La sala estaba vacía. Los huéspedes y mi madre estaban fuera de la vista. Sin tanta gente, el lugar se veía muy amplio.
Solo estábamos Sofía y yo, sentadas en unos sillones rojos bastante cómodos. En medio de ambas había un tablero de Monopolio. Las dos jugábamos en modo competitivo, como siempre. Todas las propiedades tenían casa y hoteles. A simple vista era imposible determinar quien estaba ganando y quién estaba perdiendo.
— Me toca – dijo Sofía. Tomó los dados y los agitó un par de veces. Los arrojó, pero estos no tocaron el tablero. Se quedaron suspendidos en el aire. Sofia también estaba congelada, en un estado de perpetua alegría.
La pared que tenía al frente se rompió como si fuera vidrio. Pude ver a una criatura muy familia. Era el escarabajo dorado de ojos azules y patas afiladas. Era enorme, solo su cabeza reemplazaba la pared destruida.
— Tú – dijo el escarabajo y me señaló. Su voz era la mas hermosa que había escuchado en mi vida.
Me señalé a mi misma con una expresión bobalicona, ¿De que otra forma tendría que reaccionar al ver a un animal enorme hablándote y señalándote? El escarabajo se río de mí.
— No deberías estar jugando con el enemigo.
— ¿Sofia es mi enemiga? Claro que no. Sofia es mi prima y mi mejor amiga.
— No lo es. Yo soy tu mejor amigo. Soy tu Dios.
Era verdad.
— Tú eres mi dios – me incliné -. Por favor perdóname por poner tu palabra en duda. Estoy dispuesta a dar la vida por ti.
Besé el suelo. Ahora entiendo porque mi madre nos decía que nos limpiemos los pies. El piso tenía barro.
— Esa chica que está ahí – señaló a la Sofía congelada con su pata articulada – quiere alejarme de ti. Mira.
El escarabajo se redujo de tamaño para poder entrar en la sala. Para mí seguía siendo imponente y glorioso, su cabeza tocaba el techo. Su panza se abrió en dos revelando una pantalla de televisión.
“Un escarabajo gigante con un televisor en la panza. Eso es algo que no se ve todos los días”, pensé.
No había señal. Solo se veía escarchas.
El escarabajo movió sus antenas hasta que la imagen se aclaró.
Veía mi habitación desde el techo. Yo estaba echada en mi cama con el rostro hinchado y un conocimiento que nunca existió. Seguía viva y respirando, aunque lo hacía con dificultad. Unas gotas de sangre volaron de mi nariz lastimada para manchar mis mejillas enrojecidas. De Sofía solo podía ver su trasero y sus pies. El resto de su cuerpo se encontraba debajo de la cama.
— Ella quiere encontrarme, si lo hace nos separará. ¿Tú no quieres eso, verdad?
— Por supuesto que no – respondí con convicción.
— ¿Sabes que hacer cuando la veas?
Asentí como una niña buena que contesta todas sus preguntas a la maestra.
— Hagamos una prueba – me dijo con un tono malicioso.
Un bate de baseball apareció en mis manos. Lo apreté tanto que mis dedos enrojecieron, comenzaron a sangrar. Sofía estaba parada frente a mi, seguía congelada. Sin pensarlo le di un golpe con todas mis fuerzas en la punta de la cabeza, su cráneo se partió en dos. Si me acercaba lo suficiente podría ver su cerebro.
Su cuerpo cayó de espaldas. Seguí golpeándola hasta que me cansé. El segundo golpe rompió su nariz; el tercero hizo que uno de sus ojos saliera de su orbita; el cuarto destrozó la mitad de sus dientes.
No solo me conforme con la cara. También la golpee en el pecho, en las piernas y los brazos.
Cuando terminé su rostro estaba tan desfigurado que ni siquiera sus padres podrían reconocerla. El bate temblaba en mis manos, que estaban manchadas de sangre, al igual que mi rostro.
El escarabajo vio el espectáculo comiendo un balde de palomitas de maíz. Me ofreció un poco, lo rechacé. No podría comer nada ni aunque quisiera. El insecto gigante comenzó a aplaudir. Se puso de pie sin dejar de hacerlo.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Mi dios estaba contento, y yo también.
— Ya estás listas Carol – su pata tocaba mi hombro. Hablaba como un padre orgulloso.
— ¿Lista para que?
— Para recuperarme – me respondió con paciencia acariciando mi cabello -. Recupérame ahora – ordenó.
— Si señor.
Desperté.
Lo primero que sentí fue un dolor de cabeza mortal. Veía estrellas por partida doble: en el techo y en mi cabeza. Mi prima estaba buscando. Estaba buscando algo, pero no estoy segura qué.
Por suerte mi prima estaba ahí para ayudarme con la respuesta.
— ¿Dónde está ese maldito escarabajo?
Se había metido más adentro, solo podía ver sus pies sobresalir de la cama. Sofia había perdido todo interés en mi, lo único que le importaba era el escarabajo.
Perfecto.
Aproveché esta oportunidad para salir de la cama sin que diera cuenta. Abrí el primer cajón de mi comida y busqué entre mis cosas. Había varios lápices afilados, un cúter, un compás y un plátano. Saqué el compás y el cúter, quería también el plátano pero ya no tenía más manos. Será para después.
Me puse de cuclillas frente a los pies de mi prima. Sofia usaba unos calcetines verdes con rombitos negros.
Una cruel idea pasó por mi cabeza. Con la punta del compás pinche la planta del pie de Sofía. Ella me respondió con una patada en la cara. Eso bastó para que la idea de fuera a mil kilómetros de mi cabeza. Revisé mi nariz, el caño de sangre se había abierto.
Sofia se arrastró hasta que sus pies hasta que estos estuvieron fuera de mi alcance. Salió por el otro lado de la cama.
— Maldita sea, ¿Tú otra vez? – Sofía miró su pie lastimado. Había un puntito tan diminuto que era casi invisible al ojo humano -. ¿Con que quieres hacerte la chistosa, eh? Veamos quién se ríe cuando termines a dos metros bajo tierra, dónde perteneces.
Sofia saltó a la cama y caminó con dificultad a mi. Me acerqué para atacarla con mis dos armas. Sofia me detuvo con una patada en el pecho que me hizo caer de culo al suelo. Mi prima sacó un foco de la lámpara y lo rompió golpeándolo contra la cómoda.