UNA VERDAD IMPREDECIBLE
Emily Wilson
El cumpleaños de Santiago estaba empezando a convertirse en una tortura para mí, pero él se veía más emocionado que nunca. Insistía en decir que yo era su mejor regalo y que se sentía feliz de poder compartir conmigo su gran día. «¿Qué es de un hombre si no hay una hermosa mujer sujetando su mano?... Emily, solo si tú estás, celebrar la vida tiene sentido» fueron sus palabras para hacerme saber que realmente deseaba que lo acompañara en su gran noche, y yo no era tan insensible como para no cumplir lo que me pedía. Santiago conmigo dejaba salir toda la ternura que ocultaba en los pasillos del instituto. Su prioridad siempre era hacerme feliz. No comprendía qué había sido lo que le atrajo de mí. No era la más romántica ni tampoco la más atenta, pero era lo más importante para él, y yo no podía decir lo mismo. Tener conocimiento de ello tampoco le molestaba. Me entendía. Era comprensivo y no le gustaban los conflictos ni el drama. Tampoco intentaba cambiarme o convertirme en lo que él quería que fuera.
Me aceptaba tal y como era. En nuestra relación no había celos, posesión o control sobre lo que hacíamos o dejábamos de hacer. Nos salíamos del común de las relaciones y eso me gustaba. En mi opinión, y creo que Santiago compartía lo mismo, los celos y el querer controlar cada paso de la persona que está a tu lado, son un sentimiento tóxico que solo refleja la inseguridad de quien lo hace. Si logramos entender y aceptar que nada ni nadie nos pertenece, ni siquiera nuestra propia vida, comprendiendo que todo se nos ha sido prestado por un tiempo limitado. Si logramos aprender a vivir con el desapego, a no aferrarnos.
Aceptando la idea de que nada es para siempre. Que se cumple un rol de maestros fugaces, donde enseñamos y aprendemos, y una vez cumplida la misión debemos soltar y dejar ir, pudiésemos vivir y disfrutar de todo lo que se nos presenta, incluso de esos instantes que nuestro ego quisiera convertir en eternos. De esa forma habíamos mantenido una relación estable, en la cual muchos opinaban que nos encontrábamos en una relación con exceso de confianza o con evidente falta de interés. Pero la verdad es que eso era algo que nunca me había cuestionado. Disfrutaba de su compañía tanto como disfrutaba de mi libertad. Todo El Cumbres estaba en la fiesta. Tener a más de trescientos ojos puestos en mí, no era algo que me incomodara, pero esa noche se sentía diferente. Santiago quería que ese día fuera increíble. Inolvidable. Él mismo cuidó cada detalle. Lo del reflector fue idea de la señora Helena, su madre. Me pareció exagerado, para no decir ridículo. Y aunque intentamos oponernos, fue inútil. «Siéntanse grandes y serán grandes», fue lo que dijo para convencer a Santi de hacer esa estúpida entrada. Cuando sentí el gran reflector penetrar mis pupilas, y convertirme en el centro de atención a la misma velocidad de la luz que me impedía ver con claridad a la multitud que nos observaba, quería que la tierra se abriera y me tragara. Esa entrada era demasiado, incluso para mí, pero el show había comenzado y debía continuar. Me sujeté muy fuerte de su mano, rogando que mis pasos al bajar fueran firmes y no tropezar, y así convertir la gran entrada en una gran humillación. Por suerte todo pasó muy rápido y cuando pude darme cuenta, ya estaba abajo caminando en dirección a mis amigos que me esperaban con cierta gracia en sus rostros. No tardarían en hablar de nuestra gran entrada. Como era de esperarse, Laura fue la primera. Estaba furiosa. Me reclamaba por no haberle advertido que vendría con vestido de gala a una fiesta de adolescentes, en la que lo único seguro era que todas las chicas terminarían con zapatos en manos, vomitando por los rincones de la gran mansión; y los chicos inconscientes, desnudos, tirados en alguna parte sin poder recordar las idioteces que habían hecho la noche anterior. ―Sí lo que querías era opacarnos, lo hiciste muy bien. Somos unas cucarachas aplastadas y el zapato en nuestras cabezas es el tuyo. ¡Laura estaba de verdad furiosa!
―Yo creo que te ves hermosa, Laura ―expresó Joaquín―. Eh, digo, las tres se ven muy hermosas ―corrigió con nerviosismo, intentando no cruzar la línea que se había propuesto no pasar entre ellos. ―¡Qué dramática eres! Deberías agradecer que no fue a ti a quien un gran reflector le guió la entrada como artista de Hollywood o como si fueras la reencarnación de la princesa Diana. Queverguenza.com. Daniela acompañó su comentario con una carcajada llena de sarcasmo, sin quitar la mirada de su celular, y yo le di un suave golpe en su brazo, riendo también. Pensarías que nunca está escuchando por estar metida en sus aparatos electrónicos, pero siempre te sorprende demostrándote que está en todo. ―¡Dios mío! Será que fui yo quien quemó en la hoguera a Juana de Arco o quizá crucifiqué a Jesús. Algo así de malo tuve que haber hecho para merecer unas amigas como ustedes ―bromeé―. ¡Ya deja de lloriquear! El vestido es un regalo del señor y la señora De Luca, que alegó que «su hijo no cumple dieciocho todos los días», para hacer que accediera a usarlo. Ahora, ayúdame a sobrevivir a esta tortura como solo tú sabes hacerlo, ¿sí? Por favor. Dibujé en mi cara el gesto de niña chiquita que nunca fallaba.
―¡Voy por unos tequilas! Y esta vez no hay bebidas sin alcohol para ti… «Tu novio no cumple dieciocho todos los días». Laura me sacó la lengua burlándose de lo que dije segundos antes, y no me iba a permitir negarme. Esa sería su forma de vengarse porque ella sabía que yo odiaba el tequila. Todos estaban disfrutando de la fiesta. Lucas, como el salvaje que era, con ayuda de su tribu de cavernícolas tenían a los nerds sujetados por las piernas, y con mangueras les hacían tomar todo el alcohol que pudieran. Las chicas estaban enloquecidas por los integrantes de la banda Sweet-N-Dark y los chicos, en el intento por llamar su atención, se las llevaban en hombros para arrojarlas a la piscina y así lograr transparentar su ropa, o hacer que las más desinhibidas se despojaran de ella sin ninguna pizca de pudor. «Los hombres son tan básicos y algunas mujeres contribuyen para que sigan siéndolo», pensé al ver esas escenas. ―¿Ya se enteraron de lo que dicen de la nueva? ―preguntó Joaquín, sacándome de mi armonía al recordarme que era posible que Victoria estuviera en la fiesta como lo insinuó el día anterior. ―Dime qué escuchaste y te confirmaré si es verdad lo que te dijeron.
Ahí estaba Daniela otra vez, siendo la dueña de la información. Algo me dijo que ya la había investigado, pero sus investigaciones las revelaba solo cuando era necesario. No le gustaba hablar de la vida de los demás y decía que era un delito divulgar información confidencial sin el consentimiento del investigado. Se tomaba demasiado en serio eso de conocer la vida de todos gracias a sus talentos con las computadoras, pero nunca abusaba de ello. ―No sé por qué le sigues dando tanta importancia a esa chica. Te aconsejo que no te hagas ilusiones. Estar interesado en ella es casi lo mismo que decir que lo estás por Amanda ―espeté, y Joaquín frunció el entrecejo con cierta confunsión Daniela sonreía frente al celular y sacudía la cabeza negando para ambos lados. No sé por qué, pero hablar de ella me irritaba. Me dispuse a ignorar lo que iba a decir Joaquín. No me interesaba saber nada que tuviera que ver con ella, al contrario, quería que desapareciera. Su presencia me estaba perturbando desde el día uno, pero mi esfuerzo por ignorar su existencia no resultaría tan fácil. Mi mirada se cruzó con la de ella y verla caminar lentamente en mi dirección, como leopardo a punto de devorar a su presa, y en compañía de Amanda y sus clones, me puso en un estado de alerta e inquietud. Nada bueno pasaría si decidía detenerse a molestarme. No sabemos cuál pueda ser el detonante de una persona, pero Victoria había encontrado el mío cuando decidió que ya no jugaría limpio y quiso llevar el juego a un siguiente nivel. Emma siempre sería mi talón de Aquiles y fue un error compartirlo con Amanda cuando pensé que éramos amigas. Gracias a ella, Victoria también lo sabía y lo usó en mi contra. Me pregunté cuál de las dos era peor, pero la respuesta fue clara: las dos estaban llenas de maldad.
No sé cuántas veces la asesiné en mi mente ni las diferentes maneras en que lo hice, pero en todas, mis manos tenían su sangre y yo lo disfrutaba. Tampoco sé cuánto tiempo estuvimos mirándonos, pero la cara de Emma apareció en mi cabeza y los recuerdos de nosotras en la escuela, hicieron que mi mirada se debilitara. Pude sentir mis ojos llenarse de lágrimas y la necesidad de correr se hizo presente. Corrí de ahí abriéndome camino entre todos los que bailaban y cantaban con euforia. Pude escuchar a Laura preguntarme adónde iba y a Daniela decirle que no se preocupara, que ella vendría conmigo, pero pude perderme entre la gente y por suerte no me alcanzó, porque necesitaba estar sola. Entré a la biblioteca del señor De Luca. Conocía a perfección la casa de Santiago y estaba al tanto de que su papá no permitía que entraran allí, así que sería el último lugar en donde me buscarían. Para mi mala suerte, en la habitación se encontraban dos chicos que en el momento no reconocí. Si los hubiese encontrado el señor Héctor, habrían estado en serios problemas. Se estaban besando y uno de ellos no tenía camisa. La bragueta de su pantalón estaba desabotonada, mientras el otro tenía la mano en sus partes íntimas, que senotaban... Hmm, erectas. ¿Por qué estaba viendo sus partes íntimas? Al verme, se pusieron blancos como un papel, como si hubiesen visto a un fantasma. El chico que estaba sin camisa, con movimientos rápidos y nerviosos, subió su cremallera y torpemente intentó vestirse, pero no lo logró, así que optó por taparse con la ropa. Los dos estaban paralizados frente a mí sin poder decir una palabra. Los chicos eran muy guapos. El que estaba sin camisa tenía su piel dorada como canela. Cuerpo atlético, cabello despeinado, cejas muy pobladas y ojos color ámbar. El otro era de tez blanca, cabello negro y un poco más delgado, pero bastante alto. Este último se veía menos nervioso que su acompañante. ―¡Perdón! No pensé que habría alguien aquí, pero ya me voy. Discúlpenme ―dije, avergonzada. ―No, no, no tienes que irte. Puedes quedarte si quieres. ¿Acaso me estaba invitando a unirme? ¡Qué asco! ―Lo que él quiso decir, es que puedes quedarte porque ya nosotros nos íbamos ―aclaró el otro, golpeando el brazo de su amigo o novio, no lo sabía. Se dirigieron a la puerta murmurando entre ellos y antes de cerrarla, el chico que estaba desnudo se detuvo, indicándole al otro que lo esperara afuera. ―Sé que va a sonar un poco raro lo que te voy a pedir, pero ¿podría contar con que lo que acabas de ver no salga de esta elegante habitación? ―preguntó con un tono relajado y divertido, intentando disimular su nerviosismo―. Tampoco vayas a creer que soy un marica. Me encantan las mujeres, pero soy de los que cree que hay que disfrutar del sexo en todas sus presentaciones, eliminando las etiquetas y todas esas tonterías que pretende vendernos la sociedad como lo «correcto», ¿sí me entiendes? Me regaló una sonrisa que clamaba complicidad. No entendí el objetivo de su comentario. No sé si intentaba convencerme de algo o quizá a él mismo. No me importaba si era gay o un promiscuo. Era su vida y no tenía que darle explicaciones a nadie de cómo había decidido vivirla, pero no iba a ser yo quien se lo dijera, así que solo asentí con la cabeza y le devolví la sonrisa que él esperaba. Esa con la que le decía sin palabras, que su secreto estaba a salvo conmigo. No sé cuánto tiempo estuve en esa habitación. Mi cabeza estaba llena de recuerdos que en su momento me hicieron feliz pero que en ese instante me quemaban como el frío. Tenía los ojos cerrados y podía sentir que me había ido a otro lugar. El silencio era gratificante. Era como si las paredes llenas de libros perfectamente ordenados y el olor a habano cubano, hubiesen sanado todo el mal rato que me había hecho pasar Victoria Brown. Podía quedarme allí lo que quedaba de noche, pero Santiago y mis amigos debían estar preocupados. Tampoco podía darle el gusto a Victoria de arruinarme la fiesta y al mismo tiempo, arruinársela a ellos. Salí de la biblioteca y me dirigí a uno de los baños que se encontraba justo al lado del despacho. Debía arreglar mi maquillaje, las lágrimas lo habían arruinado. Pude haber sentido vergüenza al percatarme de que me había escuchado llamarla «estúpida», pero mi molestia era tan grande, que lo único que llegó a mi cabeza fue: Ella y yo solas en un baño, con mis ganas de asesinarla despacio y sin testigos que pudieran delatarme. ¡Ya sé! Bastante preocupante mi instinto criminal. Yo pensé lo mismo en el momento en que lo tuve. Por suerte, nada de eso pasó. Lo que sí hice fue amenazarla con destruir su vida social en El Cumbres, y eso era una sorpresa para mí considerando que yo no podría matar ni a una mosca. Salí furiosa del baño. Mi respiración estaba agitada y el corazón se me quería salir del pecho. No había una explicación lógica del por qué sus ojos y tenerla tan cerca me pusieron nerviosa, pero mi indignación era más fuerte que todo. ―¿En dónde te habías metido? Llevo horas buscándote ―exclamó Santiago, preocupado. ―No me sentía bien, pero ya estoy aquí. Lo siento. ―¿Qué sucede? ¿Estás bien? ―inquirió, mientras sujetaba mi cara con sus dos manos.
―No es nada. Estoy bien, no te preocupes. Santiago no indagó más y me llevó de la mano para saludar a sus amigos. El vocalista de la banda era como su hermano. Tenía tres años más que nosotros y había dejado la universidad para cumplir su sueño de crear un grupo musical. Arriesgarse le funcionó, porque su banda era la sensación del momento y él, uno de los solteros más cotizados. Todas las chicas morían por su atención, mientras que él moría por todas. ―¿Se puede ser tan hermosa y estar con un pelele como este? ―preguntó el amigo de Santiago, dándole un empujón para luego saludarme con un beso en la parte superior de mi mano, como si fuera un príncipe. ―Quisiera contradecirte, pero esta vez tienes razón ―respondió Santiago, devolviéndole el golpe. Parecían dos niños y así era siempre que se veían―. ¿A poco no soy el hombre más afortunado? ―Hablando de fortunas... Desde el escenario pude ver al amor de mi vida. El destino me la puso otra vez en el camino, debe ser una señal ―expresó su amigo―. No me la he sacado de la cabeza desde la última vez que la vi. ¡Es hermosa! Aunque algo me dice que su corazón está roto y necesita de mis dones de sanación. ―¿Quién será la víctima esta vez? ―preguntó Santiago, y ambos nos reímos. No era la primera vez que hablaba de haber encontrado al amor de su vida. Se había enamorado ―profundamente― infinitas veces desde que lo conocí. ―¡Ahí está! ―exclamó con emoción, señalando a nuestra izquierda donde Victoria Brown empezaba a aparecer como si fuera una sombra que me perseguía adonde quiera que fuera. ―¿La nueva? ―preguntó Santiago, sorprendido―. Sí que quieres apuntar alto, hermano. Nada más y nada menos que la hija de Eleanor Hamilton. ¿De dónde es que la conoces? ¿Ya cayó en tus garras? ―¡Los caballeros no tenemos memoria! Recuérdalo, no te voy a durar toda la vida. No me hagas arrepentirme por haberte dejado el camino libre con Emily. Compórtate como un hombre ―expresó con superioridad. A Santiago no le molestaban las bromas de su amigo, siempre fue como el hermano mayor que nunca tuvo. ―¡Idiota! Vamos a ver si como cantas, bailas. Vuelvo enseguida, princesa. ―Me dio un beso y se dirigió en dirección a donde estaba Victoria, a quien traería con nosotros segundos después. ―Victoria, mi amigo asegura haber soñado contigo. Y digo soñado porque dudo que una chica como tú, siquiera le dirija la palabra a un payaso con melena como este ―expresó Santiago, y ella sonrió sin quitar su mirada de mí. ―Tu rostro se me hace conocido, pero no logro recordar tu nombre ―manifestó ella, y escuché a Santiago burlarse de su amigo. ―Soy Nicolás, pero recuerda que tú puedes decirme Nico. ―Le dio un beso en la mano, así de básico como lo hizo conmigo y como lo debía hacer con todas. ―Nosotros le decimos «Nicotina» porque mujer que lo prueba, mujer que se hace adicta ―agregó Santiago, pasando su brazo por los hombros de Nico, para luego darle golpes de orgullo en el pecho como machos alfas, y me pareció tan estúpido su comentario y su actitud, que no pude evitar sentir vergüenza ajena. ―No todas, amigo. Cuando hablas de las mujeres no puedes generalizar porque, aunque se parezcan, siempre hay una cuya pieza no encaja y se convierte en el enigma de tu rompecabezas. ¡Lo que me faltaba, un Nico poeta! Un mesero con otra ronda de tragos pasó junto a nosotros, y sin pensarlo tomé dos shots más. Me los llevé a la boca y me los tomé a fondo uno detrás de otro. Nico no podía ser más imbécil cuando le gustaba una chica y al parecer Victoria Brown los volvía locos a todos. Es linda, sí, pero por Dios, no es para tanto. ―Deberíamos salir alguna vez los cuatro ―propuso Santiago, y de nuevo mi instinto criminal apareció. ¡Quería arrancarle la cabeza! Me fui a buscar a mis amigos, dejándolos con la conversación abierta. En mi búsqueda fallida, varios tequilas entraron a mi organismo y una copa con un líquido azul se convertiría en mi siguiente bebida y, sin duda, en la causante de lo que pasaría después. Todo me daba vueltas y sentía que mis oídos estaban tapados. Apenas podía escuchar la música. Necesitaba sentarme. Me alejé del resto buscando respirar un poco de aire fresco. El jardín fue mi mejor opción. Estaba alejado de la multitud y era justo lo que quería. No coordinaba y mis pasos eran torpes. Me recosté de uno de los arbustos, deseando que nadie me encontrara hasta sentirme mejor. Había tomado demasiado y ahora necesitaba esperar que el efecto se me pasara. ―¿Qué, Wilson? ¿Aquí planeas cómo acabarás con mi vida? Era Victoria. Las palabras no me salían. Todo me daba vueltas, y pensé que iba a caerme al piso, hasta que sentí su mano sujetar la mía. ―Oye, ¿te sientes bien? ―preguntó, llevando su mano a mi cara y buscando fijar su mirada en la mía que estaba un poco perdida. Todo estaba muy borroso―. ¡Tomaste tequila como si fuera agua, señorita! Te pondría a que hicieras un cuatro, pero seguro terminarías rodando por el suelo. ¡Ven! Busquemos a tu novio o alguno de tus amigos. ―¡Suéltame! No tienes que hacerte la buena conmigo. Sé perfectamente la clase de persona que eres. No pretendas engañarme ahora ―balbuceé, y mis palabras salían más alargadas de lo normal. Al parecer, mis habilidades motoras estaban ahogadas en alcohol. ―Es que ni ebria te quitas los guantes, ¿no? ¡Dios mío, eres insufrible!... Vamos, mañana me puedes seguir odiando, ¿okey? ―sentenció justo antes de empezar a halarme invitándome a caminar, sin embargo, yo puse resistencia con un movimiento que la trajo a centímetros de mi boca. La observé en silencio por unos segundos, detallando más de lo que debía ―y sin razón lógica― todo su rostro. ―¿Cómo es que alguien con unos ojos tan bonitos, puede ser una persona tan despreciable? ―cuestioné, y sí, definitivamente había perdido la cordura. Mis manos se desplazaron por su rostro con suavidad, dejando caricias llenas de intriga e intentando responder preguntas que ni siquiera tenía formuladas. El alcohol en mis venas desarrolló mis sentidos al cien por ciento. El roce de la yema de mis dedos en su cara era tranquilizante. Su olor era embriagador y podía escuchar su corazón latir a una gran velocidad, o quizá era el mío que intentaba correr lejos de allí. ―¡Hey! Estás diciendo muchas tonterías. Mejor vamonos que estás muy ebria ―ordenó, pero no se movió.
―¡Shhh! Intento descubrir algo ―susurré, llevando mi dedo índice a sus labios, para luego con mis manos esconder su cabello detrás de sus orejas y continuar jugando con su cara. ―A ver... ¿Y qué es exactamente lo que quieres descubrir? ―¡Justo eso es lo que intento averiguar! Mis ojos fueron a parar a su boca y, tal vez por reflejo, ella mordió con suavidad su labio inferior, eliminando así la poca sensatez que quedaba en mí. El alcohol es un desinhibidor por excelencia y antes de que pudiera darme cuenta, ya mis labios estaban contra los de ella. Victoria estaba inmóvil hasta que, unos segundos después, sentí cómo abría la boca para corresponder a mi beso y cómo sus manos alcanzaban mi cuello. Sus labios eran muy suaves... era diferente, no lo sé, pero me gustaba cómo se sentía. Empezamos despacio y de verdad lo estaba disfrutando. «Qué bien besa» pensé, mientras me dejaba llevar por sus besos. Mi ritmo cardíaco aumentó en el momento justo en el que sentí su lengua tocar la mía. Mis piernas se tornaron débiles y ella lo notó. Entrelazó sus manos por mi cintura anclándome a su cuerpo y devolviéndome la estabilidad que había perdido. Mientras más la besaba y más agitada sentía mi respiración, más incógnitas se hacían espacio en mi cabeza. ¿Qué era lo que estaba sintiendo? ¿Por qué besar a una chica me estaba causando ese torbellino de sensaciones? Nunca me había sentido así. Con tantas ganas de más. No quería parar. Hasta que las palabras del chico del despacho llegaron a mi cabeza: «No soy un marica», lo recordé decir. No estaba entendiendo nada. ¿Acaso ahora era lesbiana? Me separé de repente en cuanto esa palabra apareció en mi mente y ella me miró confundida. «¡Mierda!» pensé, y la borrachera parecía haberse evaporado en ese beso. Debía actuar rápido. ¿Cómo le explicaba lo que acababa de hacer si ni siquiera yo lo sabía? Una bofetada en la cara de Victoria fue lo que mi mente consideró oportuno. ¡Sí, una bofetada! ―¿Estás demente? ―preguntó confundida, y yo no pude decir nada. Solo salí corriendo. Necesitaba alejarme de ella. Ese beso había creado caos en mi cabeza y yo corría y corría. ¿De qué huía exactamente? ¿De ella y de lo que me había hecho sentir o de ese miedo a lo desconocido que poco a poco se alojaría como huésped indeseable en mi cuerpo? No lo sé. Lo cierto es que no podemos correr para siempre, porque tarde o temprano nuestros mayores demonios o nuestra verdad impredecible terminan por alcanzarnos. Victoria me siguió y logró alcanzarme. Pasaba por la piscina cuando sentí su mano sujetar mi brazo con fuerza y el intento por escapar de su agarre, me llevó a caer al agua, pero antes su mano se quedaría con un pedazo de tela proveniente de mi vestido. Lo había rasgado por completo. ―¡Emily! ―gritó Santiago, quien salió corriendo a auxiliarme. Detrás de él llegaron Joaquín, Dani y Lau. Santiago me sacó de la piscina sin mucho esfuerzo, como si fuera una muñeca de plumas. Al observar mi vestido roto se quitó su saco y me cubrió con él. ―¿Qué fue lo que pasó? ―preguntó Joaquín, preocupado. El frío no me dejaba hablar y la mandíbula me temblaba sin control. ―Nada. La señorita se hizo muy amiga del tequila y ya descubrió que ese mexicano es un traicionero ―respondió Victoria, burlándose. ―¿Y qué haces con un trozo del vestido de Emily en tu mano? Laura se veía molesta. ―¿Estaban discutiendo o solo fue idea mía? ―inquirió Joaquín. ―Discuten mucho, considerando que se acaban de conocer. ¡Es curioso! ―insinuó Daniela, con esa sonrisa de sabelotodo que nunca antes me había enfadado tanto como ese día. ―Solo sácame de aquí, por favor. ―Tomé la mano de Santiago y nos alejamos del grupo que se había formado gracias a mi caída. Fuimos hasta su cuarto y él se apresuró a darme una toalla seca. ―Aquí está la ropa que dejaste en mi clóset la última vez que dormiste aquí. Te espero afuera, princesa. ―Me dió un beso en la frente y antes de que se volteara, sujeté su mano―: Quédate, por favor. La solicitud salió en un susurro. Me quité ante sus ojos el vestido mojado, quedando solo en ropa interior.
Él no entendía lo que estaba pasando y a decir verdad, yo tampoco. ―¿Estás segura? ―preguntó con dulzura. Yo afirmé con un beso en sus labios, y él me cargó en sus brazos para llevarme hasta su cama. Sus manos empezaron a recorrer lentamente mi cuerpo mientras dejaba besos en mi cuello. ―Si te estoy lastimando me dices, ¿está bien? Santiago era un príncipe. De esos que hoy ya no abundan. De los que de verdad piensan en ti por encima de lo que tienen entre las piernas. De los que te cuidan. De esos que te quieren bonito. Empezó a presionar mis senos con delicadeza y cuando intentó bajar su mano hacia mi parte más íntima, lo detuve. ―¿Qué pasó? ¿Te hice daño? ―preguntó, preocupado. ―Solo vamos despacio, ¿sí? Él era un príncipe y yo... era la bruja del cuento, porque lo había engañado... y con una mujer. Sus besos se hicieron cada vez más intensos, y podía sentir su dureza presionar mi pierna. El roce de su lengua con la mía me llevó a recordar el beso con Victoria, logrando sacarme de toda la atmósfera que intentaba crear con Santi. Intenté con todas mis fuerzas concentrarme en él, pero fue imposible. No podía sacarla de mis pensamientos. ―¡Perdóname, pero no puedo! ―Me salí de sus brazos y fui directo a ponerme la ropa que él había sacado minutos antes, para luego salir corriendo, dejándolo solo y confundido. ―Emily... ¡espera! ―lo escuché decir, pero no me detuve. Y ahí estaba yo, huyendo otra vez. Dejé atrás la gran mansión y me encontré corriendo sola por la calle, sin ningún rumbo y a altas horas de la madrugada. Me faltaba el aire de tanto correr, así que paré unos minutos para recuperar el aliento. En la distancia, una luz se dirigió en mi dirección a gran velocidad. No le vi intenciones de parar y cerré los ojos como autoreflejo esperando el impacto. Escuché el sonido del freno de una moto muy cerca de mí. Demasiado diría yo. Se detuvo a solo centímetros de mi cuerpo. ―¡Hoy es su día de suerte, señorita! Mi yo asesino no salió a matar esta noche ―bromeó, mientras se quitaba el casco. Y sí, para mi mala suerte era Victoria. ―¡Estás demente! ¡Desquiciada! Pudiste haberme matado, loca ―grité, y todo mi cuerpo temblaba del susto.
―Pero por desgracia no lo hice, así que deja de ser tan histérica y dime, ¿qué haces a estas horas caminando por aquí sola? ―¿Desde cuándo te importa? ―Bueno, el hecho de que me hayas comido la boca y luego me abofetearas, posiblemente tenga algo que ver, pero no te emociones, mejores besos me han dado. Aunque a los tuyos fácil podría darles un... cinco. Victoria para todo tenía un chiste. Era insoportable. ―¡Eres una idiota! Lárgate y déjame en paz ―dije, y ella solo se reía. Hasta que su sonrisa se borró de forma súbita.
―Wilson, sube a la moto ahora mismo ―sentenció, y yo resoplé burlándome de lo que estaba solicitando. ―No te lo voy a decir otra vez, Emily, sube a la moto en este puto instante. ―Su semblante se tornó diferente. Algo andaba mal. Un hombre salió de uno de los callejones saboreándose los labios con una mirada depravada. Estaba paralizada y mi cuerpo no obedecía a mis órdenes. ―Buenas noches, señoritas, ¿a dónde van tan solitas? ¿Necesitan un escolta? Yo las puedo cuidar, si lo desean ―dijo el sujeto con voz rasposa, y luego se pasó la lengua por los dientes. Me generaba repulsión verlo hacer eso, pero seguía sin poder moverme, y cuando quise darme cuenta, ya lo tenía muy cerca de mí. ―¡Ni se te ocurra tocarla, imbécil! ¡Aléjate de ella! ―advirtió Victoria, con rudeza. ―Oh, ¿es tu noviecita? No te preocupes que no soy celoso. Se acercó más a mí, tanto que podía sentir su respiración en mi oído. Tomó un mechón de mi cabello para olerlo, y sentí miedo. ―Que conste que te lo advertí ―indicó Victoria, mientras aceleraba su moto continuamente, sin moverse de su posición. Lo miraba en la distancia con unos ojos amenazantes y el hombre solo se reía. Victoria aceleró en dirección a nosotros como lo había hecho minutos antes conmigo. Frenó justo en frente de él, al tiempo que sacó de su bolsa una pistola. Era tan pequeña que parecía de mentira, o eso quise creer cuando la vi. ¿Qué demonios hace una chica de 17 años con una pistola? ―¡Voy a contar hasta tres y si al terminar sigues aquí, te reventaré la puta cabeza de un balazo, sádico de mierda! ―lo amenazó, apuntándole a la cara con el arma―. Y tú, bonita... ¿harás una pijamada con él o subirás de una vez a la moto? ―Tranquila, niña, que yo solo estaba siendo amable. El hombre se veía aterrado y yo también lo estaba, pero una vez montada en la moto me sentí segura. Me aferré a su abdomen, y ella procedió a sacarnos de ahí. ―No te vas a caer, ni yo iré a ninguna parte. Aquí estaré, te lo prometo, pero necesito respirar para seguir con vida. Esa fue su forma de decirme que la estaba sujetando muy fuerte. Nunca me hubiese imaginado que las palabras que Victoria Brown dijo esa noche en forma de chiste, se convertirían en lo más real que iba a escuchar en mi vida.
Editado: 08.07.2024