Bajo de la limusina y espero a que la heladera andante baje también.
Traspasamos la puerta del restaurante y automáticamente todas las personas que están allí nos miran.
Sebastián no le da importancia a la cantidad de cámaras y flashes que tenemos sobre nosotros. Agarra mi mano y me lleva al final del restaurante.
—¡Sebastián! — saluda alegre un hombre de la edad de Sebastián, con pelo negro y con barba no tan crecida.
—Ezequiel.— saluda mi jefe sonriendo. Se abrazan y luego me presenta.—Ella es Malena, mi...
—Amiga.— lo interrumpo. Sé que no sabía cómo presentarme así que lo hice por él. Ezequiel agarra mi mano y la besa como todo un caballero.
—Soy Ezequiel, dueño del restaurante más hermoso de todo Argentina.— dice egocéntrico. Ya sé por qué se lleva tan bien con mi jefe.—Qué bonita amiga que tenés.— le dice sonriendo a Sebastián.
—Sí... Es muy hermosa.— dice Sebastián mirándome fijamente con una sonrisa.
Le devuelvo la sonrisa y nos quedamos mirando unos segundos, o minutos no sé, pero sí sé que ninguno de los dos quiere despegar la mirada del otro.
—Bueno tortolos, les tengo la mesa reservada especialmente para ustedes así no pueden molestarlos.— Ezequiel nos saca del pequeño trance que tuvimos y nos guiña un ojo.—Síganme.
Seguimos a Ezequiel y llegamos a un patio enorme.
Lo primero que veo es la mesa que hay en el medio del patio, tiene mantel blanco y una rosa como centro de mesa. Las dos sillas que hay tienen moños negros atados a ellas y hay pétalos de rosa marcando el camino hacia la mesa. Tampoco nos olvidemos de la banda que está tocando música clásica.
Lo miro a Sebastián porque sé que tiene algo que ver con todo esto. Él solamente sonríe mientras me mira.
—Siéntense, no sean tímidos.— dice Ezequiel dándonos un empujoncito por la espalda.
Camino hacia la mesa mientras recorro todo el lugar con la mirada. Antes de que pueda correr la silla para sentarme, Sebastián lo hace por mí. Le agradezco y me siento, él se sienta frente a mí y sonríe.
—No dejaste de sonreír desde que entramos al restaurante.— digo riendo.
—Ya sé, pero no lo puedo evitar. Soy una persona diferente con vos... y por vos.— dice agarrando mi mano a través de la mesa.—Ver tu cara de asombro y felicidad al ver lo que había preparado fue lo mejor que me pasó el día de hoy. Estoy feliz de que se me haya ocurrido todo esto.
Sonrío y ruedo los ojos por su gran ego. Le voy a dar la razón en algo: quedé muy asombrada por lo que hizo. Nunca habían hecho algo así por mí y creo que ese es el motivo de mi felicidad hoy.
Este no es el Sebastián arrogante, mujeriego, egocéntrico, frío e idiota que conozco... bueno, idiota sí pero el resto no.
—Acá les traigo las cartas.— dice Ezequiel acercándose a nosotros.—Cuando decidan lo que quieren me llaman. Voy a estar en la puerta.
Nosotros asentimos y él se va.
No hace falta ni que lea la carta porque ya sé lo que quiero: ¡Canelones de jamón y queso! ¡Me encantan!
"Una nena de cinco años... hay que madurar, che"
Sebastián me mira por encima del menú y se ríe. Yo lo miro con el ceño fruncido y él se sigue riendo.
—¿Por qué te reís?.
—Porque se nota que nunca viniste a almorzar a un lugar como este.— contesta volviendo a leer el menú.
—No todos tenemos plata para pagar una comida de "Cibo per tutti".— le digo rodando los ojos.
—No era un comentario para que te enojes era porque ni siquiera abriste la carta y por lo general se hace por respeto.— dice dejando el menú de lado.—O eso es lo que me enseñaron a mí.
—Es que ya sé que voy a comer. Canelones de jamón y queso.— digo sonriendo mientras pienso en esos ricos canelones como si fuera una nena de cinco años.
"Te lo dije"
Ruedo los ojos y trato de callar a mi subconsciente.
Sebastián me mira sorprendido y sonríe.
—Es una de mis comidas favoritas.
Ahora la que se sorprende soy yo.
—Tenemos más cosas en común de lo que había pensado.— dice Sebastián.
Yo lo miro y me río.
¿Más cosas en común? Él y yo no tenemos NADA en común, solamente el buen gusto de la comida.
—¿A sí? Nombrame cinco cosas que tengamos en común.— lo reto. Él se acerca y se apoya en la mesa pero cuando estaba por hablar aparece Ezequiel.
—¿Ya saben qué van a pedir?.— pregunta con una sonrisa.
—Sí, dos platos de canelones de jamón y queso y una botella de sidra.— dice Sebastián mientras Ezequiel anota.
—Perfecto, en cinco minutos se los traemos.— dicho eso se va de nuevo.
—Las cinco cosas... Hmm... Tenemos buen gusto en la comida, somos ordenados, perfeccionistas en el trabajo y amamos a los perros.—dice enumerando con los dedos.
Frunzo el ceño porque yo nunca le había dicho que amaba a los perros, seguramente fue Gerardo.
—Dijiste cuatro.— digo sonriendo para que vea que no llegamos ni a las cinco cosas.
—Y la quinta cosa es que...— agarra mi mano y juega con mis dedos.—Me amás y yo también me amo.— dice arrogante mientras me mira fijamente a los ojos, hipnotizandome con sus ojos azules.
Por impulso, me levanto del asiento y me pongo detrás de él. Sebastián sigue todos y cada uno de mis movimientos. Apoyo mis manos en sus hombros y acerco mi boca a su oído. Mis labios tocan su lóbulo izquierdo y noto como cierra sus ojos.
—La verdad es que...— le susurro mientras bajo mi mano y abro su saco negro.—Sebastián yo...— abro un botón de su camisa blanca y con un dedo acaricio su pecho.—... no te amo.
Saco mi mano de su cuerpo y me alejo rápidamente de él para después ir a sentarme a mi lugar mientras me aguanto la risa por la cara de indignación que puso. Además de que me mira como si fuera a matarme.
Vuelve a acercarse a la mesa y me sonríe pícaro.
—Otra vez, no calientes la comida si no te la vas a comer. Nunca se sabe que tan caliente pueda llegar a estar.