Mathias Grady apagó la pequeña lámpara de escritorio que tenía frente a sí. Luego de trabajar 12 horas desoldando pequeños circuitos, no sentía ganas más que de irse a la cama enseguida.
Tomó la chamarra y se la echo encima de los hombros, sin molestarse siquiera en meter los brazos. Quería llegar cuanto antes a casa para dormir. Terminó de acomodar su área y se dirigió hacia el pasillo afuera de su cubículo, donde cientos de hombres caminaban en ambas direcciones.
Todos ellos eran jóvenes, y portaban los overoles azules que les identificaban como Multifuncionales. Mathias comenzó a avanzar hacia la izquierda, sintiendo que su overol café claro resaltaba demasiado entre esa marea azul que avanzaba con él y hacia él. Nadie se molestaba en darle una mirada, pero sentía como si todos los ojos que ocupaban esos rostros inexpresivos, lo juzgaran y menospreciaran.
Miró hacia el piso, inconscientemente, a la par que avanzaba más de prisa. Llegó a una bifurcación en el pasillo y tomó a su derecha, disminuyendo gradualmente la cantidad de técnicos que se cruzaban en su camino.
Al fin, alcanzó un área extensa que se abría ante él. La altura de esa zona debía ser de al menos unos 20 pisos, y la pared que alcanzaban a mirar sus ojos se situaba a unos buenos 300 metros. Los obreros y técnicos caminaban siguiendo líneas con marcas y patrones diversos de color en ellas, haciéndole sentir que quizá efectivamente ya no tenía un lugar en toda la infraestructura de reparación de máquinas del gobierno.
Ellas hacían el papel de moduladores para infinidad de cosas. Desde calefacción en las casas dependiendo la temperatura ambiental, encendido de lámparas en las calles, hasta la correcta presión de agua en las tuberías y la vigilancia de signos vitales de ancianos en sus hogares. Controlaban todo sin problema. Uno no tenía que preocuparse por hacer una lista de faltantes en los productos de la casa, ya que las máquinas tenían un programa de inventario que tenía vigilada la cantidad de cosas que uno consumía en un tiempo determinado, y hacia los pedidos directo a los supermercados, llegando los productos un día después.
Habían comenzado como simples cajas de metal con circuitos, colocadas afuera de las casas y conectadas a la computadora interna de la misma. Uno introducía algunos datos, y la máquina hacía su trabajo bien. Obviamente, las primeras solo cuidaban de cosas simples como la calefacción, encendido de lámparas a una cierta hora, vigilaban que las cuentas de los consumos no se vencieran y daban aviso en pequeñas pantallas que uno miraba cuando se encendían, entre otras tareas.
Actualmente, un panel diminuto situado en alguna pared, era todo lo que se necesitaba. Las casas tenían ya sensores instalados por doquier, y era uno vigilado sin problema por ellos. Un aumento en la presión arterial de cierto grado, y ya estaba la computadora indicando que era mejor sentarse y pidiendo ayuda. O regañando si uno sobrepasaba el tiempo estimado requerido para darse un baño, por el consumo de agua. O el nivel de calorías adecuado en una comida...
Extrañaba los antiguos días, cuando era niño, en que una casa era una casa, y si uno quería saber qué hacía falta para hacer las compras, simplemente miraba en la alacena y hacía una lista. Le gustaba eso, acompañar a su padre luego del trabajo porque le compraba una paleta en la caja registradora.
Pero todo eso era cosa del pasado ya. Ahora, si uno iba al supermercado, no había personal allí. Se transitaba por pasillos donde giraban grandes escaparates con anaqueles llenos de productos como si fueran una rueda de la fortuna, y ofrecían lo faltante. Simplemente, se colocaba la tarjeta donde se recibían los créditos de pago en la ranura y se oprimía un botón con la clave del producto, girando el anaquel hasta quedar frente a uno y abriéndose la mica protectora para poder tomarlo.
Desde que la automatización inició, las máquinas comenzaron a hacerse cargo de ciertas cosas. Antiguamente, había cosas parecidas al tener aparatos programables en los edificios. Les llamaban "inteligentes", pero en realidad no hacían interacción como los actuales. Estaban en todos lados, y al tener uno colgada su tarjeta de identidad del cuello, ellas sabían las rutas al trabajo, marcas de cerveza, diarios, hasta en qué cesto de basura incinerador tiraba uno el papel con que se hubiese limpiado la nariz en la calle.
Todo eso conformaba un lote de estadísticas que servían a la mercadotecnia, a la economía, al gobierno... a todos, menos a él.
Cuando era joven, decidió estudiar todo acerca de esas nuevas máquinas que colocaban en la calle y controlaban el flujo del tráfico, la gente en el metro, medían las compras en los supermercados cuando aún era un ser humano el que te atendía en la caja, e infinidad de cosas más. Eran cajas grandes y relucientes, llenas de piezas eléctricas y focos pequeños. Aprendió todo lo que hubo que aprender de ellas, y era bastante, ya que cada modelo era distinto dependiendo de su función. Eran máquinas sumamente complejas en sí mismas, y no cualquiera sabía repararlas. Un buen técnico era bastante apreciado en cualquier empresa para reparar en poco tiempo alguna caja averiada.