El espectro de Samhain y la dama de los túmulos

Capítulo VII

La naturaleza de los seres humanos está llena de contradicciones  y Dorian Kingsleigh no era la excepción. Pese a su carácter taciturno y aparente inteligencia despierta, había demostrado en más de una ocasión ser un sujeto nefelibato: su mente solía viajar por extraños parajes, ignorando el mundo real en los momentos más inoportunos. Quienes lo conocían de forma superficial podrían decir que era un individuo melindroso por el simple hecho de ser el tipo de persona que a la menor brisa gélida se envolvía en un mullido abrigo. Sin embargo, quizás lo más notorio de esta excesiva sensibilidad era su poca tolerancia a los ruidos y a las luces intensas de las cuales se quejaba en cuanto tenía oportunidad. Dorian Kingsleigh se sentía más cómodo durante la noche porque la luz del sol al mediodía lo llenaba de hastío; prefería la oscuridad. Su ambiente natural era el silencio y sus hábitos de sueño sé habían modificado por esta razón (pese a las enérgicas protestas de su madre). Tenía el vago recuerdo de haber leído hace tiempo en un libro que aquellos que preferían realizar sus actividades durante la noche se llamaban noctámbulos o "búhos'' en el lenguaje coloquial, y era algo más común de lo que pensaba. Nunca fue una persona madrugadora, solo se levantaba por las mañanas por obligación y cada día lidiaba con una lucha invisible a los ojos de cualquiera; para él su mayor placer era dormir rayando al filo de una peligrosa adicción sin lugar a dudas.

Sus horas de sueño a menudo consistían en duermevelas acumuladas, pero sin importar que tan larga o corta fuera la hora de dormir, siempre debía estar en compañía de otras personas a quienes pedía que lo despertarán si su letargo se prolongaba. Cuando era más joven, su madre lo había llevado rápidamente al hospital hecha un mar de lágrimas porque había estado durmiendo por más de dos días mientras él ignoraba el mundo real atrapado en las redes de un extraño bucle de sueños.

Pero eso no era lo peor de todo, sus pesadillas seguían revelando malos presagios para su familia, e inclusive llegaban a augurar tragedias de la ciudad. La veracidad de aquellas visiones era precisa, lo comprobó muchas veces de primera mano la tal grado de darse cuenta de que tarde o temprano se cumplían casi al pie de la letra, puesto que en una libreta suya tenía apuntados con lujo de detalles, eventos, fechas y lugares que se habían aparecido en su mente. Pero lejos de darle claridad en su vida, solo le provocaba innumerables frustraciones y tristezas al no poder hacer nada en la mayoría de los casos, más que dar advertencias que casi siempre terminaban siendo ignoradas por el resto del mundo. Pero la carga más grande que lo atormentaba era la desaparición de su amado padre, una herida abierta que no parecía sanar pese al paso del tiempo, y al igual que Casandra, aquella legendaria princesa troyana, le parecía a veces que estaba maldito y que tendría una vida llena de amargura, por lo que no debería de insistir con sus palabras o sería víctima de escarnios.

Así la diferencia entre ambos mundos (el de los sueños y el de la vigilia) era tan abismal como la tierra debajo de sus pies y el cielo que se extendía vasto sobre su cabeza. Volar sobre la tierra podía ser emocionante, pero sabía que, si se elevaba cerca del sol, sus rayos podrían derretir sus alas haciéndolo caer en un océano oscuro y sin retorno.

Un día de aquellos en los que la monotonía imperaba en su vida, se preparó para una semana de exámenes junto con sus amigos después de clases en la biblioteca aprovechando que su madre vendría más tarde a casa durante esa semana. Luego de algunas horas de estudio, y de la ardua tarea de resolver las dudas de Hiram poco a poco la fatiga comenzaba a apoderarse de su cuerpo.

La biblioteca tenía un ambiente tan cargado como el del estudio de su padre. El olor del papel y cuero añejados que desprendían los libros consiguieron adormecerlo de forma inevitable, como si fueran un potente somnífero. El polvo era casi inexistente, por lo que nunca tenía molestias para respirar ni para roncar, si así fuera la ocasión.

Entonces se rindió, y sin poner resistencia alguna se durmió sobre una mesa.

Soñó con la noche cubriéndolo con su negro manto salpicado de estrellas y un fino velo de nubes. Él se encontraba acostado en el suelo tapizado de perfumadas flores blancas recién abiertas, soplaba una brisa que acariciaba su rostro con la misma suavidad con la que lo haría una madre: se sentía una ligera tibieza casi protectora. Estaba en paz, y su cuerpo lentamente parecía fusionarse con las sombras...

No le molestaría soñar con ese escenario con más frecuencia.

—¡Hey amigo despierta! Ya es hora de salir.

Su sueño fue interrumpido abruptamente al sentir un tirón en su hombro, pero volvió a dormirse al escuchar que la voz de Hiram empezaba a desvanecerse.

Comenzó a sacudirlo con más fuerza, pero él apartó la mano del chico y volvió a acomodarse en la silla para continuar durmiendo.

—¿Estás seguro de que no eres un lirón? —preguntó el muchacho de cabello castaño sacudiendo su cuerpo con más fuerza.

Finalmente abrió los ojos, algo desenfocados y aún somnolientos pero de todas formas se incorporó de la silla apoyando los codos sobre la mesa con un ligero tambaleo.

—Mamá no necesito una camisa nueva... ¿Hiram, Percy? Parece que me quedé dormido de nuevo —dijo mientras restregaba sus ojos.

—Nos hubiera gustado dejarte dormir un rato más pero es tarde, tenemos que ir a casa.

Kai solamente lo miró compasivo con sus ojos azul oscuro después de haber dicho eso y como era usual, los chicos salieron de la biblioteca para ir camino a sus casas. Percival esperaría a su chófer unas cuadras más adelante, mientras que Hiram y Dorian tomarían un ómnibus.

Con el mismo buen ánimo de siempre Kai Percival inició su última plática del día mientras balanceaba su maletín con emoción, de un lado a otro.




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