rubia rompiendo el silencio entre ellas, mientras caminaba para alcanzarla.

—Te escucho. —Respondió mientras se recostaba en un rincón del campo.



#40033 en Novela romántica

En el texto hay: suspenso drama

Editado: 10.04.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.