El escudero leal (el viaje del caballero)

PARTE SEIS - LA DAMA DE LOS RÍOS

Dirigiendo su montura lentamente entre los árboles, Milton se sentía mareado. En la parte superior del brazo, sentía ardor y una humedad por el sangrado.

—Los esperaremos aquí —dijo Milton, bajó y se sentó apoyado en un tronco. 

Los mareos no cesaban. La joven dama se sentó a su lado y comentó:

—Deberíamos seguir, ¿no crees? —La preocupación se notaba en ella. Milton trató de pensar. Se levantó con un mareo persistente. El bosque le daba vueltas.

—Sí, sigue tú —respiró, se tambaleó y añadio—. Iré a buscarlos —sacó la espada de su bolsa y concluyó—. Súbete y vete. Paró, se sostuvo del burro, el bosque comenzó a girar más rápido. Se tambaleó y cayó; Lynette fue rápidamente y lo ayudó a ponerse en pie. 

—¿Qué ocurre? —preguntó ella.

Milton no soltaba ninguna palabra ella lo tenia en sus brazos. Lo observo y vio la parte superior de su brazo, estaba mojada de su sangre y de mugre.

—Ven, siéntate —le dijo, mientras lo ayudaba. 

Levantó su manga y vio: era una herida oscura y alrededor se estaba poniendo rojiza. La palpó y notó que se estaba calentando. «Hay que lavar esto —se comentó— buscó agua pero no encontró» Se alejó un tanto de la zona y después de un momento encontró un charco. El agua estaba algo sucia. Se arrancó un trozo de su manga, lo empapó lo mejor posible y volvió a Milton. Apoyó el trapo en su pierna, se recogió el pelo y de cuclillas comenzó a limpiarlo con cuidado. al terminar la herida estaba algo más limpia; Milton había comenzado a temblar. Ella no sabía qué hacer. Buscó en el bolso de Milton y encontró una bolsa de dormir. se acostó junto a Milton, lo tapó con la bolsa y se metió debajo junto a él, abrazándolo para pasarle el calor corporal.

 

La llovizna había comenzado de nuevo. despertó y vio a la joven dama abrazada a él. Se despegó de ella con vergüenza y se hizo a un lado. Se sentía algo mejor, pero no del todo. Vio a un lado y un caballo estaba junto al árbol de enfrente. Vio a Colm apoyado en el árbol con su piedra de amolar, pasándola en la espada. Cerca de él, estaba Sir Jude acostado. 

—¡Buen día! —dijo Colm, lo miraba fijamente al afilar su espada —. Pasaste una buena noche —dijo en tono irónico y sutil, — sonreía—. Milton pasó del comentario de Colm y preguntó:

—¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo salieron?—

—Matamos a casi todos —se levantó y señalo a Sir Jude—. Este tuvo la mala suerte de enfrentarse al gigante —siguió—. Será un montañés, pero peleó como un norteño —sonrió brevemente y guardó la piedra de amolar en la bolsa de su caballo.

—¿Está herido? —preguntó Milton preocupado. fue hacia el caballero se arrodilló para verlo. Tenía el hueso de la parte superior de su pierna salido y vendado con unos trapos. 

—Ese hombre es una bestia. le sacó el hueso con un tablón —Colm los observo a ambos, frunció el labio y soltó—. Este anciano le dio un espadazo cerca del cuello —Colm guardó su espada y siguió—. Escapamos apenas, lo curé como pude, pero necesita un magistrado que pueda verlo y sanarlo. Hay que irnos —dijo al concluir. 

Milton se levantó y miro a la nada buscando una respuesta, «¿Qué haría él si su amigo moría?    —pensó— suspiró al no encontrar respuestas.» Se preparó para levantarlo y preguntó: 

—¿Su caballo? —miró a Colm esperando una respuesta.

 —Pudriéndose enfrente de la fortaleza, los guardias de las torres lo llenaron de flechazos —respondió el norteño, escupió y dijo a Milton—. Ayúdame a subirlo, ira conmigo. 

—Soy su escudero, yo lo llevaré —contesto firme Milton. El norteño sonrió y dijo: 

—Tu burro no aguantará el camino con los tres —fue a él y tomó de un lado a Sir Jude, esperó que Milton tomara la otra parte. —Ve despierta a la dama. hay que largarnos rápidamente. Ese maldito podría estar armando una guarnición para buscarnos —dijo tras montar al caballo. 

—Mi lady, despierte —dijo Milton en tono educado tocándole el hombro. Ella despertó y lo tomó de la mano fuerte, —¡No! —grito asustada. Milton le acarició la mano y esperó a que ella entrara en razón. La ayudó a levantarse del suelo y dijo:

—Hay que irnos, aprontate —. Lynette se sacudió la tierra de sus pantalones. Milton la esperó ya montado y la ayudó a subir. Colm los esperaba adelante ya pronto.

 

El viaje de vuelta a la posada del sapo amarillo había sido difícil. Las lloviznas eran intermitentes, el camino estaba lleno de huecos y lodo. Lynette no había soltado ni una palabra durante todo el camino, aunque se le veía mejor. Colm iba cuidando que el herido Sir Jude no se cayera del caballo. 

—¿De dónde eres? —preguntó Lynette mientras apartaba su pelo a un lado del rostro. 

Milton contesto educado: —De las cercanías del dorado, Mi lady —. Secó las gotas de lluvia de su frente y siguió: —Aunque vivo en las tierras de los ríos desde niño —. Colm paró a esperar a Milton y dijo: 

—Niño, debemos cruzar la frontera cuanto antes —. Sir Jude, entre sueños, había comenzado a murmurar, y por lo caliente que estaba, posiblemente estaba peor de lo que pensaban. 

—Si tiene fiebre, necesitaremos algunas hierbas y un lugar con agua para limpiarlo así nos da tiempo para llegar con un magistrado —comentó Lynette. 

—¿Qué sabes tú, joven Lady? —dijo Colm frunciendo el ceño. 

—En la posada debe haber algo, ¿no? —preguntó Milton mientras dirigía el burro. Colm asintió con dudas y siguieron en camino.

Pararon en la parte trasera de la posada. Colm, montado, dijo: —Lady, ve y pide a la posadera algo para curar al anciano —sacó unas monedas de la bolsa de su caballo y se las dio. Milton desmontó del burro y comenzó a caminar nervioso, esperando.

—Chico, toma —Colm le dio la espada de Sir Jude—. Te servirá más a ti ahora —se rasco la barbilla y soltó—. Esa vieja espada que vi en tu bolsa hará que te asesinen. Lynette llegó agitada a ellos y dijo: 

—El sheriff está en la entrada, colgó a varios clientes y tiene a la posadera —. 




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