El espectro de Samhain y la dama de los túmulos

Capítulo XXV

Los zarcillos seguían enredándose en sus piernas y en sus brazos, junto a las espinas que la atravesaban. ¿Cuánta sangre había perdido ya?

Se retorció inútilmente intentando liberarse, y solo logró lastimarse más. ¡Estupendo! Otro día atrapada en ese páramo desolado y a merced de todos los peligros.

Chasqueó la lengua disgustada.

¿Cómo había podido llegar a esos extremos? Clarisse y ella solían ser amigas inseparables... Las mejores amigas: en sueños tomaban el té juntas, hacían coronas de flores, bailaban y cantaban... antes de que ella empezara a crecer.

Recordaba bien los momentos que pasaron juntas, Clary solía amarla con fervor, compartían todo juntas: tristezas y alegrías.

¡Cómo extrañaba sentir amor!

Qué lamentable se había vuelto... Ni siquiera la llamaba por su nombre, como antes.

Ciardha.

Así la había nombrado Clarisse después de leer sobre la santa irlandesa, pero también significaba "oscuridad", un nombre perfecto para ser la sombra de Clarisse, cuyo nombre significaba "brillante", y su segundo nombre, Órfhlaith, que significaba "princesa dorada".

Para ella era simplemente una amiga imaginaria, pero Ciardha sabía que era más que eso: era su alma. Desde que tuvo conciencia de sí misma, se sintió orgullosa de quién era, pues era libre en la imaginación de Clarisse y en el mundo onírico del cual se había vuelto navegante, protegiéndola de las pesadillas.

No sabía cuándo habían cambiado las cosas; poco a poco, se fue alejando de ella y empezó a rechazarla. Finalmente, la olvidó y se quedó sola, esperando con ansias que ella reapareciera. Durmió varias veces mientras esperaba, y su mente comenzó a nublarse.

¿Quién era ella y por qué había nacido en primer lugar?

«¿Podría alguien decirme quién soy? ¡Oh, oscuridad! ¿Cuándo saldré de este abismo?».

Fue entonces cuando las espinas comenzaron a brotar de su corazón como aguijones de veneno que lo amurallaban, rodeando su cuerpo como una coraza, intentando protegerla pero lastimándola en el proceso.

Fatigada de su infructuosa lucha, se quedó inmóvil.

Cerró sus ojos y se entregó al sueño eterno, donde ya no habría más dolor ni sufrimiento.

Solo silencio.

Hasta que sintió cómo alguien traspasaba el muro de ramas espinosas sin importarle resultar herido; lentamente estas fueron retirándose, dejándolo pasar hasta donde ella se encontraba, enredada en una maraña a manera de capullo protector, y abrió los ojos.

—¿Quién ha atravesado mis espinas y se ha atrevido a perturbar mi sueño? —preguntó.

Frente a ella se encontraba un hombre joven de ojos claros como el hielo, de un extraño azul plateado como el cielo despejado tras la primera nevada del invierno, de cabello anochecido y piel lechosa. Vestía completamente de negro, desde el sombrero tudor hasta la levita y los borceguíes.

—Ha sido Jericho, mi señora. Lamento mucho mi osadía; le aseguro que tengo un buen motivo —dijo mientras se inclinaba para reverenciarla.

—Jericho, ¿por qué lo hiciste?

—Necesito salvar a mi señor del peligro; no puedo dar muchos detalles sin comprometerlo, pero él intenta seguir el rastro de alguien importante para él. Nunca te había visto, pero sé que eres una sombra igual que yo, por eso me sentí atraído hacia ti. Llámalo intuición o presentimiento...

—¿Arriesgaste tu vida solo por una corazonada? No sé si eres valiente o muy tonto.

—Sin duda soy más inteligente que mi amo, por eso le ruego que hagamos un trato.

—¿Un trato contigo? ¿Qué puedes ofrecerme?

—Juro protegerla el resto de mis días, seré su guardián. Nadie se atreverá a hacerle daño nunca más.

—Dime Jericho, ¿puedes protegerme de mí misma? ¿Sabes quién me hizo esto?

—Lo lamento, nunca fue mi intención...

—Tenías buenas intenciones, lo sé... tienes suerte, pareces estar en paz contigo mismo. Lo que más deseo en este mundo, tú no puedes dármelo.

—Yo... ¡estoy desesperado! Dígame qué es y se lo daré, si me pide llegar hasta los confines de la tierra, lo haré.

—Quiero ser libre.

—No hay auténtica libertad hasta que te conoces a ti mismo, así que le ayudaré a reconciliarte con su señora.

—¿Nosce te ipsum? ¿En serio, esta es tu solución?

—Todo comienza por algo, ¿no lo cree? En todo caso, le daré una prenda como garantía —dijo mientras se quitaba un colgante del cuello.

—¿Un ópalo? ¡Es un objeto de mal gusto! ¿Me deseas la mala suerte?

—¡Jamás! En todo caso, yo tengo la mitad del ópalo. Cuando me encontré con esta gema, me di cuenta de que podía volverme invisible y que me protegía de cualquier daño. Usted es una bruja, ¿verdad? Puedo ver la magia fluyendo en usted. Se supone que esta piedra podrá ayudarle a potenciar sus poderes.

—Soy un hada, Jericho. ¿Entiendes el peligro al que te expones al estar ante mi presencia?

—Lo entiendo. Yo tampoco soy alguien ordinario.

—Desde luego que no lo eres. Pero yo soy alguien que nunca debió haber existido. Mi existencia es una transgresión a los acuerdos establecidos por humanos y seres feéricos hace más de mil años, ya que soy mestiza.

—¿Mestiza? ¿Acaso es posible que...?

—Mi padre es un humano y mi madre es un hada de la nobleza banshee. Solo un número limitado de personas conoce esta verdad. Si alguien más se entera de ello, yo tendré que ser inexorablemente eliminada. Por tanto, mi vida depende de ti ahora, al igual que la tuya depende de mí. Do ut des. ¿Tenemos un trato?

—Es la primera vez que escucho a alguien decir eso de manera correcta y no quid pro quo. Ha sido un placer negociar con usted.

Jericho sacó una capa gris de un gran bolso de cuero y se la entregó en las manos. Ciardha la recibió con extrañeza, pero apreció el gesto, ya que los andrajos que vestía apenas aislaban el frío.

—Tengo que irme, señora, pero nos volveremos a ver muy pronto. Bueno, mi yo "real" lo hará; lamento mucho si no llego a reconocerla.




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