El espejo

Cuarta carta

Claudia:

 

He leído los mensajes que me enviaste. Agradezco tus palabras y me alegra saber que compraste el periódico y el suplemento dominical. Intuyo que has conseguido reducir el sentimiento de odio y redigirlo hacia la decepción. Eres demasiado correcta para confesarme la verdad, pero sé leer entre líneas. Y lo entiendo. Esto no es un reproche, sino una nueva disculpa.

Julen piensa que no debo pedirte perdón por mis actos. Independientemente de cómo hice las cosas -no estoy orgulloso de ello, en absoluto-, no cree que deba disculparme una y otra vez por haber elegido un camino en el que, románticamente, tú no estás. Y, aunque no hemos hablado del tema, es consciente de que te escribo y que necesito hacerlo para estar en paz conmigo mismo. Sin embargo, el otro día quedamos con unos amigos y, gracias a unas cañas de más, confesó que le parecía infantil a la vez que dramático mi modo de comunicarme contigo. Me sentí juzgado sin haber cometido ningún delito, más que ser fiel a mis ideales y ti. ¿Cómo abandonarte? ¿Cómo alejarme completamente de ti, a pesar de la distancia, después de haber hecho todo lo que hiciste por mí?

Por mucho que sea incomprensible para él, necesito saber que estás bien, que todavía guardas un buen recuerdo de nosotros y que no estarás enfadada conmigo eternamente. Que entenderás mis errores y comprenderás mi dolor. Para perdonarme por lo que te hice, estoy yendo a terapia. No puedo obviar que una parte de mí se quedó para siempre en ti y, a pesar de que me siento muy feliz por haber elegido el camino que estoy recorriendo, me siento vacío en esta inmensa ciudad. Últimamente he comenzado a observar mariposas revoloteando a mi alrededor y no paro de pensar que eres tú, que es tu alma la que está conmigo, que me ayuda y me guía para encontrarme de nuevo aquí. Para hallar, de nuevo, la paz. Recuerdo aquella vez que hicimos papiroflexia en tu casa porque habías leído que relajaba y despejaba la mente. Las primeras no te salieron, como era de esperar, pero yo logré construir una en el primer intento. Y mientras te enfadabas porque mi mariposa era más bonita que las tuyas, yo buscaba en el diccionario una nueva manera de denominar a esos trocitos de papel que iban a revolotear por el techo de nuestra habitación durante muchísimos años. Y encontré la palabra adecuada: Πεταλούδα. Mariposa, en efecto. Pero en griego. Meses después te la tatuaste en la espalda. 

Cada vez que veo una, apareces en mi mente como si estuviera mirándome en un espejo y tú fueras mi reflejo. Siempre quise encontrar una defición para nuestra relación, pero no es hasta ahora que he hallado lo que llevo tanto tiempo buscando:

Me miras y lo sabes. Eres el reverso de mi espejo, el metal en el que siempre me observaré. Por siempre.

 

D.

 

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.