El escarabajo dorado

Capítulo 4

Catalina admiraba el escarabajo dorado, cada milímetro de su hermoso caparazón brillante. Caminaba por la alfombra roja, la compramos inspirándonos en las alfombras que ponían en las entregas de los premios Oscar.

—Qué bonita alfombra — dijo mi madre al ver al tipo que hacía de Iron Man pisándola con sus zapatos bien lustrados y elegantes.

—Si, es hermosa — respondió —. Deberíamos ponerla en la posada. ¿No te parece?

—Me parece una idea maravillosa.

Esa “idea maravillosa” se iba a poner en su contra. Una parte de la alfombra no estaba correctamente pegada al suelo. Catalina metió el pie en esa imperfección y se resbaló. El escarabajo se fue volando de su mano y cayó en el plato de avena del señor Garrido.

El anciano no se había percatado del cuerpo extraño en su comida, tenía los ojos fijos en el televisor. Estaba viendo La Máscara mientras cortaba un trozo de pan con un cuchillo con sierras. Cuando terminó su pan removió la avena con su cuchara formando pequeños círculos.

Levantó su cuchara con el escarabajo en el centro. Dirigió la cuchara a su boca sin darse cuenta de lo que estaba a punto de comer.

Caí rendida al suelo, me dolía la mano de tanto tocar la puerta. Sofia seguía tocando, pero estaba casi tan cansada como yo.

—¡Maldita puerca! ¡Abre la puerta y devuélveme lo que es mío! ¡Voy a matarte y te quitaré el escarabajo de tus frías manos!

Sofia no se cansaba de insultar a mi madre; ella jamás habría hecho eso. Si tenía que meterse con alguien, se metía conmigo. Sofia quería mucho a mi mamá, la respetaba; además ella sabía que si se atrevía a decirle algo, recibiría consecuencias severas.

Yo una vez le dije “boba” a mi madre y me castigó lavando la ropa. Antes de comenzar a lavar, ella lo tiró a un charco de lodo y comenzó a bailar en él. Me lo entregó de un color diferente.

—Asegúrate de que quede bien limpio.

—Adiós “Boba” — me dio Sofía y se fue a ver la televisión.

Lavé la ropa y no lo hice muy bien. Todas las prendas quedaron encogidas a la mitad de su tamaño.

Suspiré y me eché en el suelo. Necesitaba relajarme y no había nada más relajante que mirar las estrellas del techo. Yo misma pinté algunas, las que tenían las pintas chuecas eran mías.

—Es inútil, estamos atrapadas — le dije a Sofía.

—Voy a estrangular a tu madre con un alambre de púas. Te juro que lo voy a hacer — Sofía apretó los puños con tanta fuerza que se hicieron azules.

—Si, yo también. Estrangular a mi madre, no a la tuya — aclaré.

Cerré los ojos y me quedé dormida, me encontraba en la misma sala con el escarabajo cuando un terremoto lo destruyó. Un pedazo de techo me cayó encima. Abrí los ojos y toda mi visión se veía agitada. Sofia me agarraba del cuello de mi pijama y me agitaba como si fuera una lata de gaseosa.

—Estoy despierta.

Me dio dos bofetadas muy fuertes.

—¡Despierta inútil!

—Que ya estoy despierta.

—Lo siento, no me había fijado.

La sonrisa cruel que esbozó me decía lo contrario.

—No nos queda más remedio que unirnos hasta quitarle el escarabajo a esa zorra.

Sofía estaba tan enfadada que hizo énfasis en la palabra “ZORRA”.

Asentí sin importarme de que estuviera hablando de mi madre.

—Cuando le quitemos el escarabajo podremos matarnos todo lo que queramos, ¿Qué te parece? — Sofía acercó su mano en señal de tregua temporal.

Le di la mano y ella me ayudó a ponerme de pie. Fue muy fácil.

—Cuando todo esto termine estaré abrazando mi precioso escarabajo encima de tu cadáver — le amenacé mostrándole los dientes rojos.

—Eres adorable, ¿Nadie te lo dijo? Igual que un perro castrado. Ahora cállate y busca una salida.

Entre las dos buscamos una salida. No fue difícil encontrarla. La ventana estaba abierta.

—Estamos en el segundo piso — le informé.

—No tenemos muchas opciones — me dijo.

—Vamos Carol — me dijo el escarabajo al oído. Ya no era un monstruo del tamaño de Godzilla, era pequeñito. Cabía en la palma de mi mano —. Tienes que hacerlo si quieres recuperarme. Solo tienes que saltar, matar a tu madre, matar a tu prima y me recuperas. Sencillo.

Me parecía muy bien. Sofia abrió la ventana y una brisa espesa nos llegó a los huesos. Nos pusimos unas casacas gruesas y un par extra de pantalones. Sofia sacó de una navaja de su cajón.

—Se la compré a un vendedor ambulante. Me contó que estuvo en el ejército y fue a la selva con ella. Mató a muchos rojos. La compré por impulso, no sabía qué diablos iba a hacer con una navaja. Ahora lo sé. Me va a servir mucho esta noche, ¿No cree?

Puso la navaja en mi barriga, me alejé para evitar que la punta toque mi carne.

—Comenzaré por aquí y luego subiré hasta llegar a la garganta — me informó Sofía sobre cómo iba a matar a mi madre (y luego a mi).




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