El escritor

El escritor

El escritor se encuentra sentado en su silla, con la mirada opaca fija en la máquina de escribir. En su mesa una botella de alcohol, varias novelas abiertas, y folios llenos de frases incompletas. En la papelera, y en el suelo, incontables pelotas de papel con texto tachados.

Tiene su cabeza vacía de nuevas historias. 
Él había sido un escritor muy prolífero de novelas que no habían tenido éxito comercial, pero que le habían servido para vaciar su estado de ansiedad y superar su tormentosa rotura sentimental.
Los continuos ruidos en el piso de al lado le habían sacado de esa abstracción, intenta ignorarlos pero no cesan, así que golpea con fuerza la pared.
— ¡QUERÉIS PARAR!, con este ruido no consigo concentrarme, necesito tranquilidad.
Pero los ruidos proseguían y él vuelve a golpear con tanta fuerza que la mano empieza a dolerle. Los ruidos cesan y el silencio vuelve a hacerse dueño de la habitación. Todo ha vuelto a la normalidad.
—Gracias.
Vuelve a centrarse en los papeles escritos, ntentando volver a recuperar una concentración que en ningún momento había conseguido.
— ¡PUM!, ¡PUM!
 Nuevos golpes le sobresaltan, esta vez provienen de su puerta. Su cerebro empieza a llenarse de imágenes de peligro, en ellas ve a un enorme cromañón de bello por todo el cuerpo, y puños de piedra, golpeando su puerta.
— ¡PUM!, ¡PUM!
Según se va acercando a la puerta su mente empieza a rebajar esa sensación de peligro. Seguro que es el vecino de al lado, de su misma altura y complexión, en una pelea tendría bastantes posibilidades de salir victorioso.
O quizás es la vecina que ha pensado que los golpes provienen de su casa y viene a pedir que cesen.
Abre la puerta y...
Han pasado varios segundos hasta que recupera el sentido, el fuerte golpe recibido y el rebote de su cabeza contra el suelo lo han dejado inconsciente. Lo último que recuerda es la voz del cromañón gritándole.
—Si vuelves a dar golpes en la pared y cortarme el rollo con mi chica volveré y te mataré.
La cristalina agua se mezcla con el rojo de su sangre mientras intenta eliminar las manchas que tiene en su ropa y en su cara.
Se mira al espejo, y ve como el moratón de la sien y de su nariz están creciendo, subiendo hasta su ojo y juntándose con el color oscuro de sus ojeras.
Los cromañones han vuelto a su quehacer emitiendo gritos a parte de los molestos ruidos, pero esta vez el escritor no se atreve a respirar, teme que vuelva a cumplir su amenaza.
El teléfono empieza a sonar, arruga su cara mientras se seca y termina soltando un grito ahogado al pasar la toalla por su nariz, nota como si se le clavaran un millón de agujas. Descuelga el auricular, escucha una voz que reconoce y responde.
—Si, lo conseguiré, pero necesito unos días más.
Las palabras que se oyen en el teléfono no son tan amables, ni aceptan los términos que el escritor le propone.
 —¡Pero es que no puedo conseguirlo en tan poco tiempo!
Mi editor me ha prometido que esta semana me hará el adelanto de mi última obra.
Le daré más, le daré lo que me pida si me da unos días más...
Por lo menos déjeme hasta el final de semana.
Las últimas palabras se han perdido en el limbo de la línea del teléfono pues la otra persona ya había colgado.
La cabeza empieza a estallarle de dolor, es como si el mismo corazón hubiera cambiado de posición y ahora estuviera encastrado en su cerebro. Cada aspiración se transforma en un latido que retumba en sus tímpanos.
Pone sobre la cama su mochila, metiendo algo de ropa, una caja de folios, un paquete de bolígrafos. Con las prisas deja en la mesita de noche el manuscrito que está escribiendo.
Apenas han pasado unas horas cuando en el apartamento vuelven a sentirse golpes y patadas en la puerta, hasta que la cerradura cede y se abre.
Miriam llega al domicilio de Pablo, lleva varios días llamando a su teléfono sin que lo coja, ni le haya devuelto las llamadas. Las cartas rebosan en el buzón, algunas se encuentran en el suelo. Sube aprisa las escaleras, sus ojos se fijan en la puerta entre abierta, con la cerradura rota y el marco desencajado. Sin pensar entra en el interior, ropa y papeles están revueltos por el suelo y los muebles. Una mancha de sangre en la entrada, más sangre en los azulejos y toallas del baño.
Vuelve a llamar al teléfono sin obtener respuesta, al girarse se da cuenta de que está roto en el suelo.
Llama nerviosa a la policía.
—¡Tienen que buscarlo, ha desaparecido! Está en peligro...
—Buenas tardes señorita. Puede decirme su nombre.
—Todas sus cosas están tiradas en el suelo, la puerta está rota, hay sangre en el suelo, hay sangre en el baño.
—¿Sangre?, ¿sangre de quien señorita?
—De Pablo, de Pablo.
La chica rompe a llorar.
—Tranquilícese. Dígame su nombre y donde se encuentra, mandaremos una patrulla.
—¡Es urgente, vengan ya!
Pasados unos minutos aparecen dos policías en el domicilio, encuentran a la chica sentada en la cama con las manos en la cara, una cara manchada por las lágrimas y el maquillaje.
— ¿Usted es Miriam?
—Sí, sí.
—¿Es usted quien ha llamado a la comisaria?
—Sí.
— Soy el inspector Méndez, y mi compañero el inspector Álvaro.
El otro inspector hace una indicación con la cabeza y va revisando la casa mientras Méndez sigue hablando con la chica. Se fija en la sangre, con su bolígrafo va moviendo la ropa y papeles que se encuentran esparcidos por el apartamento, como si un tsunami hubiera arrasado ese lugar.
—¿Cuánto hace que no ve al señor Pablo?, ¿cuándo fue la última vez que ha hablado con él?
—Llevo dos días sin verlo. En mi teléfono pueden ver las veces que lo he llamado sin respuesta.
Ahí está su teléfono.
El policía se gira para mirar el lugar que le indica.
—¿Ha llamado a los hospitales para ver si le ha ocurrido un accidente y se encuentra allí?
—No.
—Pues lo primero que haremos será ponernos en contacto con las clínicas y hospitales para ver si ha ingresado. A lo mejor solo se trata de un accidente.
— ¿Pero no ven que está todo revuelto? Han entrado a robar y han golpeado a mí... a Pablo.
—¿Pablo es su padre?
—No.
—¿Es un familiar?
—Es mi..., es mi... —tarda unos segundos en responder —, es mi amigo.
—¿Su amigo?
—Si, Pablo es un hombre casado.
—¿Puede darme los datos de su esposa?, a lo mejor se encuentra en su casa.
—No sé su dirección.
—¿Conoce el nombre y apellidos?
—Ya le he dicho que no sé nada de su mujer.
—Me refería a los datos de Pablo.
—¡Ah! Sí, perdone.
El policía que está revisando la casa está llamando a la comisaria para que manden un equipo de investigación. Sea lo que sea lo que haya pasado, tiene toda la apariencia de que alguien ha entrado en la casa violentamente. Habrá que buscar huellas para ver quien ha allanado el apartamento, comprobar si han robado algo, o si en verdad se han llevado a esta persona, si la han secuestrado.
Durante cinco horas estuvieron en el apartamento, las llamadas a los hospitales y clínicas no dieron con el paradero de Pablo. 
La chica fue llevada a la comisaria para seguir con la declaración.
Ya cuando salió, la noche se había hecho dueña de la ciudad. El inspector que la había interrogado en la comisaría era el mismo que había conocido en la casa de Pablo. 
—¿Quiere que la acerque a algún lado? 
—No se preocupe tomaré la línea 25 que me deja al lado de casa. 
¿Me avisarán si tienen noticias?
—Si, en cuanto lo localicemos la avisaremos.



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En el texto hay: suspense

Editado: 21.02.2021

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