XII - EL OSO

Ruidoso el taladro permanecia evidente durante su trabajo cuando, a falta de sueño sentimos que los ruidos se tornan más potentes. Ni que decir de mi sentido auditivo mejorado. Los segundos se convertían en minutos y estos densamente en horas, suponiendo que pudiese singularizarlos.

Me había pasado tanto tiempo escondido que siquiera podía recordar que día era hoy.

Entre los pulsantes latidos de sus corazones logré discernir el diálogo.

– ¿Se trataría de algún oso? –

Clamaba uno a gritos.

– ¿Y dejar todo el cuerpo en la carrera para llevarse la pezuña? –

Deteniendo la maquinaria, el otro contestó:

– ¿Qué otro animal crees que haría algo como esto? –

Al reinicio del taladro, el primero volvía a gritar.

Un tercero, en cuestión, llegaba arrastrando algo difícil de percibir de forma auditiva.

– Quítense ambos, ¡muchachos!, más vale mania que fuerza –
Atendí con curiosidad a tal frase, intentando descubrir su acción con mi oído y, de pronto, tuve un recuerdo que me despojó de toda calma. Se trataba del sonido de unas sogas rozando cuerpos.

La angustiante memoria me llevó a dar un alarido de ira y, rápidamente, espabilé tomándome de los labios.

– ¿Qué demonios fue eso? –

Exclamó uno.

– Retrocede el camión lentamente para que la soga no se suelte –

Clamó otro, al tiempo que la preocupación se convertía en un verdadero dilema.

– Tranquilos muchachos... Solo ha sido... el oso, quizás –

Respondía el más astuto y hacía seña al tercero para retroceder a marcha mínima.

– Este sitio... con ese galpón abierto... Es un poco como... Creepy. ¿no lo creen? –

Y podía sentir la angustia y la intensidad palpitante de aquél tórax. Como si se hallara junto a mi oído. Podía percibir como se amplificaba el miedo en ese reo, al tiempo que el otro controlaba bastante bien sus impulsos.

– No empieces con fábulas, chico. Empujemos al cadáver así podemos culminar las labores –

Finalmente, ambos se pusieron manos a la obra.