El espectro de Samhain y la dama de los túmulos

Capítulo VIII

Clarisse estaba muy fatigada.

Resopló sacudiendo el cabello rubio y secó el sudor de su frente que comenzaba a filtrarse en sus ojos. Parpadeó muchas veces para aliviar el ardor que sentía por la sal, pero no era suficiente y lo peor de todo es que su vista se había nublado un poco. Fue así como se dispuso al fin descansar; después de estar inclinada sobre la hierba por casi medio día, sacando la incipiente maleza con el único auxilio de una pequeña pala.

Muchas de las malas hierbas no eran en sí dañinas, pero habían tenido la mala suerte de nacer en el lugar y momento equivocado. Al mirarlas sentía lástima por ellas, pues, la mayoría eran brotes, apenas unas briznas. Por lo que tomó la decisión de trasplantarlas en otro sitio más seguro para ellas, colocándolas por el momento en su delantal.

Se puso de pie con dificultad para alisarse la falda y limpiar sus botas llenas de lodo, noto con desencanto que sus medias favoritas (las de color crema) se habían roto de los talones. Maldijo con voz inaudible al profesor Dubois por castigarla de una manera tan ruin y para nada compasiva, pues además de tener que encargarse de la huerta por un mes, ¡solo le permitían comer una vez al día durante el plazo, vaya predicamento! Por fortuna, sus amigas Sophia y Charlotte se las arreglaban para darle comida a escondidas para que recobrara las fuerzas perdidas por su ardua tarea. Dejaban todos los días una pequeña cesta junto a las macetas de menta y romero, en esa ocasión contenía leche y bollos de frutos secos. A cambio ella les compartía bayas y setas que recolectaba de un bosque cercano al que pocas personas se aventuraban a ir, claro que ella era una de esas excepciones.

No le temía al bosque ni a las criaturas que se decía moraban en sus profundidades: no creía las historias del folklore local que insistían sobre la existencia de brujas que acechaban entre las sombras y el frecuente avistamiento de fuegos fatuos. Descartando a estos seres fantásticos, no había peligro alguno, pues las fieras (no había osos y el puñado de lobos que aún vivía no se acercaban a los humanos para evitar ser cazados) eran escasas y en su mayoría eran raposos. Confiaba en su conexión con la naturaleza, por más irracional que pudiera ser esta creencia: desde muy pequeña, dormía con el arrullo de las aves y aplaudía extasiada cuando los árboles "danzaban" con el viento.

Mentiría si dijera que estaba satisfecha con su vida actual. Casi todos los días de su vida se la pasaba atrapada como Rapunzel en su torre, ahora todo se limitaba a aquel edificio, tanto que a veces creía que no podría recordar cómo era todo antes.

Correr libremente por su amado barrio Bayswater y trepar los árboles de los jardines parecían recuerdos ya tan lejanos, como si solo hubieran existido en su mente o peor aún se sentíancomo si ya no fueran suyos.

A veces se sentía atrapada como una mariposa en un frasco de cristal. Pero quizás no era el lugar, sino ella misma que ya no estaba cómoda con su vida en general.

¿Era posible sentirse atrapada en su propia piel?

Se estaba quedando atrás mientras sus amigas y amigos avanzaban hacia adelante, sonrientes ante su porvenir. Comenzaba a odiar sus sonrisas, unas punzadas de celos la invadían de vez en cuando porque ella no sabía qué era lo que haría después de terminar la escuela básica. No tenía un plan, ni noción alguna y tampoco se le ocurría la vaga idea de qué hacer.

Todos actuaban tan distintos que de forma repentina habían dejado los juegos infantiles. Una parte de ella también quería convertirse en adulta, pero otra parte de ellaquería seguir siendo una niña y que el tiempo se ralentizará antes de llegar a esa etapa de la vida que le parecía tan complicada.

Desafortunadamente, la vida no era un cuento de hadas, nunca vendría un valiente caballero a salvarla de las aburridas clases de Dubois (matemáticas y Teología), no podría escapar de la rutina persiguiendo a un conejo blanco ni ser transportada a un mundo mágico en el que aprendería los principios de la adultez.

Pero a veces desearía tanto que fueran reales los sucesos extraordinarios y maravillosos. Sentía que estaba hecha para lograr grandes cosas, bueno eso era lo que ella creía.

Siguiendo su rutina habitual, después de comer se internó de inmediato al bosque con aquellos pensamientos pululando por su mente.

«En las historias el héroe a veces viaja dentro de un bosque y cuando sale de allí es diferente...aunque este es más un bosquecillo.»

Había un estrecho camino arado por el que la gente pasaba, y aunque ella también lo tomaba, la mayoría de las veces se desviaba para darse la libertad de tomar atajos. Aquel día el olor de la resina y madera saturaba el aire, ella disfrutó la suave sensación de la brisa acariciando su cara pues sabía que pronto el verano se volvería aún más cálido que antes.

Mientras más se adentraba en aquel lugar el follaje era cada vez más espeso. En el suelo las hojas secas se mezclaban con las agujas de otros árboles y con los hongos.

Los pinos y los abedules se destacaban entre todo el verdor por su altura, parecían vigilar a los visitantes y rodearlos como si fueran una multitud.

Ella tarareaba en voz baja los fragmentos de "Oh promise me" de la ópera Maid Marian, una de sus canciones favoritas. Al caer en cuenta de que no había nadie aparte de ella se atrevió a cantar a media voz esperando no perturbar a los animales del bosque, al mismo tiempo que bailaba de puntillas entre las flores silvestres.

Oh promise me that someday you and I will take our love together to some sky...and find the hollows where those flowers grew, those first sweet violets of early spring...Oh promise me, oh promise me!

Dió múltiples giros intentando evocar los pasos de baile de una prima ballerina, aunque obviamente al ser una aficionada, sus saltos eran torpes y descoordinados como para ser vistos en público. Al tropezar tuvo que dar un aterrizaje forzoso, por lo que se cayó al suelo justo donde estaban algunas hojarascas que amortiguaron su caída.




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