El espejo de la serpiente

— NIMITZTLAMACHTILIA —

Cuando Xicohténcatl escuchó la predicción de la quimichi, era evidente que no había creído ni una sola palabra. Aquella mujer no tenía la apariencia —ni mucho menos la edad— de una adivina. Incluso estuvo a punto de burlarse de ella desde el principio.

Sin embargo, al ver que el primer día del xochiyáoyotl había resultado a su favor, no pudo evitar alegrarse de no haber abierto la boca antes de tiempo.

O quizá, pensó, debí haber sido más específico al pedir su premonición, ¿Ganaríamos solo las guerras floridas de ese día o de manera general Camaxtli* nos daría su bendición en los resultados finales?

Tratando de no pensar en su falta de precisión, Xicohténcatl le pidió a su hermano que lo cubriera durante un rato. Aunque estaba prohibido irse a mitad de tan importante evento, él no podía quedarse de brazos cruzados después de que descubrió que en verdad ella, era una adivina.

—Hermano, estás comenzando a tomar varias decisiones imprudentes. Lo que sea que te haya dicho la quimichi…

—¿Vas a cubrirme o no?

Tlilcuetzpalin, sabiendo que su hermano no renunciaría a su idea, terminó por acceder. Le pidió que no tardara demasiado, que aprovechara la cercanía del campo de batalla con su pueblo para preguntar aquello que tanto inquietaba a su corazón y regresara pronto. Si alguien llegaba a descubrirlo, lo acusarían de cobardía; y bajo ningún motivo, ninguno de los hijos del gobernante del altépetl* de Tizatlán podía cargar con semejante deshonra sobre sus hombros.

Xicohténcatl agradeció, prometiendo regresar el favor cuando él lo solicitara.

Su hermano solo negó, empujándolo para que se fuera pronto.

Si alguien le hubiera dicho a aquel guerrero que un día quebrantaría las reglas que habían regido toda su vida solo por la curiosidad que le provocaba una mujer, habría matado al insensato que se hubiese atrevido a decirlo, porque era solo eso, curiosidad. Después de todo, su hermana también había mostrado interés por aquella extraña, y nadie iba por ahí acusándola de nada.

Aunque a mí tampoco me han acusado de nada.

Chasqueó la lengua, cansado de seguir acusándose de cosas que nadie más notaba, y aceleró el paso, comenzando a correr en cuanto la noche se cernió sobre él. Con la escasa luz de la luna, nadie se daría cuenta de lo que estaba haciendo.

—Quimichi, quimichi.

Al llegar más rápido de lo que pensó a su pueblo, no tuvo más opción que ocultarse cerca de la casa donde se estaba quedando la mujer. Desde allí, comenzó a susurrar lo más fuerte que pudo el sobrenombre con él que la identificaba.

—¿Xicohténcatl?

Después de un par de segundos, la figura de la extraña salió del hogar, buscando con la mirada al hombre. Cuando sus ojos se encontraron, ella de inmediato se preocupó ¿Su predicción había fallado? Esperaba que no.

—Xihuallauh* — al ver que ella no le entendía, movió su mano para indicar que se acercara.

Turquesa, poco convencida, caminó hasta su dirección, ocultándose al lado del guerrero. En verdad que debían de buscar otra forma de comunicación.

—¿Acerte? — Xicohténcatl parpadeó, tratando de adivinar qué es lo que quería dar a entender Turquesa con eso—. Neltiliztli nechilhuia?*

El guerrero asintió, sintiéndose de pronto emocionado. Si aquella mujer había sido capaz de profetizar al menos una cosa, significaba que poseía el don de la adivinación. Quizá, si la extraña aprendía a entrenar aquel regalo de los dioses, podría volverse más precisa… incluso útil.

Podría convertirse en una aliada invaluable, sobre todo en las guerras constantes que libraban contra los mexicas.

—Patla.*

Basándose en lo que sabía de ella, Xicohténcatl había comprendido que la mujer entendía mejor cuando las frases eran cortas. Y aunque eso significaba hablar peor que un niño, no le importaba. No en ese momento.

—¿Intercambio? ¿Qué tipo de intercambio podríamos…? —Turquesa se detuvo—. Trato. Te refieres a que hagamos un trato. Sí, sí, yo te escucho —dijo, asintiendo para darle al guerrero una respuesta que no necesitara palabras.

Xicohténcatl se señaló antes de hablar, después, con cuidado, sin tocarla, la apuntó con su dedo.

—Tlacaxoxouhcayotl*

Cuando se aseguró de que ella entendió el mensaje, volvió a señalarse así mismo.

— Tlamatiliztli*.

Turquesa analizó la información que obtuvo de aquella precaria comunicación durante unos segundos.

—¿Quieres que yo te de información a cambio de que me liberes?

Era evidente que Xicohténcatl no comprendería el análisis que Turquesa hizo en voz alta. Pero ella no lo hacía para que él entendiera, sino para aclarar la situación en su mente.

Lamentablemente, ella no tuvo tiempo de responder, pues unos pasos cercanos los pusieron a ambos en alerta. Xicohténcatl estaba listo para lanzarse sobre quienquiera que se hubiera atrevido a interrumpirlos, pero Turquesa lo detuvo, señalándose a sí misma y luego apuntando hacia la casa donde se hospedaba.

El guerrero, molesto, asintió. Era mejor que ella regresara al lugar, para no levantar sospechas ni dejar testigos de que él no había estado donde se suponía que debía estar.

—Xihuallauh.

Turquesa apenas tuvo tiempo de salir de su escondite cuando un hombre de avanzada edad se acercó a ella. Su voz era tajante y su mirada, dura y llena de desdén, no dejaba lugar a dudas de que ella no era bienvenida.

La mujer tembló inevitablemente. Desde que había llegado a ese sitio, nadie la había visto así.

Evitando hacer una mueca de disgusto ante aquella expresión, ella lo siguió en silencio, sin atreverse a mirar hacia atrás para no delatar a Xicohténcatl.

Caminaron un par de minutos hasta que llegaron a la casa principal de aquel señorío. La construcción no era tan opulenta como había imaginado, pero aún así se notaba la riqueza del pueblo.



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En el texto hay: mexico, prehispanico, romance

Editado: 21.10.2025

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