LA FIESTA
VICTORIA BROWN
Durante todo el día de lo único que se hablaba en el instituto era de «Los dieciocho de Santiago De Luca». Amanda y su grupo estaban planeando hasta el mínimo detalle, desde el vestido perfecto hasta los aretes que usarían, y fue difícil quitármela de encima. Por lo que pude observar, creía haber encontrado a otra de sus discípulos. Me hablaba de las normas de etiqueta que debía seguir para pertenecer a su grupo, indicando hasta la ropa que teníamos que llevar el día de la fiesta, y no pude controlar reírme internamente por todo lo que estaba escuchando. Algo andaba mal en la cabeza de esa chica. Pero Emily y ella, al parecer no se llevaban bien. ¿Lucha de poder? ¿Celos por un chico? No lo sabía, pero de lo que sí tenía certeza, era de que la tal Amanda Jones me daría la información que necesitaba de la chica justiciera. Soportar a personas como Amanda era un reto fácil para mí. En mi escuela anterior abundaban, sin embargo todos me tenían respeto, incluyendo a las chicas populares, porque no era una amenaza para ellas.
Nunca me interesó ser la «popular» del instituto, aunque todos querían estar cerca de mí. Amaban mi rebeldía y mi forma de decir las cosas. No tenía filtros y era como su voz. Todo lo que querían expresar, lo hacían a través de mí. No abusaba de mi poder ni me creía superior a nadie. Nunca tuve miedo de las consecuencias que podía traerme el hecho de defender en voz alta, las ideas en las que creía; y ellos confiaban en mí. Ahí aprendí que las personas siempre van a buscar a alguien a quien admirar para descubrirse a través de ellas, pero yo siempre he pensado que ese es el error más grande del ser humano. Descubrirte no es ser como alguien más, tampoco seguir los designios de esa persona que crees perfecta y libre de equivocaciones. Descubrirte es saber que no hay nada malo en ti, que somos perfectos en lo más profundo de nuestro ser y que esa plenitud que tanto buscamos, esa realización o satisfacción interna, la vamos a encontrar cada vez que le quitemos una capa a nuestro interior. Cada vez que amemos, que riamos fuerte, que reconozcamos nuestras fallas, que celebremos nuestros triunfos. Cada vez que nos mostremos auténticos. Reales. Que nos preocupemos más por lo que damos, que por lo que recibimos. Por ser más. Que aprendamos a perdonar y sobre todo, que recuperemos la inocencia y la pasión con la que veíamos el mundo cuando éramos niños. Cuando entendamos que dentro de nosotros, está la felicidad que buscamos, y que solo nosotros podemos descubrirla. Y allí, justo en ese momento, habremos entendido el verdadero sentido de la plenitud. ¿Una fiesta llena de niños pijos que se creían los dueños del mundo? ¡No! Definitivamente eso no era lo que tenía pensado como plan perfecto para un sábado, pero no estaba pensando con claridad. Mi deseo de arruinarle la noche con mi presencia a esa presumida, me motivó a rechazar el concierto que había esperado por meses para ver tocar a mi grupo favorito. No exageraban cuando decían que Santiago se destacaba por hacer las mejores fiestas. Su cumpleaños era el día más esperado porque sus fiestas superaban cualquier película de adolescentes de Hollywood, y no me quedó duda cuando al llegar, vi todo perfectamente organizado y la ostentosidad se veía desde la puerta principal. En la entrada me recibieron dos malabaristas en monociclo y trajes increíbles. El de la derecha tenía en sus manos una botella de licor, y el de la izquierda, le arrojaba con perfecta sincronía los shots donde serviría los tragos que luego procederían a entregarnos como bienvenida. A medida que te adentrabas a la gran mansión, podías ver una gran fuente dispensadora de alcohol. ¡Sí! No era una fuente de agua... eran litros y litros de alcohol que caían en forma de cascada. Por el aire, tres trapecistas realizaban acrobacias sobre largas telas de seda rojas. A lo lejos, podías ver malabaristas con antorchas de fuego, mesas de juegos al mejor estilo Las Vegas. Una pista de baile de piso luminoso con colores interactivos. Una especie de cápsula de cristal gigante que, en su interior, tenía tambores que al tocarlos derramaban pinturas fluorescentes. Todos llevaban accesorios luminosos que hacían que la fiesta fuera un espectáculo visual. A través de un gran ventanal, se veía una piscina iluminada con colores y cubierta de espuma; pelotas acuáticas flotando y algunas chicas jugando lucha montadas sobre los hombros de otros chicos. Verlos tan alocados, me hizo sentir que había llegado en el momento en el que ya todos estaban ebrios, pero era imposible, apenas eran las nueve treinta y la fiesta había empezado a las ocho. La banda que tocaba en vivo sabía perfectamente lo que hacía. Solo en la última fiesta a la que asistí escuché una música tan buena como la que sonaba en ese momento. Y cabe destacar que había asistido a muchas fiestas y conciertos en los últimos tres meses, desde que logré sacar una identificación falsa que me daba acceso a clubes nocturnos, conciertos y fiestas privadas. Amanda me vio llegar y no tardó ni un segundo en apoderarse de mi brazo, again. ¡Esa chica era insufrible! ―¡Te dije que debías venir de rosa! ―expresó, mientras me veía de arriba abajo con desapruebo―. Pero te lo dejaré pasar por ser nueva integrante de nuestro grupo. Debes aprenderte las reglas de vestimenta y la tercera de ellas, es que el negro solo lo usamos cuando alguna subió de peso o cuando nuestro sueño de casarnos con Paul Walker se va directo al más allá. ―Fueron sus palabras al ver mi pantalón de cuero negro con el crop top del mismo color que decidí usar esa noche. Para descubrir las debilidades de Emily Wilson, estaba pagando un precio muy alto: número de likes en Instagram, antidad de seguidores ganados, cálculo de calorías para cada cosa que se llevaban a la boca, críticas a los «peores vestidos» y el intento fallido de disimular la envidia al ver a las que lucían muy bien. Esas eran algunas de las cosas que debía soportar. Necesitaba un trago o terminaría ahorcándome con mis propias manos. Esa fuente de alcohol en el centro, sin duda, era mi salvación. Pero lo que no sabía en ese momento, era que no solo me ayudaría a sobrevivir a las Hello Kittys humanas, sino también a lo que estaba a punto de ver. Un reflector redireccionó la vista de todos a la escalera principal, por la cual se disponían a bajar los protagonistas de la noche. Él, con la vestimenta perfecta que lo hacía lucir como modelo recién sacado de una revista, o como un príncipe de cuentos de hadas versión moderna: pantalón beige ajustado al tobillo, camisa de vestir blanca sin corbata, saco rosa pastel sin abrochar que le daba un toque elegante pero relajado, y zapatosbrogue semi formal. Su cabello peinado a la perfección y esa sonrisa con la que las cautivaba a todas. Se veía muy bien. Ella tenía un vestido dorado tan largo que rozaba el piso. Del lado derecho su pierna salía por una elegante abertura. Hombros y pecho descubierto de forma sutil, sin llegar a lo vulgar. Discretamente sexy, diría yo. Y de verdad quisiera poder decir que verla así vestida no causó estragos en mí.Traía el cabello recogido hacia un lado, y él la sujetaba de la mano, como si ella fuese su mejor regalo de cumpleaños. Se veía increíble, pero algo me decía que ella no pensaba lo mismo. Su expresión corporal reflejaba cierta incomodidad. Se veía inquieta. A diferencia de su novio, ella lucía avergonzada. Sus esfuerzos por disimularlo eran inútiles, por lo menos, esa era mi percepción. O quizá estaba equivocada y era igual de egocéntrica que él, aunque se me hacía difícil saberlo. Siempre he sido muy buena para analizar a las personas. Es una especie de don. Nunca fallaba, phasta que la conocí a ella y me hizo dudar de mis habilidades. Sin embargo, ya había podido sacar mi propio test de personalidad de quienes la rodeaban. Santiago: chico divertido, extrovertido, pero sensible. Lo tenía todo, pese a no presumir de ello. La humildad y sencillez podían ser unos de sus mayores encantos. Daniela: con evidente desinterés en las relaciones interpersonales o en agradarle a los demás. Aislada, aunque no ausente. Analiza a todos en silencio. Crees que está en su mundo, pero tiene la habilidad de hacer varias cosas al mismo tiempo. Es versátil y parece ser amigable y leal. Joaquín y Laura: él, inocente, auténtico, se deja ver tal y como es. Sus ansias de enamorarse no le permitían ver que el amor lo tenía frente a sus ojos. Ella, posesiva y un tóxica. Relajada, perspicaz, carismática y un poco tonta al pensar que no se le notaba el amor por su mejor amigo.Ambos muy leales. Amanda: egocéntrica, insensible y con una rivalidad con Emily que iba más allá de una competencia por poder. Las razones por las que la odiaba, eran un misterio para todos. Emily... Emily Wilson: chica inmune a mis habilidades analíticas. Mis destrezas como observadora profesional quedaban sin validez cuando se trataba de ella. Bastante frustrante para mí, ya que era quien más me interesaba descifrar. Tomé el trago fondo blanco. El paso del alcohol quemaba mi pecho mientras me recordaba el objetivo de mi asistencia a esa fiesta. Tomé otro en un intento de sacar de mi cabeza la imagen perfecta de ella bajando las escaleras. ―¿Por qué tardas tanto? No puedes alejarte de nosotras mucho tiempo sin decirnos dónde estarás ―dijo Amanda. Esa chica con ínfulas de dictadora estaba agotando mi paciencia, hasta que el tema que me interesaba por fin salió a relucir. ―No sé a quién pretende impresionar Emily con su vestimenta. Todos sabemos que ella nunca elegiría un vestido de ese nivel. Es insípida, sin gusto, y su closet lo demuestra. Estoy segura de que la mano y el buen gusto de la señora De Luca están detrás de todo eso. ―La frivolidad en su voz solo reflejaba la envidia que la carcomía por dentro. ―¿Por qué no se llevan bien Emily y tú? ―inquirí, tratando de entender un poco más a qué se debía su rivalidad. ―Emily Wilson no es nadie. Cree serlo por estar con Santiago, pero ella solo me da penita. Intentó llenar con él, el vacío que le dejó Emma cuando la abandonó. Solo está a su lado por conveniencia. Se siente muy popular y aparenta que son la pareja perfecta, pero no hay nada más falso que eso. No hay nada que tengan en común. Son como... ―¿Quién es Emma? ―la interrumpí. ―La oveja negra de su familia ―musitó Sarah, y Amanda le echó una mirada que la dejó en silencio. Esas chicas no la admiraban ni la respetaban. Su autoridad se basaba en el miedo que le tenían. Respiraban cuando ella se los ordenaba. No tenían autonomía. Solo obedecían a los deseos de una chica que les hacía sentir que formaban parte de algo, y al parecer les bastaba, aunque eso significara perder hasta su voz. ―Emma es la hermana mayor de Emily. Se fue de su casa hace tres años. No se despidió de ella. Solo le dejó una carta y un lugar importante en El Cumbres. Emma era la reina de ese lugar. Todos querían estar cerca de ella ―manifestó, mientras sonreía para la cámara de su celular y procedía a sacarse una selfie―. Desde que su hermana se fue, Emily no volvió a ser la misma. Eran muy unidas. Inseparables. Quiso dejar de ser reconocida como «La hermanita de Emma», y se convirtió en «La novia de Santiago». Estar con alguien a quien no ama y que nunca amará, fue el precio que decidió pagar para superar el abandono de su hermana. Amanda logró por primera vez hacer que me interesara en algo de lo que salía de su boca. Toda mi atención estaba puesta en lo que decía. Aunque me incomodaba percibir el veneno en cada una de sus palabras. Su forma de expresarse estaba llena de crueldad, pero luego me daría cuenta de que nada me diferenciaba de ella. ―¿Qué le dijo la hermana en la carta? ―indagué, sintiendo como la curiosidad invadía cada parte de mi cuerpo. ―Eso nadie lo sabe. Lo guardó para ella como un gran secreto. Ni sus padres supieron qué dijo Emma en esa carta. En el exterior de ella decía: «Para mi M&M. Léela cuando me necesites. Te ama, Emma» ―expresó, para luego agregar―: Sí, Bastante cruel decir que amas a alguien a quien estás abandonando sin siquiera despedirte. Emily Wilson tenía un punto débil y yo lo había encontrado. Todos sabemos cuándo hacemos algo mal. Cuándo tus actos te convierten en una mala persona. Tu conciencia te indica cuándo la maldad oscurece tu alma. Es una sombra que te persigue y te recuerda que estás podrido. Puedes engañarte o tratar de justificarte diciendo que se lo merecía o que debías darle una lección, pero creerte el juez del universo no es tu misión en la vida. Descubrir las debilidades de Emily y disfrutar la idea de usarlas para hacerla pagar todos sus desplantes, no me alejaban de ser una pésima persona, al contrario, me convertían en alguien despreciable, pero eso lo supe demasiado tarde. La seguí con la mirada, como quien no quiere perder de vista a su presa. Arruinar su noche era mi misión y realmente quería disfrutar mientras lo hacía. Caminé en su dirección con pasos lentos, maquinando en mi mente lo que usaría para quitar su presunción de superioridad y enseñarle que ella no era mejor que nadie. Estaba con Daniela y Joaquín. Ellos hablaban, pero ella miraba a su alrededor sin prestar atención a lo que decían. Su mirada se cruzó con la mía, pero no la sostuvo por mucho tiempo. Su intento de ignorar mi presencia, me dio más ánimo para seguir. ―Magnífica entrada, su majestad ―dije, haciendo un gesto de reverencia ante ella. Amanda se burló y detrás de ella, por defecto, se burlaron Cinthya y Sarah. Ella giró su cuerpo en dirección al mío, con una posición firme. Lista para defenderse ante mi ataque. ―Otra vez tú, ¿es en serio? ―dijo, poniendo los ojos en blanco―: Entiendo que meterte conmigo le dé algo de sentido a tu existencia, pero de verdad ya tu jueguito empieza a fastidiarme. ¡Búscate una vida, por favor! ―agregó, aburrida. ―Emily Wilson pensando que el mundo gira a su alrededor... ¡Vaya! ¿Por qué no me sorprende? ―Chicas, ¿por qué mejor no siguen su camino, se divierten y dejan de ser tan venenosas, al menos por una noche? ¿O es mucho sacrificio para ustedes? ―expresó Daniela. ―¿Venenosas? Pero si solo queremos saludar a la princesa Emily. No se está con la realeza todos los días ―me burlé. ―Tu forma de incluirte a la vida social de El Cumbres carece de originalidad, pero te voy a hacer un favor, y no te preocupes, no tienes que agradecérmelo.
Ahí estaba Emily, a punto de darme el arma que usaría contra ella misma. ―Te explico... meterte conmigo no te dará ningún lugar importante en el instituto. Personas como tú, ya abundan por los pasillos, y por lo general terminan viviendo del desprecio de los demás, si no pregúntale a tu nueva amiguita, quien lleva años intentándolo y solo ha logrado ser una temible dictadora a la que todos obedecen por miedo a convertirse en sus víctimas, ¿o no chicas? ―preguntó en dirección a Sarah y Cynthia. Pude ver la furia apoderarse del cuerpo de Amanda, pero antes de que pudiera decir algo, levanté la mano, indicándole que yo me haría cargo. ―A ver, ya que estás tan bondadosa, ¡ilumíname con tu sabiduría, Wilson! ¿Cuál sería la forma más original? Porque unirme a la dictadora del instituto era mi plan A, aunque tengo otras ideas en mente, algo así como... ser la novia del chico más guapo y popular, o tal vez seguir el legado de alguien que no está, como por ejemplo... el de mi hermana. Pude notar su confusión, y de inmediato le dedicó una mirada inquisitiva a Amanda, con la que me daba a entender que había descubierto a mi fuente.
―¡Espera! Se me ocurre una más original: Ser la novia del chico más guapo del campus para no sentir que el legado de mi hermana no llena el vacío que me dejó cuando se fue sin siquiera despedirse, ¿qué te parece ese? La crueldad se hizo parte de mí. Pude sentirlo en cada palabra que dije, y se me hace difícil describir la cara de Emily en ese momento. Su entrecejo fruncido reflejaba rabia, confusión e impotencia. ¡Quería asesinarme! Su mirada transmitía el dolor de aquello que todavía le quemaba. La apertura de una herida que no había cicatrizado. Identifiqué su tristeza.
Conocía lo que veía y me reconocí en sus ojos. Su mirada era un espejo en el que podía verme a mí y a todas las heridas que hasta ese momento me lastimaban al igual que a ella. Y entendí que las palabras tienen el poder que tú quieras darles. Puedes usarlas para construir o para destruir. Pueden ser un despertar para aquellos que están inmersos en la desidia o ser un incendio emocional imposible de apagar. Pueden ser balas que penetran tu piel hasta rasgar tu alma. Yo había decidido usarlas como arma destructiva. ―¿Eres imbécil o qué demonios pasa contigo? ―intervino Daniela, y Joaquín tuvo que frenar su cuerpo que venía con furia hacía mí. Ellos sabían lo que le afectaba a Emily y cumplían muy bien su papel de mejores amigos. ―¡Damas y caballeros, hoy Emily Wilson se embriagará por primera vez! ―gritó Laura enérgica, interrumpiendo inocentemente la situación. Traía una bandeja con varios shots, de los cuales Emily tomó uno y lo llevó a su boca, para luego tomar otro sin siquiera mostrar repulsión por el sabor de un tequila que, hasta el olor, podía embriagar a cualquiera en la distancia. ―¡Wow, wow! Con calma, amiga, que no es agua ―expresó Laura, sin percatarse aún de la tensión del ambiente. Emily no quitaba su mirada de la mía. Yo también la mantenía fija en ella. Estaba logrando mi objetivo, pero no se sentía como esperaba. No había congruencia entre mis pensamientos y mis emociones. De inmediato sentí culpa. Me sentía una basura. Y la sensación aumentó cuando vi sus ojos brillar, producto de las lágrimas que se negaban a salir frente a mí. Su mirada se debilitó ante la mía y se dispuso a salir corriendo. No pudo decir nada. Su silencio me hizo sentir peor. Hubiese preferido que me insultara o usara como defensa ese tono de superioridad que la caracterizaba, pero no lo hizo.
Daniela fue detrás de ella, y Joaquín me observaba confundido. Parecía que su interés por mí se había esfumado. Me veía con cierta decepción y, por una extraña razón, su mirada me afectaba. Amanda parecía orgullosa de mi hazaña, sin embargo, no puedo describir cómo me sentía yo. Necesitaba un trago, y por efecto del alcohol que había tomado, también un baño. Bordeé la escalera y abrí una puerta que me daba entrada a un largo pasillo. La arquitectura y decoración de la mansión eran increíbles. El buen gusto se veía en cada detalle del piso, paredes y techo. Al final, se veían dos puertas «Alguna debe ser un baño», pensé, mientras me desplazaba en dirección a la que estaba a mi derecha. Supongo que siguiendo la teoría del arquitecto uruguayo, Carlos Pascua sobre el porqué los baños están siempre al fondo a la derecha. Mi inercia actuó y la teoría era cierta. Era un baño. Mis pensamientos sobre lo que acababa de pasar y la imagen de la mirada de Emily triste y a punto de quebrarse, llegaron a mi cabeza y me hicieron tardar más de lo que me gusta en un sanitario. Un fuerte azote de la puerta me sacó de mis pensamientos. Olvidé cerrar con seguro y ahora había alguien más invadiendo mi privacidad. Intenté esperar que la persona que había entrado se fuera para yo salir, pero algunos objetos cayeron al piso y lo siguiente que pasó, fácil podía ser una escena para una película de comedia o por lo menos, a mí me pareció un chiste. ―¡Estúpida Victoria Brown! Fueron las palabras que escuché y que de forma automática dibujaron una sonrisa de satisfacción en mi cara. Esta vez no estaba llena de maldad, al contrario, la voz de una niña molesta y malcriada que usaba la palabra «estúpida», como máximo insulto hacia alguien que acababa de tocar una fibra rota de su alma, generó cierta ternura en mí. ¿Reivindicarme o liarla más? Eran mis dos opciones. ―Seré muy estúpida y todo lo que quieras, pero por lo menos sé que el corrector en los ojos se coloca con el dedo anular, ¿sabes?... por eso de que es el dedo que menos fuerza tiene y por ende, menos daño le hará a tu rostro ―revelé, mientras ella arreglaba su maquillaje. Y no sé con exactitud qué me hizo pensar que era una buena idea decir esa estupidez. Ella me miró a través del espejo y optó por ignorarme. Sus ojos rojos revelaban que había llorado. Felicidades, Victoria, lograste tu objetivo. La pregunta es, ¿por qué no lo estás disfrutando? Arrepentirme de mis actos no era una de mis costumbres, y pedir perdón tampoco formaba parte de mis hábitos. Tenía conocimiento de la magnitud de lo que había hecho, pero no era suficiente como para doblegarme ante ella. En mis pies se encontraba un labial proveniente de los objetos que habían caído al piso. Lo recogí hasta donde estaba para entregárselo. Lo tomó con aspereza sin siquiera voltear a verlo, y con cierta brusquedad procedió a guardar en su bolsa el resto del maquillaje. Mi presencia sin duda le estaba desagradando y con toda la razón.
―A ver, Wilson, lo de hace un rato fue... Por primera vez intentaría enmendar mis malos actos, pero ella no me lo permitió. ―Lo de hace rato fue tu boleto al destierro social. ―Se acercó quedando a centímetros de mi cara con una actitud amenazante. «¿Qué demonios pasa conmigo?», me pregunté cuando una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo y mis piernas se tornaron débiles. Pude sentir el olor de su perfume Chanel activar mi sentido del olfato. Era uno de mis perfumes favoritos y, a decir verdad, le quedaba perfecto a su pH. Sus grandes ojos azules me tenían en el blanco. Y estaba bloqueada. No reaccionaba ante su cercanía. No estaba entendiendo nada de lo que estaba pasándome. ―No la vas a tener fácil de ahora en adelante, Victoria Brown. Te dije que me dejaras en paz y ahora ya es tarde para ti. No debiste meterte conmigo. Su voz sonó amenazante. Y cuando se separó de mí para dirigirse a la salida, se lo impedí sujetando su brazo trayéndola otra vez cerca de mi cara. Ella no lo esperaba y los nervios la hacían pestañear con mucha rapidez. ―¡Tienes que saber que tus amenazas de niñita caprichosa no me asustan. ¡Peores personas lo han hecho! ―repliqué, y no mentía. No era la primera vez que alguien amenazaba con destruirme. ―¡Pero ninguna era yo! ―enfatizó justo antes de soltarse de mi agarre con rudeza―. No digas que no te lo advertí. Salió del baño teniendo la última palabra. Ya se le estaba haciendo costumbre dejarme con la palabra en la boca, y a mí cada vez me molestaba más. Era una declaración de guerra y yo la había iniciado. Dejarse matar o sacar una bandera blanca en señal de paz no eran una opción. Íbamos por todo. Las casualidades también harían acto de presencia esa noche y un rostro conocido, más que disgustarme, representaría para mí una salida a tanta tortura. No creía que fuese estudiante de El Cumbres. Se veía mayor. No podía recordar su nombre, pero sí las palabras que me dijo esa mañana del viernes trece, pero ¿qué hacía en esa fiesta?
Editado: 08.07.2024