Xicohténcatl soltó una maldición por lo bajo cuando uno de los guardias de su padre casi lo descubre mientras intentaba llegar a aquella habitación que hacía mucho le prohibieron visitar.
¿Cómo es que se le había ocurrido prometer semejante cosa a la quimichi? Su parte racional le decía que debía de haber un buen motivo para que su padre no le permitiera a la peculiar visitante andar por ahí, pero, por otro lado aquella actitud extraña, había logrado despertar su curiosidad.
Tratando de mantener la respiración bajo control, el guerrero avanzó por el amplio pasillo con paso firme, intentando aparentar normalidad. No fue hasta que llegó a la sección de los aposentos privados que relajó un poco los hombros. Esquivar a las más de quinientas esposas* era todo un desafío, pero no por nada se había ganado la confianza de varias de ellas, especialmente de aquellas que alguna vez fueron las favoritas de su padre. Incluida su madre, Cuetlaxochitzin*
—Hijo mío, ¿Qué haces aquí?
Su madre, debido a su edad, contaba con su propia habitación, ubicada cerca de la sección principal de las mujeres más jóvenes. De ese modo, ella, junto con las madres de Tecuelhuetzin, Tlilcuetzpalin y de otros dos hermanos más, podían mantenerlas bajo vigilancia.
—He venido a ver algunas cosas que padre me ordenó, ¿Crees que pueda pasar a su habitación?
Cuetlaxochitzin lo pensó unos momentos antes de asentir.
—Adelante hijo, yo te avisaré si tu padre está por aquí para que puedas salir a tiempo.
Xicohténcatl sonrió, agradeciendo por lo bajo antes de besar ambas mejillas de la mujer y correr hacia la habitación para entrar con cuidado. Sus ojos recorrieron el lugar, asegurándose de que no hubiera ninguna trampa que pudiera lastimarlo; luego comenzó a mover las cosas con cautela, procurando dejarlas en su sitio para que su padre no notara que alguien había estado husmeando.
Movió todos los objetos y revisó cada rincón, pero no encontró nada que pudiera considerar peligroso ni algo lo bastante extraño como para entregárselo a su peculiar visitante.
—¿Lo guardará en la habitación de alguna de sus esposas?
El guerrero no tuvo tiempo de responder su propia pregunta, porque la puerta se abrió de golpe, sobresaltándolo.
—¡Tecuelhuetzin! Casi me matas del susto.
Su hermana sonrió con burla mientras cruzaba los brazos y recorría la habitación con la mirada.
—¿Qué se supone que haces?
Xicohténcatl se encogió de hombros, dándole la espalda.
—Nada.
Ignorando aquella respuesta, Tecuelhuetzin se acercó a su hermano, siguiendo la dirección de su mirada.
—¿Esto tiene que ver con la quimichi? — él no respondió—. Si te sirve de algo, yo también la noté extraña después de que papá habló con ella. Al principio creí que le había pedido ser una de sus esposas y eso la había asustado, pero después de pensarlo bien, llegué a la conclusión de que la amenazó, ¿Con qué? Aún lo sé— admitió—. Lo que sí sé es que debes de ir a verla, a Xihuitl (Turquesa). Te está buscando.
Su hermano frunció el ceño.
—Mis guardias no están en la sección dónde ella se hospeda.
—No te preocupes, eso ya lo arreglé. Ahora vete antes de que padre vea que entraste aquí sin su permiso —dijo ella al notar que el guerrero seguía sin parecer convencido—. Ve, yo buscaré por aquí; cualquier cosa que encuentre, te lo haré saber. Lo prometo—Xicohténcatl sonrió, satisfecho—. Solo lo hago porque es la primera vez que veo que te interesa algo más que la guerra.
El guerrero borró su sonrisa antes de negar con la cabeza de un lado a otro antes de salir del lugar. En el pasillo, ignoró las miradas curiosas de las esposas de su padre y, al llegar al exterior, agradeció que el viento fresco de la noche acariciara su piel, disipando la rojez que le había subido al rostro por aquel comentario.
—¡Xihuitl!
Apenas tuvo tiempo de respirar tranquilo cuando vio a su visitante alejarse del hogar donde se estaba quedando. ¿A dónde iba? ¿Acaso pensaba escapar? El guerrero aceleró el paso, y al notar la ausencia de guardias en los alrededores, una punzada de inquietud le recorrió el cuerpo.
—¡Xihuitl!
Ella no reaccionó, lo que obligó a Xicohténcatl a correr, alcanzándola justo cuando comenzaba a internarse en la densa vegetación. Con más fuerza de la que esperaba, la sujetó del brazo, tirando de ella hacia sí.
—¿Xihuitl?
Ella lo miró por unos instantes antes de volver a intentar avanzar. Xicohténcatl al sentir el leve forcejeo hizo aún más fuerza, extendiendo su otra mano para sujetarla con más firmeza.
—Xihuitl, ¿Qué es lo que te pasa?
Aquella leve distracción bastó para que Turquesa lograra zafar uno de sus brazos del fuerte agarre. Debido a la rapidez del movimiento, Xicohténcatl apenas si pudo frenar el golpe que ella le propinó en el pecho. Aunque la acción no lo derribó, sí lo hizo tambalearse.
Tratando de controlar la sorpresa, tan rápido como pudo la sujetó de nuevo, pero esta vez por el rostro. Esos ojos, siempre vivos, atentos y curiosos, ahora parecían apagados, como si un velo los cubriera.
—Lo que sea que estés viendo, no es real —dijo, sin perder la calma. A pesar de que sabía que ella no lo entendía del todo, no perdió la esperanza de que sus palabras tuvieran algún efecto—. Regresa a mí, Xihuitl. Respira… y vuelve.
Por un instante, creyó ver cómo aquellos ojos recuperaban su brillo habitual. Pero la visión fue tan fugaz, tan incierta, que no supo si lo que había visto era real o solo un engaño de su propia esperanza.