[Malena]
Ya no sé lo qué estoy haciendo con mi vida.
Acepté volver a trabajar en "Glamour", solamente que como recepcionista porque necesitaba un nuevo trabajo. Acepté por más que tenga que aguantarme los comentarios para nada decentes de Agustín Portman, el nuevo jefe de esta empresa.
Es un pelotudo.
Él no le llega ni a los talones al padre, el señor Portman, me llevaba muy bien con ese hombre. Lástima que falleció de muerte súbita, sino, estoy segura que él todavía estaría manejando la empresa.
No voy a negar que no me gusta trabajar acá y que me sentía mucho más cómoda en "Anderson's Clothes", siendo secretaria de Sebastián. Por lo menos él me respetaba mucho más de lo que lo hace Agustín.
—Acá le traigo el café, señor Portman.— digo pasando a su oficina. Este no es el trabajo que me corresponde hacer pero él insistió tanto en que lo haga, que no pude decir que no.
—Malena, querida.— dice con una sonrisa, levantándose de su silla para acercarse a mí.
Ay no, lo va a volver a hacer.
—Justo estaba pensando en vos, en que podrías mudarte a mi oficina.
Eso mismo dijo Sebastián Anderson y miren lo qué pasó, no terminó nada bien.
—Ya le dije que no es buena idea, señor Portman.— miro al suelo y le doy el café.
Él lo agarra para después gritar.
—¡Nadie me dice lo que es buena idea o no para mí!.— con su puño golpea el escritorio y después apoya el café en este.
Cierro los ojos y suspiro.—Señor Portman...
—Malena, ambos sabemos lo qué queremos, somos adultos. Comportémonos como tal.— dice mientras me corre el pelo del cuello.
Me dejo el pelo suelto a propósito porque siempre hace esto, tocarme el cuello, a veces los brazos, también apoya su pelvis en mi cadera cuando estoy de espaldas a él y tocarme los muslos en todas las reuniones cuando me siento al lado suyo. Lo peor de todo es que me prohibió traer pantalón largo y remera no escotada, porque según él: "No queremos que piensen que mi papá sigue manejando esta empresa, hay que darle un poco de color a las cosas, y nada mejor que las mujeres mostrando la piel."
Es un asco, ya lo sé. Estoy aguantando esto hace dos semanas, seguramente piensen que soy masoquista pero nadie iba a contratarme en menos de un mes. Pero él lo hizo apenas se enteró que Sebastián me había despedido.
—Señor Portman, me tengo que ir, mi horario de trabajo ya terminó.— digo nerviosa.
No debería estar nerviosa pero es imposible no estarlo cuando alguien te encierra entre su cuerpo y el escritorio.
—¿Por qué te haces la dura? Vos y yo sabemos que lo querés.— agarra mis manos apoyándolas en mis piernas, inmovilizandome, mientras me besa el cuello.
—Señor Portman, si no me suelta voy a gritar.— digo mientras trato de moverme pero me tiene atrapada.
—El horario de todos ya terminó, solamente queda Fernanda que seguramente está muy ocupada con el guardia del edificio.— dice riéndose.
Por lo que me enteré, Fernanda, la verdadera secretaria de él, tiene un amorío con el policía que "cuida" la entrada del edificio. Agustín usó la excusa del "amor que se sienten el uno al otro" para que cambie el puesto con ella y así pueden pasar tiempo juntos. Todavía no lo hice pero él solito me obliga a hacer cosas de secretaria.
—Señor Portman.— levanto la voz cuando empieza a desabrocharme los primeros dos botones de mi camisa.
Deja mi cuello para mirarme mal por haberlo interrumpido y yo aprovecho eso para darle un rodillazo en su entrepierna, él grita y cae al suelo.
Salgo de la oficina y voy corriendo hacia el ascensor, toco mil veces el botón para que llegue pero ¡nunca lo hace!
—¡Abrite!.— grito desesperada mientras golpeo las puertas del ascensor. Cuando miro hacia atrás para asegurarme de que no viniera por mí, ya lo tenía encima.
¿Cómo se recuperó tan rápido?
—¿A dónde creías que ibas a ir, puta?.— pregunta el muy cínico.
Me agarra el pelo y prácticamente me arrastra hacia su oficina, trato de zafarme pero no puedo.
—¡Suélteme! ¡Ayuda! ¡Ahh!.— grito más fuerte cuando golpea mi espalda contra la pared, a unos metros de la oficina.
—¡No te hagas la difícil, Malena! ¡Tenés que ser como tu mamá, así de zorra!.— grita agarrándome cada vez más fuerte del pelo.
Escucho las puertas del ascensor abrirse y cuando quiero mirar, Agustín me mete para adentro de la oficina tapándome la boca para que no grite y cerrando la puerta detrás de nosotros.
Tengo la vista nublada por las lágrimas y él solamente me dice que no grite.
Me ata los brazos con una soga que saca del cajón de un mueble y me tapa la boca con cinta aislante.
Golpean la puerta y me esconde abajo del escritorio.
—Un grito, un golpe o apenas te asomes y estás muerta.— susurra amenazante.
Se acomoda el saco y va a abrir la puerta.
Cuando escucho la voz de la persona que golpeó parece que el alma me vuelve al cuerpo.
—Sebastián Anderson, mi rival. No me alegra verte pero ¿qué te trae por la gran empresa que estoy manejando?.— habla Agustín con aires de grandeza.
Trato de salir de la soga pero es imposible. Estoy inmóvil.
Quiero gritar, avisarle que estoy acá y que quise contestarle sus llamadas pero no pude porque Agustín Portman me sacó mi celular y se lo quedó porque decía que "ese aparato" distrae de los labores que hay que hacer. Solamente me avisaba las llamadas y los mensajes que me mandaban mis amigos.
Hace una semana que no veo a ninguno de ellos. Cuando quería salir de mi departamento para ir a ver a Andrea o a mi hermano, no podía. Sentía que alguien me vigilaba de cerca entonces me volvía a mi casa.
Después de esto ya sé quién era el que me vigilaba.
—A mí tampoco me alegra verte, Portman. Se me perdió algo y lo estoy buscando por todos lados, el único lugar que no revisé es acá.
No saben el alivio que me da escuchar su voz. Lo extrañé por más que no lo admita.