Ya habían pasado la frontera y oficialmente se encontraban en las cercanías del Dorado. Milton iba callado mordisqueando una manzana detrás de Colm. Por el ambiente, se percibía que estaban cerca del Dorado; el sol de la mañana daba en los montes y la brisa de la bahía les cubría la cara a los dos.
—¿Dónde creen que pueden estar? —preguntó Colm.
Milton terminó su manzana y tiró los restos entre la maleza. Se lamió los dedos y dijo:
—Ahí abajo, cerca de las aldeas, hay un área ideal. Hay sol, está la ribera y hay lugares donde descansar.
Bajaron entre los árboles y vieron la zona deshabitada.
—No hay nadie —comentó Colm.
—Sigue por la ribera —ordenó Milton.
De repente, se oyó a lo lejos un relincho y el caballo de Colm se abalanzó hacia él. Lynette los persiguió y al verlos sonrió.
—¡Escaparon! —dijo emocionada.
Colm tomó a su caballo, lo acarició y lo siguió. Estaban descansando entre unas rocas y un olmo. desmontaron del caballo que había tomado en la posada.
—¡Ten!, estas son más ricas —dijo Colm lanzándole un par de manzanas que llevaba en su bolsa.
Milton las levantó del suelo tras no poder atraparlas, el norteño rió.
—¿Cómo está? —preguntó Milton, mirando a Sir Jude.
—Limpié la herida, la lavé, el clima ayudó y la fiebre bajo, pero debe ser atendido.
Colm montó en su caballo y dijo —iré a la aldea, conseguiré algo de buena comida —.
—Mañana saldremos hacia Torre la Doncella —le informó Milton.
Milton se desplazó al lado de Sir Jude y vio las hojas del olmo que los cubrían del sol. Pensó en todo lo que le había ocurrido la última semana; sus ojos se cerraron, recordando al señor Roland cuando le contaba las historias de Sir Merlyn Moller, Sir Lucius Lagos, Sir Axel Terry y todos los otros caballeros que él había soñado ser alguna vez.
Escuchó un ruido y se despertó rápido. Miró hacia todos lados y, un instante después, vio salir corriendo un conejo tras los arbustos. Rió, se frotó los ojos y se levantó. Observó a Sir Jude, quien seguía durmiendo. En esos días, el viejo caballero que apenas una semana atrás había estado en esa misma zona riendo, ahora pendía de un hilo entre la vida y la muerte. Milton tomó la espada de Sir Jude del bolso, la dejó a un lado de Jude. cogió las manzanas, se dirigió a la orilla del río, se acuclilló y las lavó. Se vio reflejado en el agua. La última vez que se había visto, tenía el cabello corto y no tenía rastros de barba. En cambio, le costó reconocer al individuo que se reflejaba en la corriente: le había salido barba, el pelo estaba negro, grasoso y largo. Pensó por un instante si el señor Roland lo reconocería.
Escuchó un ruido en el agua y vio a unos metros de distancia a una mujer adentrándose en el río mientras se frotaba el cabello, estaba media desnuda de las caderas para arriba, la corriente a su lado arrastraba el agua marrón que desprendía su cuerpo. al darse vuelta, percibió que era Lynette, se sonrojó, dio media vuelta y volvió a su lugar entre las rocas.
Daba mordisco tras mordisco nervioso. Lynette apareció detrás ya vestida, su camisa estaba casi seca por el sol, iba descalza, con sus botas en las manos.
Se sentó y dijo: —Disculpa, creí que estabas dormido —se colocó una bota y añadió— No fue digno de una dama.
—No hay problema, —respondió Milton nervioso y ruborizado, evitaba la mirada.
—Estaba llena de barro. creí que podía lavarme —dijo ella, se puso la otra bota y continuó...
Milton, al mirarla, noto sus ojos azules, eran intensos y ese cabello bien rojizo hizo imposible poder concentrarse en lo que ella decía. «si que es linda —pensaba—, mientras ella hablaba; el asentía a lo que ella decía sin poder evitar apreciar lo linda que era.»
La camisa había vuelto a su color normal, que parecía verdoso. La miró a los ojos y preguntó directamente:
—¿Cómo acabaste en las jaulas de Bosque-Terror? —se dio cuenta de lo que había preguntado y se arrepintió—. Disculpa, no debí preguntar.
—No, está bien —contestó ella—. Fue por ser una tonta.
Milton la miró y respondió:
—No creo que seas una tonta, Mi lady.
Ella sonrió, se levantó y comentó: —Iré a buscar leños para encender el fuego. Él se quedó comiendo su otra manzana, sentado al lado del caballero.
Sir Jude despertó entre quejidos de dolor. Milton se giró, lo vio despierto
—Sir, ¿estás bien? —dijo emocionado. Jude se arrastró junto al olmo y, preguntó:
—¿cómo salí de la fortaleza? —Se vio la pierna destrozada y se lamentó. La pierna la tenía en un estado inmóvil; habían pasado dos días desde que Lord Butcher le sacara el hueso del lugar y al no ser tratada posiblemente lo mejor sería la amputación. La cara de Jude se entristeció, para un caballero la pierna lo es todo: cabalgar, pelear, mantenerse vivo... «Un caballero cojo no era un caballero. Sir Jude había sido nombrado a los catorce años por otro caballero en la ciudad de Miramar y rondaba los cuarenta años de edad.»
—¿Dónde están Colm y Lady Lynette? —preguntó.
Milton se giró para verlo de frente y le informó: —Lynette fue a buscar madera para el fuego y Colm fue a la aldea para buscar comida —se puso de rodillas, se apoyó en el árbol y se levantó—. Lo hemos logrado, Sir. El caballero tomó aire, se frotó el rostro, vio la espada a su lado —¿En verdad, muchacho? —dijo sin tanta confianza, le parecía irreal, un sueño.
—Sí, lo logramos, —contesto Milton feliz, siguió —te espera en la fortaleza, el dinero y tierras que gobernar —.
El ambiente se tornó silencioso por un momento. Milton se había ido unos metros de distancia a hacer del baño entre la maleza. Jude observaba su pierna, la acarició, trató de moverla sin éxito y se entristeció, «podía ser aún, un caballero sin poder utilizar su pierna, ¿valía la pena todo?» unas lágrimas brotaron y al ver llegar a Milton se las secó; tomó la espada y dijo...
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Editado: 24.05.2024