El espectro de Samhain y la dama de los túmulos

Capítulo XI

Al principio las pesadillas habían iniciado, como lo que eran, solo unos simples sueños. Sin embargo, se habían intensificado en los últimos días, a un ritmo alarmante. Ahora unas voces desconocidas comenzaban a susurrarle de forma incomprensible, pero él se negaba a creer que eran galimatías. Debían ser señales de alguien o algo que quería comunicarse, mientras trataba de entenderlas trato de investigar sobre el fenómeno en la biblioteca, pero fue en vano porque no pudo hallar nada concreto más allá de algunos cuentos de terror como el libro "El lado nocturno de la naturaleza" de Catherine Crowe, que pidió prestado pues le había parecido una antología interesante.

Ya fuera dormido o despierto el escuchar aquellos sonidos espectrales, estaba haciéndole dudar de su cordura y se sentía cada vez más atormentado por ellas. Debía de estar agradecido de que las voces cesaran por instantes, principalmente en su horario escolar... podría acostumbrarse a eso (por más complicado que fuera). Tal vez si se estaba volviendo loco, ¿pero en el fondo que no todos tienen una pizca de locura?, se trataba de un consuelo vacío, considerando que su familia paterna tenía un largo historial de enfermos mentales entre sus ancestros. Su fallecido tío Allen había cometido suicidio a la tierna edad de 18 años y el primero en descubrir el cuerpo fue su padre. «Pero ya no quiero soñar mil veces las mismas cosas ni seguir escuchando esas voces» pensaba con frecuencia después de una larga jornada de cansancio mental.

Posterior a la discusión con su madre,  había cometido el error de olvidar temporalmente el porque no tomaba descansos largos cediendo al cansancio que lo aquejaba desde hace varias semanas. Fue así como inició su letargo más prolongado hasta la fecha: uno que duró varias semanas. Cayendo por la madriguera del conejo, el descenso en el mundo de los sueños fue abrupto, sin tiempo para delicadezas. No había un lecho de rosas para Dorian, solo un muro de espinas. Un auténtico nido de serpientes. Estaba en un lugar boscoso cubierto de penumbra, completamente a oscuras sin ningún vestigio de luz. La soledad que se respiraba en aquel lugar nunca antes la había sentido, el aire viciado y la niebla agravaban dramáticamente las cosas; podía imaginar ojos de bestia que lo acechaban en la oscuridad esperando el momento preciso para atacar.

Pero cierta mirada era más persistente que las demás. Sabía que él era el extraño en aquel lugar pero aún así la hostilidad que sentía era afiliada como la hoja de un cuchillo. El sentimiento de angustia no desaparecía, solo seguía creciendo y no le gustaba para nada. Se quedó sin aliento cuando empezó a escuchar pasos muy claros sobre lo que parecían ser unos charcos enormes, a juzgar por el fuerte ruido de las salpicaduras. De inmediato se ocultó detrás lo que parecía ser un arbusto, miles de orbes de luz emergieron del agua apareciendo en cierto orden como si de velas se tratasen, semejantes a luciérnagas flotaban energéticamente cerca de Dorian como si tuvieran vida propia, él incapaz de procesar lo ocurrido se arrastró por el suelo evitando ser tocado por ellas. Cuando las luces comenzaron a alejarse de él casi dejaba escapar un suspiro de alivio hasta que vio que todas se reunían cerca de una silueta oscura que portaba una lámpara de queroseno rota y dichas chispas se introdujeron por las fisuras.

Sí, definitivamente, su vida se estaba convirtiendo en una tragicomedia y alguien omnisciente en algún lugar del universo debía de estar burlándose de lo patética que era su situación actual: un púber asustado, tendido y embarrado en el lodazal cercano a un pantano fangoso.

La lámpara resplandeció tanto de un momento a otro que lo encandiló, y pudo ver el rostro de esa persona: era un hombre viejo y barbado que vestía una larga túnica(que parecía una mortaja) que lo miró con cierto desagrado. Murmuró un casi incomprensible "Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate", según entendió con su rudimentario conocimiento de italiano. Acto seguido lo escuchó carcajearse de una forma bastante tétrica, el anciano fue desapareciendo, pero aún podía escuchar su risa que poco a poco fue apagándose. Ante la enigmática aparición se llenó de horror y quiso largarse de ahí, pero sus piernas no pudieron correr. En aquel estado de miedo paralizante, solo atinaba a tocar su rostro lloroso con las manos y a temblar violentamente. En posición fetal, se abrazó a sí mismo, intentando calmarse, preguntando en silencio mil veces si era así cómo se sentía siempre una persona catatónica.

Perdió el conocimiento en algún momento, y cuando despertó estaba lloviendo. Había luz pero el cielo estaba borrascoso y ahora él estaba mojado de pies a cabeza. No solo era por la lluvia sino también por las lágrimas y el sudor, afortunadamente no se había orinado pero a juzgar por el fuerte olor ferroso se había golpeado en la cabeza. Tocó su frente gimiendo de dolor y encontró rastros de sangre vetusta de un color más ocre que roja. Ahora caía en cuenta de que estaba descalzo y que debía encontrar un refugio urgente para cubrirse de la tormenta. Finalmente logró dar con una pequeña cueva semi oculta tras el follaje y unas enredaderas a la que entró a trompicones. Cuándo la perturbación y la incertidumbre al fin abandonaron su cuerpo, se percató de que hacía demasiado frío. Como si las cosas no pudieran empeorar aún más. Entre los instintos de huida por su propia supervivencia no había meditado profundamente sobre lo extraña que era su pesadilla lúcida.

«¿En que me he metido... y donde se supone que estoy?» gritó internamente.

Era difícil analizar la situación de forma clara, finalmente se rindió y decidió esperar una señal que por más débil que fuera lo pudiera ayudar a regresar a casa. Entonces volvió a sentir una mirada, pero era diferente a la primera más curiosa que amenazante aún así estaba en alerta ante un posible ataque.




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