DEMASIADO TARDE
Emily Wilson
No sé en qué pensaba el profesor cuando decidió ponerme a hacer la actividad con ella. Dijo reconocer cuándo dos mentes debían convertirse en una para lograr grandes cosas, pero Victoria y yo, sin duda, éramos polos opuestos. No teníamos nada en común y nuestra forma de ver la vida, estaba segura de que era muy distinta. El profesor Erick escribió en la pizarra: «Si pudieran cambiar algo en la humanidad, ¿qué sería y porqué?». Era un tema que me había cuestionado muchas veces, y tenía tantas cosas que escribir, pero eso a Victoria no le importaba, ella lo único que quería era llevarme la contraria. ―¿Empiezas? ―me preguntó, entregándome una hoja en blanco que arrancó de su cuaderno y yo la tomé. Comencé a escribir lo que creía que era la respuesta. Terminé mi parte y se la entregué. Ella procedió a leerlo y no entendía por qué en su rostro se dibujaba una sonrisa burlona, pero me estaba empezando a molestar. ―No lo sé, tu respuesta carece de… honestidad ―expresó, sin filtro.
―¿Perdón? ―inquirí―. ¿Eres tú quien calificará mi respuesta o será el profesor? ―pregunté, molesta. ―¡Hey! Relájate. No estoy diciendo que esté mal, y no, efectivamente no soy yo quien evaluará tu respuesta, pero para eso somos pareja, ¿no? No sé por qué eso que dijo al final me incomodó tanto, o quizá fue su forma de decirlo o la sonrisa en su rostro que ya empezaba a molestarme. ―Estamos «haciendo equipo»... ―hice énfasis en la última palabra―, porque así el profesor lo dispuso, no porque yo lo haya elegido ―contesté, tajante. ―Seamos sinceras y reconozcamos que esto no tiene nada que ver contigo ―me dijo, para luego empezar a leer en voz alta lo que había escrito: Si pudiera cambiar algo en la humanidad, cambiaría la tendencia de las personas a centrarse en sí mismas y en sus propios intereses en lugar de considerar el bienestar de los demás. En mi opinión, muchos de los problemas actuales del mundo, como la pobreza, la desigualdad y el cambio climático, se deben en gran parte a la falta de empatía y cooperación entre las personas y las naciones. Creo que si más personas pudieran cultivar una mentalidad de servicio y compasión, y trabajar juntas para abordar los desafíos globales, podríamos construir un mundo más justo, pacífico y sostenible. Además, creo que cultivar la empatía y la compasión también sería beneficioso a nivel individual, ya que nos ayudaría a conectarnos más profundamente con los demás y a encontrar significado y propósito en nuestras vidas. ―La que vi hace unas horas, no tiene nada que ver con esta que está escribiendo esto, porque ahí afuera parecías formar parte del problema, y no de la solución. ¿Empatía? ¿En serio? ―expresó.
―El profesor Erick cometió un gran error. Tú y yo no tenemos nada que hacer en equipo. ―Al parecer a la señorita «yo controlo el mundo», le molesta que no se haga su voluntad ―dijo Victoria―. Pero no todos los profesores tienen precio, creo que por eso este me agrada más que la profesora de literatura. ―Yo no compro a los profesores. Son las consecuencias de ser una de las mejores estudiantes del instituto, pero dudo que puedas entender de lo que hablo ―refuté, con arrogancia. ―A algunos nos parece más excitante ir contra las reglas, pero dudo que puedas entender de lo que hablo―replicó ella con mis propias palabras, al parecer no nos daríamos tregua. ―No me sorprende, viniendo de alguien que ni siquiera sabe respetar la luz roja del semáforo. ―Una distracción la tiene cualquiera, pero tú no parecías una alumna ejemplar en ese momento. ¿Y ahora vienes a hablar de empatía? ―Ya va, ¿es idea mía o estás intentando justificar tu imprudencia de esta mañana? Ja, esto es increíble ―bufé. ―¡No! Reconozco que fue mi culpa y que mi actitud fue pésima… por lo menos hacia Jorge. ―Hizo énfasis en la última oración―. Pero a ti te dije lo que merecías. Fuiste una histérica y una grosera que no dejaba de gritarme. ¡Debes aceptarlo! La actitud que tuviste en ese momento es cuestionable, señorita, ya que habla mucho de quién eres realmente ―concluyó, y no podía creer lo que estaba escuchando. ―¡No, no, no! Lo que me faltaba. Ahora yo soy la mala del cuento ¡IN-CREI-BLE! ―dije, mientras me reía de forma sarcástica. ―¡Al parecer están disfrutando de la actividad! ―El profesor se acercó a nosotras―. Estar cerca de Emily puede ser muy bueno para usted, señorita Brown, ella es una de mis mejores estudiantes ―expresó el profesor Erick, y yo no pude evitar que una sonrisa de superioridad se dibujara en mi rostro. ―No tengo dudas de eso, profesor, estoy aprendiendo mucho de su filosofía de vida ―respondió Victoria, fingiendo amabilidad. Ella empezó a escribir su parte y no tuve interés en leer lo que decía, ni de debatir las cosas que le gustaría cambiar de la humanidad. No después de ver la clase de persona que era. Sonó el timbre y me paré del asiento sin esperar que le hiciera la entrega de la hoja al profesor. Necesitaba salir del instituto lo más rápido posible. Me sentía asfixiada.
Sin duda, había sido un viernes trece muy loco. Por primera vez en mucho tiempo, no me sentía yo. Me vi inducida por la rabia, y esta me llevaba a actuar de una forma que desconocía. Y en ese momento recordé lo que dijo Carl Jung: «Todo lo que nos molesta en los demás nos puede conducir a la comprensión de nosotros mismos». Condenaba la forma en la que Victoria había actuado en la mañana, pero me molestaba reconocer que ella tenía razón, yo me había estado comportando de la misma manera durante todo el día, entonces... ¿Qué me hacía diferente o mejor que ella? Al salir de clase, Victoria pasó frente a mí, cogida del brazo de Amanda. Parecía que se conocían de muchos años atrás. Y como era costumbre, las acompañaba su clan perfectamente amaestrado. En el camino, una de ellas les hablaba sobre ir al salón de belleza para quedar perfectas para la fiesta, pero ellas ni la determinaban. Victoria no quitaba su peculiar mirada retadora de mí y esbozó una sonrisa maliciosa. Mientras que Amanda me observaba con esa aura de grandeza que tenía de manera innata. Sonreía como si me hubiese quitado algo: victoriosa. Verlas juntas y acopladas de manera perfecta, me hizo pensar que personas como ellas se reconocían entre las multitudes. Aunque debo admitir que escuchar a Victoria hablar como lo hizo en clase de filosofía, me llevó a cuestionar por unos segundos la perspectiva que tenía sobre ella. Sin embargo, cuando la vi reírse con fuerza y tan amistosa con Amanda, volví a la realidad. No tengo nada en contra de Amanda, pero es el tipo de persona con la que prefiero guardar distancia. Es de las que eleva su ego pisoteando el de los demás. Va por el mundo sintiéndose la dueña de todos. Utilizando el miedo de los que no quieren ser excluidos y desean formar parte de «algo importante», aunque esto signifique perderse a ellos mismos. Cinthya y Sarah, sus fieles seguidoras, eran chicas brillantes y hermosas, pero, en su afán de encajar, perdieron la esencia que las caracterizaba. Decidieron convertirse en los clones malvados de una dictadora insensible, con el único fin de no quedar en el anonimato. De no sentirse invisibles y lograr que, de alguna manera, alguien las recordara, sin importar si ese recuerdo valía la desdicha de aquellos que elegían como sus víctimas. El bullying en El Cumbres era liderado por Amanda y Lucas. Cuando conocí a Amanda, era una chica muy simpática. Incluso fuimos amigas. Un día, nos quedamos en mi casa a estudiar. Fue, digamos, una noche de chicas. Recuerdo haber reído como nunca. Hablamos de todo un poco. Ella me contaba una de sus elocuentes historias, hasta que Santiago nos interrumpió con una llamada. Me pidió que me quedara con él al télefono hasta que se sintiera bien. Algo referente a su antigua ciudad lo afligió y decía necesitarme. Nos dormimos y al despertar, Amanda ya no estaba. Intenté llamarla y no contestó. Ya no me volvió a saludar. Me ignoraba todo el tiempo y sin verlo venir, se convirtió en una chica pesada que no dejaba de molestarme.
Su popularidad se basaba en el miedo que infundía en los demás de ser rechazados o excluidos, y su competencia directa era yo. Sin embargo, a diferencia de ella, yo no humillaba a nadie para obtener respeto. Muchos decían que me odiaba porque estaba enamorada de Santiago. Otros, que me tenía envidia y no soportaba que la gente me prefiriera a mí. Yo, decidí no indagar en sus razones y aceptar que ya no seríamos amigas. He aprendido que de la misma manera en la que las personas entran a tu vida, de la misma forma se van y, por más que lo quieras, no puedes evitarlo.
Mi día había sido distinto. Desde que Victoria Brown se cruzó en mi camino, todo empezó a ir diferente. El salón de clases, la cafetería, los pasillos, mis amigos, los profesores, el instituto completo se sentía como un lugar nuevo. Desconocido. Su presencia alteró lo que representaba mi espacio personal. Después de desear no volver a verla, debía aceptar que ahora formaría parte de mi círculo. Seguía sintiéndome molesta y muchas cosas no estaban teniendo sentido para mí. Lo único que sabía era que necesitaba respirar. Quería salir corriendo del instituto. Ese lugar que sentía que había sido invadido. Una vez que salí, caminé hacia la salida, donde debía estar Jorge esperándome, pero todo apuntaba a que las cosas ese día no iban a ser como yo deseaba. ―No tan rápido, señorita. ―Daniela frustró mi huida y en su cara pude ver el interrogatorio que estaba a punto de iniciar. ―¿Ahora sí me vas a explicar qué fue todo eso? ¿Qué te traes con la chica nueva? ―preguntó. Supongo que mi pésima actitud me delató. ―No sé de qué estás hablando. Debo irme, tengo prisa ―mentí, en un intento por escapar, pero a Daniela nadie se le escapa tan fácil. Ella lo controla todo. Una de sus mejores habilidades es descifrar. No solo computadoras, también le funciona con personas. ―«Este instituto cada vez es menos selectivo» «Te creí más inteligente, qué pena», ¿continúo? ―me remedó―. ¿De verdad piensas que voy a creer que no pasa nada? De Laura no me sorprendería, pero de ti. Necesito una explicación que me ayude a entender qué fue todo eso y no te dejaré ir hasta que me la des. Si quieres irte, es mejor que dejes de dar vueltas y empieces a hablar ―sentenció, cruzándose de brazos, en señal de que su amenaza era real. ―Simplemente no me cae bien. ¡Es todo! ―exclamé, en otro intento fallido por escapar. ―Emy, ni siquiera la conoces. Tú no eres así. Defendías de Laura a Jennifer, a Paula, Ainhoa y puedo seguir la lista de chicas y no terminaría hoy. ―Daniela, con su intervención, solo me demostraba lo mucho que me conocía―. Nunca has hecho un mal comentario sobre alguien. Jamás te he escuchado criticar a nadie. No haces juicios ni condenas. ¿Qué fue lo que cambió hoy con esa chica? ―Sí la conozco, ¿está bien? Y es una grosera, petulante y maleducada. Perfecta para ser súbdita de Amanda. No se equivocó al escogerla. Esa chica cumple con los estándares que necesita para su clan de arpías. Ahora, ¿me puedo ir o necesitas saber algo más? Hablar de ella me hacía perder el control y para ser sincera, no entendía por qué me lo estaba tomando tan a pecho, y por qué me estaba molestando tanto verla con Amanda, si eran tal para cual. Daniela me haló por el brazo para dirigirme a las bancas de espera que se encontraban en la entrada del instituto. Intenté resistirme, pero fue inútil. ―¿Que si quiero saber algo más? Por lo visto te drogaste y no invitaste a nadie. Por supuesto que necesito saber más... ¡Necesito saberlo todo! Así que empieza desde el inicio sin omitir ningún detalle ―dijo, cruzando sus piernas en posición de mariposa, como indicio de que escucharía paciente la historia que le contaría un momento después. Le conté todo sobre el incidente de la mañana y la forma tan desagradable en la que conocí a Victoria. Pareció estar de mi lado, pero su intervención daría inicio a un sermón. ―El mundo es un pañuelo, pero encontrarte en la misma escuela con la chica que casi muere atropellada por ustedes, eso sí es épico. ¡Amiga, el universo te odia! ―emitió, burlona. Golpeé ligeramente su brazo y le quité un trozo del chocolate que había sacado, y el cual comía como quien come palomitas en una gran función de cine. Me generaba ansiedad verla comer así. ―Espera, hablando en serio... ¿Recuerdas a aquella chica genio de primaria que llegó el primer día de clases llorando porque su mamá no le había permitido traer el brazo mecánico, que había construido para usarlo cuando necesitara borradores o lápices, y ella no tuviera que mover la mano para tomarlos de la mesa? ¿Quién me daba los lápices y los borradores para que no extrañara el brazo mecánico? Y eso que ni me conocías. Y cuando el idiota de Lucas dijo en público que Joaquín nunca había besado a una chica, y este se le fue encima con la fuerza que no imaginamos que tenía, y le rompió la cara a golpes hasta hacerlo llorar. ¿Quién le dijo que a las personas malas se les enseña con amor y que la violencia en ninguna de sus presentaciones sería la solución? No entendía adónde quería llegar contándome la historia de cómo los conocí a ella y a Joaquín. No tenía relación alguna. Ellos no eran unos groseros sin educación, como lo era esa chica. ―Emy, tú me enseñaste que la amabilidad es una forma de demostrar amor a los demás. No quiero que te conviertas en lo que ellos creen que eres. Tus actos siempre te han diferenciado de los pesados del instituto, en especial a Amanda Jones. No caigas en la trampa de cambiar lo que eres, porque alguien actúa de forma equivocada. No permitas que otros determinen quién eres y que sus malos actos opaquen la nobleza que hay dentro de ti ―concluyó, dándome un abrazo. Daniela odiaba los abrazos o cualquier muestra de afecto que involucrara el contacto físico. Entendí a lo que quería llegar. Sabía que esa no era la Emily que había crecido con ella. Y después de reflexionar unos segundos sobre lo que terminaba de decirme, me lo propuse. Realmente quise hacerlo. Quise olvidar el incidente y eliminar el sentimiento de antipatía hacia Victoria Brown, pero antes de que pudiera si quiera intentarlo, ya era demasiado tarde. Nuestra rivalidad apenas empezaba. Subí al auto y le indiqué a Jorge que arrancara. Pero Victoria se había propuesto arruinarme el día y parecía que su plan no tenía fin. Sentí una sacudida que me trasladó al incidente de la mañana otra vez. Miré al frente y mi indignación aumentó cuando la vi en su moto frente a nosotros, obstruyendo nuestro paso. Estaba parada con una posición desafiante y su cara apuntando en nuestra dirección, mientras presionaba el acelerador sin moverse de su lugar. Todo el sermón de Daniela se borró de mi mente. Ese era el efecto que generaba en mí Victoria Brown. ―¿Qué demonios hace? ―pregunté con indignación. ―¿Acaso es la misma señorita de esta mañana? ―preguntó Jorge. ―¿Tú qué crees? Solo una loca problemática intenta ser atropellada dos veces en un mismo día, y por el mismo auto ―confirmé enojada y bajé la ventana―. ¿Qué diablos sucede contigo? ¿Estás demente? ―grité en dirección a ella desde mi ventanilla.
Avanzó, abriéndonos camino sin quitar su vista de nosotros. El casco me impedía ver su rostro, pero podía imaginar la arrogancia en su cara. Una vez despejado el camino, Jorge procedió a conducir otra vez. Dirigí mi mirada al espejo retrovisor, y verla conducir con sigilo detrás de nosotros, me enfureció. ―¿¡Qué rayos está mal en esta chica!? ―fue lo que dije, mientras volteé a ver en su dirección para entender qué era lo que planeaba hacer. Aceleró hasta llegar a mi ventanilla y con sus nudillos golpeó el vidrio solicitando que lo bajara. ―¡Hola, Jorge! ¡Qué gusto volver a verte! ¿Ya te dijo Emily que somos compañeras de clases? ―preguntó, subiendo el vidrio de su casco para así, dejar ver sus ojos. ―Qué gusto verla otra vez, señorita Brown. Me alegra ver que se encuentra bien. ¿Compañeras de clases? Eso sí es una gran noticia. ―¡Ya sé, es una locura! El mundo es un pañuelo, ¿cierto? ―exclamó, y se notaba en su mirada lo mucho que disfrutaba molestarme. ―¡Estás mal! ¡Aléjate del auto y deja de fastidiarme de una vez por todas! ―me exalté. Ella apoyaba una mano en mi ventanilla y con la otra conducía a la misma velocidad que nosotros.
―Yo solo quería disculparme con tu amigo. Fui una tonta esta mañana y lo reconozco. Tarde, pero seguro. No entiendo tu amargura. ¿Qué tiene de malo que quiera hacer las paces con él? ―respondió con cierto sarcasmo, aunque, en el fondo, sus palabras se sentían sinceras. ―Decir que fuiste una tonta, se queda corto. No seas tan modesta contigo misma, por Dios. Ahora, si ya terminaste con tus disculpas, ¿puedes alejarte del auto, por favor? Este circo no es necesario. Por más que lo intentaba, había algo en ella que me inspiraba a ser una odiosa en mi máximo nivel. ―También quería decirte que será un placer verte en la fiesta de tu novio. Al final me convenciste con esa propuesta del trío. Pellizcó suavemente mi mejilla, sin siquiera perder el equilibrio en su moto. Me guiñó el ojo y con una sacudida de mano se despidió de Jorge, para luego acelerar y alejarse por fin de nosotros. Me quería morir de la vergüenza. ¿Cómo se le ocurrió decir eso? Quería desaparecer del instituto y gracias a ella, empecé a desear con todas mis fuerzas que la tierra me tragara en ese instante. Jorge no hizo ningún comentario al respecto, pero eso no evitó que sintiera cómo mis mejillas se sonrojaron.
―Llévame a la oficina del señor De Luca, por favor. Quedé en verme allá con la mamá de Santiago. Los preparativos de su fiesta lo volverán loco, y al parecer quiere arrastrarme a mí a su locura, pidiéndome que vea a su madre. ¿Puedes creerlo? ―dije, intentado hacer que olvidara la broma de mal gusto de Victoria. ―Santiago es muy afortunado. Usted es una gran chica, señorita Emily, y tiene un gran corazón. ¡No lo olvide! Intenté pensar en las cosas que hablaría con la mamá de Santiago. Él me había dado un bosquejo de lo que hacía falta y tenía algunas ideas en mente, pero algo me impedía concentrarme: saber que Victoria estaría en la fiesta, me generaba incomodidad e inquietud. Sentía la necesidad de olvidar todo lo que ella había generado en mí desde el primer momento. Quería que su existencia dejara de molestarme. Sonaba «Bruno Mars - Talking To The Moon», y subí el volumen para aislarme de mis pensamientos, pero por más que quise, por más que cantaba internamente, y aunque el volumen estaba en su máximo nivel, Victoria Brown no salió de mi cabeza ni un segundo. El universo actúa de forma misteriosa y muchas veces llegamos a subestimarlo. Creemos tener el control y cuando menos lo esperamos, nos damos cuenta de lo lejos que estamos de la realidad. Algo sucede de forma imprevista... o alguien inesperado llega a mover tu mundo, para bien o para mal, no lo sabes, pero desde ese momento, nada vuelve a ser igual.
Editado: 08.07.2024