Sofia y yo jugábamos a las muñecas en el jardín de nuestra posada. El jardín era vasto, lleno de flores coloridas y un pasto saludable. Las dos nos encontrábamos en medio del jardín, sentadas encima de una toalla rosada de Barbie.
Nuestro juego se llamaba: ¿Con quién te vas a casar?
— ¿Cuál eliges? – me preguntó Sofía. El viento mandaba a volar sus negros cabellos. Se los acomodó con una liga.
Yo golpeaba mi cabeza con la Barbie esposa, con su maravilloso vestido blanco y una falda manchada de chocolate y pasto. Los tres candidatos eran muy buenos: un surfista, un profesor universitario y un empresario con un costoso traje y una expresión que decía: “me voy a comer al mundo”.
— Lo tengo – dije con la Barbie esposa en mi boca. Era un gigante malévolo que le masticaba el ojo cada vez que hablaba -. Los quiero a todos.
Les quité las extremidades a los tres muñecos y formé uno nuevo. Tenía las piernas y los brazos del surfista; el pecho del profesor universitario y la cabeza del empresario. Su ropa también era una mezcla: vestía el traje de baño del surfista, la camisa y saco del empresario y los lentes del profesor universitario para darle un aire más intelectual.
— El hombre perfecto – le di un besito en la cabeza a mi creación.
— Eso es trampa.
— ¿Por qué? No hay ninguna regla que me lo impida.
— No puedes cortar a tres personas en pedazos. Es ilegal.
— Si se puede. En la película que vimos ayer, el asesino mató a tres mujeres, las cortó en pedazos y los utilizó para armar un cuerpo parecido al de su esposa. Al final el sujeto se salió con la suya.
— No has prestado atención a la película, ¿Verdad? No me sorprende. Al final atraparon al asesino. Murió asesinado en la cárcel porque su compañero de celda era esposo de una de sus víctimas.
Levanté los hombros.
— Le perdí el interés de golpe si te soy sincera. Solo le prestaba atención a la detective, ¿Cómo alguien puede usar unos pantalones ajustados sin sentirse incómoda?
— Se le veía hasta la raja del culo.
Las dos nos reímos a carcajadas.
— Creo que esa era la parte menos realista de la película – comenté.
La sombra de mi madre interrumpió nuestra conversación. Esta cubrió nuestras muñecas y su casita, que iba a ser su hogar después de la luna de miel en Miami. Y luego tendrán muchos hijos (Eso depende de cuántos bebés quiera comprarme mi mamá), sino se tendrán que conformar con perritos.
Mi madre se llamaba Carolina y era solo unos centímetros más alta que yo a pesar de que nos diferenciemos unos treinta años.
— ¿Qué estás haciendo Carol? – me preguntó con los brazos cruzados. Esa no era buena señal.
— Estamos jugando a las muñecas. Mira – le mostré mi creación – es el hombre perfecto.
— Te había dicho que recogieras las hojas secas. Mira lo sucio que está el patio. Hazlo de una vez.
— ¿Ahora? – le pregunté quejándome.
— Si, de inmediato.
— Ya se está haciendo de noche – le señalé el cielo, que estaba oscureciendo.
— Aún hay luz. Te sugiero que empieces de una vez si quieres terminar antes del anochecer.
Sofia puso su mano en mi hombro. Era pesada, aunque no tanto como su sonrisa condescendiente.
— Te lo dije. Te dije que terminaras con tus labores antes de comenzar a jugar. Pero tú dijiste: “No, no se va a enterar”.
— Creí que esto era un pacto de hermanas – no podía ser “un pacto de primas”, tenía que ser algo más íntimo -. Ambas íbamos a faltar en nuestras tareas y ambas íbamos a afrontar las consecuencias.
— Yo ya hice mis tareas. El baño está tan limpio que podrías orinar en el suelo sin problemas.
— ¿Qué se supone que…? Lo voy a hacer.
— Atrévete y te juro que…
— ¡Carol! – mi madre interrumpió nuestra discusión. Se dirigió a Sofía -. Vamos Sofía, tu prima tiene mucho trabajo que hacer – se dirigió a mi -. Te traje la escoba y el recogedor.
Me entregó los artículos de limpieza y los miré con odio.
— Preparé arroz con leche para cenar. Hay un plato esperándote cuando termines.
— ¡Que rico! – Sofía aplaudía muy feliz. ¿Cómo no hacerlo? Mi mamá cocinaba unos postres deliciosos.
— Maravilloso – dije con una voz carente de alma.
Sofia y mi madre entraron a la casa. Sofia era más alta que mi madre y, viéndolas de espaldas, era como si los roles se hubieran invertido. Sofia era la figura de autoridad y mi madre, la niña cumplidora que recibía su plato de postre antes que yo.
La puerta se cerró dejándonos solos a mi y a los artículos de limpieza. Le di una patada a la escoba y la desgraciada se vengó cayendo encima de mi. El palo golpeó mi cabeza. Tomé la escoba y golpeé el árbol en el que estaba apoyada; varias hojas secas cayeron encima de mi.
Miré el desorden con una pereza descomunal. Sentía como si estuviera en una de esas doncellas de hierro con las puntas bien afiladas.