El espectro de Samhain y la dama de los túmulos

Capítulo IV

La primera vez que Percival vio al infame Blakesley Kingsleigh fue en los jardines ocultos de la escuela, esos a donde casi nadie iba.  Sabía tan poco sobre él más allá de los rumores que circulaban tan rápido como la pólvora entre los estudiantes desde el día en que se le llamó la atención por jugarle una treta al malhumorado profesor Kretschmann. 

Estaba lejos de ser un estudiante modelo pese a su destreza académica y a su personalidad reservada.  Su lengua afilada lo había metido en muchos problemas, no sólo con los profesores sino con el alumnado que prefería mantener una distancia “segura” del peculiar muchacho. 

Dorian tenía un temple difícil de encontrar en un chico de su edad, rara vez perdía los estribos y su agudeza era muy notable, sin embargo, como todos ya sabían estaba lejos de ser perfecto.  Le sobraba sinceridad a la hora de entablar conversaciones y eso podría resultar muy desagradable. Al ser casi un niño era comprensible su falta de tacto, pero para todos esto no parecía justificar la rudeza en su comportamiento. 

En secreto, Percival admiraba mucho a Kingsleigh por más que se dijera que era un alborotador por no respetar a la autoridad docente pues era el único que se había atrevido a decirle sus verdades a ciertos profesores tiránicos de la escuela.  Gracias a él se propuso abrir un buzón de quejas y sugerencias para mejorar el nivel de enseñanza en la institución.  Cuando admitió simpatizar con Blakesley, su mejor amigo llamado Hiram Lloyd se enfadó tanto con él que le dio un sermón digno de un padre enojado. Siempre era severo con él cuando sentía que se equivocaba y sus ojos avellanados delataban su carácter juicioso. 

—Eres demasiado blando y ese es un gran inconveniente en el mundo real, Percy.  La gente podría abusar de tu bondad para lastimarte, aunque tu inocencia me devolvió la fe en la pérfida sociedad debes abrir los ojos.

Era cierto, Kai Percival era ingenuo, tímido y afable pero tampoco era tonto. La gente cometía el error de subestimarlo, más era más cauteloso de lo que parecía y también era astuto.  Convivir con sus hermanos lo había dotado de la capacidad de reconocer la verdad oculta entre engaños y lisonjas. 

—Somos el futuro de Inglaterra, aún no somos adultos y me parece que criticar a alguien sin conocerlo es una injusticia que no tenemos que permitir.  Como dicen “quien sea libre de pecado que lance la primera piedra”. 

—Creí que odiabas la religión, siempre te la pasas repitiendo que nuestra escuela es laica y que estás cansado de ir a misa los domingos. 

—Eso es verdad, no lo puedo negar. Estoy harto de que mi madre me obligué a leer la biblia, pero después de mucha lectura logré aprender algunas cosas buenas e interesantes del libro. Por ejemplo, no confiar tanto en mis hermanos mayores porque me pueden arrojar a un pozo para después intentar venderme y… 

—¡Ya entiendo, pero estás siendo paranoico! 

—Arthur y Gallahad me arrojaron de la litera mientras dormía a propósito la semana pasada así que no estoy exagerando.  

—Ahora que lo pienso, ¿no crees que tu padre tiene una extraña obsesión con las novelas de caballería? Ya sabes, te llamas Percival, tus hermanos Gallahad y Arthur… 

—Tal vez un poco. 

La conversación se repitió en su cabeza una y otra vez preguntándose si Lloyd tenía razón. Deambuló en el patio trasero de la escuela durante el descanso junto con su amigo buscando el lugar ideal para comer el almuerzo. Al final decidieron sentarse en una banca cobijada por la sombra de un imponente roble.  Cuando se disponían a dar un bocado a la comida que habían desempacado, escucharon el fuerte crujido de una rama a sus espaldas.  

Aturdidos por el sonido miraron detrás de ellos, pero no vieron nada y todo volvió a ser tan silencioso como antes.  Solo se oía el alegre trino de las aves y el susurro del viento entre los sauces. 

Habían transcurrido algunos minutos de aquel incidente cuando de forma súbita una pequeña bola negra y peluda se abalanzó contra ellos. Con temor Lloyd intentó arrojar a la criatura contra el suelo y Percival lo reprendió de inmediato.  La tomó cuidadosamente de los brazos de su compañero para colocarla en su regazo. 

Descubrió que la misteriosa fierecilla era un minino inofensivo demasiado confiado pues comenzó a frotarse entre sus piernas.  Soltó una risa ante la demostración de afecto de aquel juguetón felino y lo acarició de buena gana. 

—Es solo un gatito negro. Apuesto a que está perdido y busca a su madre. 

—Los gatos realmente son muy extraños y cambiantes. Ten cuidado cuando ellos son cachorros tienen los colmillos muy afilados. 

—¡Bastet, pequeña ladrona! ¿Qué haces tan lejos? —exclamó una suave pero masculina. 

 Aquella voz le pertenecía al pálido chico de ojos grises cerúleos que ahora los veía a un par de metros. Conformé se fue acercando a ellos pudieron apreciar mejor su apariencia: sus rasgos eran suaves y femeninos tanto que si su cabello negro hubiera sido un poco más largo lo confundirían con una niña. Era un poco delgado y eso hacía que pareciera más bajo de lo que era. Su rostro estaba sereno pero su mirar era tan intenso como si pudiera ver a través de ellos con frialdad reflejándose en sus ojos cristalinos. 

—Lo siento, parece que esta gata los ha estado molestando.




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