El espejo de la serpiente

— XIHUITL —

—La hemos estabilizado, pero la falta de comida y la fiebre la han dejado débil. Es mejor que descanse. Mañana temprano regresaré para darle otras hierbas y asegurarme de que se recupere por completo.

Xicohténcatl y Tecuelhuetzin hicieron una leve reverencia en dirección a la tícitl*. La mujer les sonrió y salió en silencio del lugar. Era casi de madrugada, por lo que uno de los guerreros bajo el mando del tlacochcalcatl tuvo que acompañarla hasta su hogar.

—No te ves feliz.

Tecuelhuetzin se inclinó con cautela sobre el petate de la extraña, observando cómo la quimichi se retorcía inquieta, como si malos sueños la estuvieran atormentando.

—Es difícil encontrar a alguien cuando la luna no ilumina ningún rincón de la tierra, pero padre fue muy tajante al respecto.

Su hermana asintió, había escuchado parte de la conversación.

—He estado tratando de averiguar qué hace a esta extraña tan especial, al menos ante los ojos de nuestro padre, pero él no me ha querido decir nada. Evade el tema o simplemente me ignora —informó—. Intentaré indagar del asunto con su gente más cercana, pero no puedo garantizar ningún resultado.

Para Xicohténcatl fue inevitable hacer una mueca antes de cruzar los brazos.

—Supongo que eso es mejor que nada.

Antes de que su hermana pudiera responder a aquella queja, la figura de su otro hermano, Tlilcuetzpalin*, apareció en la entrada. Se le veía preocupado y visiblemente nervioso. Esa actitud encendió las alarmas en ambos, que de inmediato se pusieron de pie para acercarse; sin embargo, Tlilcuetzpalin negó con la cabeza en dirección a su hermana.

—Esto es algo que solo le concierne a Xicohténcatl.

Tecuelhuetzin asintió, quedándose sentada cerca de la extraña.

—¿Esto es por ella?

—Tlahuicole.* Él está aquí.

Ni bien su hermano había terminado de decir aquella oración, cuando Xicohténcatl inmediatamente lo empujó para abrirse paso por el camino. Sus piernas empezaron a aumentar la velocidad hasta que pronto se encontró corriendo. Mientras su frente comenzaba a sudar por la distancia que estaba recorriendo, su mente no podía dejar de pensar que aquello tendría que ser mentira. No podía ser cierto que su amigo de la infancia estuviera ahí. Él había sido capturado en batalla, sería deshonroso que después de eso, decidiera regresar. No, Tlahuicole no podía haber vuelto, no cuando eso significaba restarle valor a sus creencias.

Y sin embargo, cuando llegó al hogar donde su padre vivía, pudo observar su figura, apenas iluminada por una tenue luz de una de las antorchas.

—No deberíamos de estar aquí.

El guerrero no se había dado cuenta que su hermano lo había seguido hasta ahí.

—Guarda silencio.

Ambos se agacharon en cuanto su padre y Tlahuicole se acercaron hasta una de las ventanas.

—Señor por favor, debe de creerme cuando le digo que esos extraños pueden ser peligrosos— la voz de Tlahuicole sonaba preocupada— Aún se encuentran algo lejos de nuestras tierras, pero una vez pasen de esa ciudad flotante, nosotros…

—Sé lo que temes que nos ocurra, pero no olvides que ya ha sido anunciado en las profecías que vendrá gente desde donde nace el sol, para encargarse de los mexicas.

—Señor…

—No necesito de ojos para ver que ellos serán nuestra salvación. —Xicohténcatl alzó la vista apenas, asegurándose de que aquellas sombras se encontraran lo bastante lejos como para que él y su hermano pudieran reaccionar si era necesario—. Será mejor que te marches, Tlahuicole. Si alguien llegara a verte aquí… bueno, no necesito explicarte lo que ocurriría.

La figura hizo una reverencia con la cabeza, parecía apenado y molesto por la respuesta.

—Si señor, lamento haberlo molestado— murmuró en voz baja, apretando los labios—. No volveré a importurnarlo.

El guerrero se dio media vuelta para salir, pero el carraspeo del hombre mayor lo hizo detenerse.

—Tlahuicole, por favor, asegúrate de que nadie en el pueblo mexica se entere de lo que me has dicho ahora. Tu vida correrá peligro si ese hombre se entera que has escuchado su secreto.

El más joven de ambos hombres asintió, saliendo del lugar, no sin antes darle una última mirada de pesar.

Xicohténcatl reaccionó lo más rápido que pudo, jalando a su hermano para esconderse antes de que Tlahuicole los viera.

—¿De qué hablaban?

Tlilcuetzpalin se veía incluso más alterado que su hermano.

—No lo sé, pero debo de hablar con él.

—No, no hagas algo imprudente— Tlilcuetzpalin tomó del brazo a Xicohténcatl para regresarlo a su lugar— De nada sirve que intentes acercarte a Tlahuicole. Sabes que él jamás va a decirte nada. Vamonos, investigaremos de otra forma todo esto — Xicohténcatl no se movió de lugar— Anda, vamos, dejamos sola a nuestra hermana con esa extraña.

Sin estar muy convencido, Xicohténcatl accedió a regresar al lugar, sintiéndose preocupado y extrañado cuando al entrar, vio a la extraña sosteniendo un macuahuitl* con torpeza, intentando amenazar con eso a su hermana.

Tecuelhuetzin ni siquiera se veía preocupada.

—¿Qué está pasando aquí?

—Se despertó hace unos minutos. Al principio no entendí qué es lo que quería decir pero se las arregló para gritarme que quería regresar, que la liberaramos.

—¿Te hizo algo?

—No sabe sostener un arma, no es peligrosa.

Xicohténcatl se colocó enfrente de su hermana, indicando con su mano que salieran del sitio. Al ver esto, Turquesa se puso aún más nerviosa, aferrando su agarre sobre el arma para tratar de obtener algo de seguridad.

—Por favor, quiero irme.

—Amo nimitzmati*

Aunque Turquesa hubiera querido sentirse intimidada, la mirada de Xicohténcatl no se prestaba para pensar que estaba molesto. Sus ojos la observaban más bien como lo haría un padre preocupado al ver que su hijo estaba por hacer algo que podría dañarlo.

—Nimitzmaquix, ma xitlamikilia.*— con cuidado, como si temiera asustar a Turquesa, Xicohténcatl extendió su mano en su dirección—. Nimitztlatlauhtia.*



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En el texto hay: mexico, prehispanico, romance

Editado: 21.10.2025

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