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Finales de Otoño de 1988

Al sur de Ottawa, a miles de leguas se bifurcaban carreteras en profundidades autóctonas, de pequeños pueblos, colonias, revestidos por paisajes fantásticos, por la naturaleza libre y la evolución boscosa constante.

Con suerte se veía alguna cabaña en los recónditos valles, separados por senderos poco transitables.

Asimismo, existía una empresa dedicada a la limpieza de las vías de tránsito. Sus camiones rondaban las 24 hs., en diversos turnos y en las áreas menos circuladas lo hacían con menor presencia, lo que acarreaba complicaciones debido a los temporales de nieve.

Desde antaño se creía que, entre la diversidad de sus bosques, misterios se cernían, haciendo apariciones que conllevaban a fábulas entre los pueblerinos. A menudo el bello paisaje turístico se veía empañado ante presencias hostiles y se desestimaban los viajes nocturnos. Nadie sabía a ciencia cierta qué clase de misticismo imperara en las frondosas áreas que separaban la colonia conocida como Crystal Forest, sus alrededores y la travesura hacia Ottawa. Sin embargo, en una noche en que nadie se animaría a andar sin suficiente abrigo, el Bar Saint Martin aún ofrecía servicios a sus vecinos.

Un ebrio alzaba el ceño junto al portal de ingreso. Pretendía abrirse paso para respirar aire puro cuando alertó una densa neblina que se conformaba casi por arte de magia. La mayoría presumía que el alcohol en sangre interfería en la realidad. La luz era tenue y, aunque asemejara a un club de muerte, más de una docena de individuos chocaba sus jarrones de vidrio, entre griteríos y la peculiar armonía de un banjo desde una rocola.