El espejo de la serpiente

— XICOHTÉNCATL —

Xicohténcatl siempre se había considerado un hombre inteligente y un gran estratega: feroz, valiente y dispuesto a todo con tal de alcanzar sus objetivos. Por eso, cuando pensó en deshacerse de aquella extraña, comprendió que no podía hacerlo durante la noche, pues seguramente algunos habitantes del pueblo la vigilaban por mandato de su padre, pero la situación cambiaba con la llegada del amanecer, donde todos estarían tan distraídos en sus tareas diarias que nadie prestaría atención a lo que ocurriera con ella.

Sabía que su padre seguramente se molestaría porque había actuado sin su autorización, al menos durante un tiempo, pero después, lo perdonaría, entendería que hizo todo por su bien y el de su gente. Además, nadie tenía por qué descubrir que él era el responsable, no si todo parecía un simple accidente.

—Puedes irte a cosechar, yo me haré cargo de ella.

La mujer que había estado atendiendo a la quimichi durante toda la noche hizo una leve reverencia con la cabeza antes de retirarse de aquella habitación, dándole una mirada de reojo antes de perderse en la inmensidad del pueblo.

Xicohténcatl esperó a que no quedara nadie cerca. Cuando por fin estuvo solo, entró. Lo primero que vio fue a la mujer, dormida sobre el petate. Parecía demasiado tranquila, casi en paz. Tal vez las hierbas que le habían dado habían hecho efecto, aunque, si lo pensaba bien, desde el día anterior no la había visto realmente alterada. Esa calma extraña lo intrigaba, pues a pesar de no haberse entendido al principio, ella había sabido adaptarse con una rapidez que no dejaba de llamarle la atención.

No iba a negar que eso era una cualidad valiosa, una que cualquier guerrero envidiaría. Pero era eso mismo lo que la hacía aún más sospechosa.

—Ximaca in.*

Ante la voz, Turquesa alzó la cabeza, levantándose lo más rápido que su cuerpo le permitió. Se limpió sus ropas con las manos antes de componer una sonrisa y mirar las otras prendas, unas que Xicohténcatl consideraba más adecuadas para usar en el pueblo. Si alguien más la veía con esas extrañas telas, harían preguntas incómodas.

—Tlasojkamati.

Xicohténcatl asintió, no creía necesario que le diera las gracias, pero no iba a replicar, no cuando parecía que ella le entendía muy poco. Tan sumido estaba en sus cavilaciones, que apenas si notó que la mujer estaba tratando de llamar su atención con algunas movimientos de su mano.

— Chihua tlanti?*

Ella se sonrojó al señalar la ropa y después la puerta de salida. Xicohténcatl tardó unos segundos en comprender que quería algo de privacidad para cambiarse.

—Tlasojkamati.

Turquesa volvió a agradecer aliviada en cuanto volvió a quedarse sola. Esperaba que ese día sí le ayudaran a regresar a la ciudad. Sonriendo ante la posibilidad, observó la ropa durante un par de segundos, la tela era muy bonita y seguramente también costosa. Tratando de no pensar en lo que tendría que pagar si algo le pasaba a la vestimenta se la colocó con el mayor cuidado que pudo.

Al sentirse lista, se acercó a la puerta, indicándole con la cabeza a su salvador que ya podían salir. El hombre, Xicohténcatl, la observó de arriba a abajo, aprobando con un asentimiento de cabeza su nueva ropa.

Turquesa siguió de cerca al peculiar hombre, manteniéndose en silencio incluso cuando una que otra persona se acercaba a ellos, bueno, a él, para saludarlo y hacerle varias preguntas que regularmente —según su poco entendimiento del náhuatl le permitía comprender — trataban sobre cosechas y la preparación de algo que su mente tradujo como guerras floridas.*

—¿Xochiyaoyotl?

Xicohténcatl la miró antes de asentir.

Turquesa al escucharlo palideció, ¿Cómo era posible que siguieran existiendo ese tipo de prácticas? Más nerviosa que antes miró a su alrededor, si observaba bien el sitio se veía diferente, no sabía explicar cómo pero había algo que no encajaba del todo.

Ella pasó saliva, mordiendo el interior de su mejilla, ¿Cómo podría preguntarle a Xicohténcatl dónde estaba? Turquesa se maldijo en voz baja, si nunca hubiera dejado de practicar náhuatl no estaría en ese problema.

—Campa tihualaj?*

Xicohténcatl ni siquiera la miró.

—Tlaxcallan*

Turquesa asintió de manera desesperada por no poder comunicarse como debía.

—Campa tihualaj?*

Xicohténcatl exasperado volteó a mirarla, ¿Qué? ¿Acaso no se había explicado bien? Molesto, cruzó los brazos, deteniéndose a mirar fijamente a la mujer.

—Tlaxcallan.

Antes de que pudiera agregar algo más, la voz de otro hombre los interrumpió. Xicohténcatl como el tlacochcalcatl que era, se puso firme, escuchando atentamente a su subordinado, pero Turquesa con cada palabra se alteraba más.

¿Tetzcoco? ¿Tlaxcallan? ¿Cholollan? ¿Huexotzinco? Debía de estar escuchando mal, hacia siglos que esos nombres no se usaban.

—Tendrían que ser Texcoco, Tlaxcala, Cholula y Huejotzingo.

Xicohténcatl al escucharla, movió su mano para que el subordinado se fuera. Después se giró para darle la espalda. Que siguiera diciendo cosas extrañas no hacía más que ponerlo alerta.

—Tlacotzi timitztlatihui huelicac?*

—Por favor, quiero irme— sintiendo el nudo en su garganta hacerse cada vez más pesado, Turquesa camino para ponerse frente a Xicohténcatl, parpadeando con rapidez para contener las lágrimas de desesperación y frustración que amenazaban con brotar de sus ojos— No es necesario que me lleven hasta la ciudad, puedo caminar si me indican por donde debo irme— afirmó— Por favor, quiero irme. Mi madre debe de estar preocupada por mi.

Xicohténcatl apretó la mandíbula; nunca le habían gustado ver a las mujeres llorar, fuera quien fuera y viniera de donde viniera. Molesto por la educación que había recibido, bajó la cabeza. Tenía que eliminarla para impedir que contara lo que había visto sobre su gente; aunque fuera poco, no podía fiarse de nadie, y menos con el asentamiento militar mexica que se había instalado en sus tierras hacía poco.



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En el texto hay: mexico, prehispanico, romance

Editado: 21.10.2025

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